Fragmento del texto: “Breves comentarios al margen”. Lacan,
J. (1960). En: La Ética. El Seminario, libro 7.
Editorial Paidós. 1992. pp. 162. (Segunda parte del comentario).
“El discurso de la ciencia rechaza la presencia de la Cosa,
en la medida en que, desde su perspectiva, se perfila el ideal del saber
absoluto, es decir de algo que, aunque plantea la Cosa, al mismo tiempo no la
reconoce. Todos saben que esta perspectiva se revela a fin de cuentas en la
historia de un fracaso.”
Comentario:
La religión, a diferencia del arte, no se trata de construir
alrededor del agujero, es decir, de servirse de la Cosa a pesar que ella falte.
Muy por el contrario, su función consiste en intentar obturar esa falta,
taponando el signo de la castración en el Otro. Es así que Freud observó en las
prácticas religiosas una equivalencia con las acciones obsesivas, pues, en
ambos casos, se constituyen rituales que permitan sostener el desconocimiento
de la falta y con ello el aplazamiento del deseo, cuyo efecto inevitable es el
sentimiento inconsciente de culpabilidad.
Sostener al padre como viviente eterniza la servidumbre del
Yo que no puede, en tal caso, ni servirse, ni prescindir de él (del padre). Se
coloca en el lugar del agujero la imagen ideal de un padre que sería la
garantía de acceso a la Cosa que falta, a la completitud. Todo ello soportado
en una promesa que pone al Yo en espera eternizada y lo lleva a vivir como si
estuviese muerto, lo cual hace equivaler a vivir como si fuese eterno,
aplazando así el deseo, pues asumir la castración y reconocerse deseante,
indicaría que no hay tal garantía y que la incertidumbre es parte constituyente
de su falta en ser.
El punto diferencial entre la neurosis obsesiva y la
religión, sin embargo, existe. En la
primera el Yo busca la evitación del vacío, rechaza la carencia y por tanto, si
algo es particularmente difícil para el obsesivo es la interrogación que
plantea el amor, pues éste se trata de estar dispuesto a entregar, precisamente,
esa carencia, reconociendo así la falta constituyente y, sobretodo, la falta en
el Otro que puede articularse con las fórmulas “La Mujer no existe” y “No hay
relación sexual”. En la religión, en cambio, se trata de representar ese vacío,
poniendo allí un significante que haga la función de Amo y en relación con el
cual el sujeto quede en el lugar de la verdad que se reprime, una verdad en el
lugar de la exclusión interna.
En este orden de ideas, podemos suponer que la religión es
uno de los modos en que el discurso del Amo opera y, por tanto, ella sería
reverso del psicoanálisis, lo cual debe advertirnos de la facilidad con que a veces,
los psicoanalistas, corren el riesgo de hacer del psicoanálisis su religión y
de su práctica analítica un ritual obsesivo. En realidad no hay allí psicoanálisis,
pero sí la posibilidad de que abuden las instituciones psicoanalíticas que,
intentando representar el agujero poniendo en su lugar un significante Amo, buscan
sostener a un padre viviente ante el cual el Yo pueda seguir en posición servil,
mientras aguarda en espera la autorización de un Otro que cumpla la función de ser ilusión de garantía.
John James Gómez G.
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