Fragmento del texto: “Construcciones en Análisis”. Freud, S.
(1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 267.
(Segunda parte del comentario).
“…si el análisis ha sido ejecutado de manera correcta, uno
alcanza en él una convicción cierta sobre la verdad de la construcción, que en
lo terapéutico rinde lo mismo que un recuerdo recuperado. Bajo qué condiciones
acontece esto, y cómo es posible que un sustituto al parecer no integral
produzca, no obstante, todo el efecto, he ahí materia de una investigación
ulterior.”
Comentario:
El paso del Mythös al Lôgos, constituye una transformación
fundamental. Es el paso que se da, en la Antigüedad, de Homero a Tales. En el
primer caso, el Mito sostiene la existencia de Otro que garantizaría el orden
de las cosas; un padre primordial, un dios, un ser sobrenatural, responsable
del principio y del fin de "Todo". Es por ello que Tótem y Tabú puede
ser considerado el último mito conocido y tal vez el único producido en la
modernidad. En él, Freud da cuenta de un padre primordial por el que se
explicaría el origen y el orden de las cosas y, en tal sentido, de la
existencia de una garantía fundada en ese padre que es mantenido vivo, incluso,
a pesar de su muerte. Es ello lo que, en el sentido Freudiano, explica la
necesidad del neurótico por sostener el lugar del padre que, en la fantasía,
aparece como castigador; un azotador que humilla y pone al sujeto en el lugar
de ser puro objeto para el goce de ese Otro. Ése es el padre del Edipo que no
es, de hecho, el que corresponde a lo que Lacan llamó “los Nombres del Padre”.
Otro nombre para ese padre, en la obra freudiana es el de "Realidad
Psíquica". Así, el padre en el Edipo, el padre en la fantasía y la "realidad psíquica" serían tres nominaciones que hablan de una misma
cosa, a saber, de la invención del mito neurótico, pero, ninguna de ellas
corresponde a los Nombres del Padre.
Como Homero, Freud no logró prescindir del padre, es decir
del Mito; cuestión que Lacan no dejó de señalar y, también, de criticar a
Freud. Y es que desde esa posición la clínica se encuentra con el obstáculo que
supone la intención por sostener la consistencia del Otro a pesar que la
angustia de castración esté en el centro mismo de la experiencia. Así, Freud,
sostiene el deseo del padre, deviniendo padre del psicoanálisis, pero, por ello
mismo, encuentra una imposibilidad lógica que no es otra que la del punto
excluido de la falta que es velada por la presencia de esa realidad psíquica,
de ese padre del Edipo, de ese padre de la Horda. Aquel que es, en el nudo
Borromeo de tres, el cuarto. Es D’Artagnan, para los tres mosqueteros, es el
padre como síntoma del neurótico.
Tales de Mileto, eligió, como Lacan, prescindir del padre a
condición de servirse de él. Se interrogó acerca de cómo explicar el orden de
las cosas en el universo, sin que se requiera de un ser sobrenatural, un padre,
un Otro que sirviese de garante. Con esa pregunta adviene la interrogación por
la Ley y con ella, el padre se desvanece. Es la reducción del cuatro al tres, que es, de hecho, lo que se juega en la operación analítica. Es presidir del cuarto
para analizar los modos en que se anuda el tres, a saber, lo real, lo
simbólico, lo imaginario, que son, según Lacan, los Nombres del Padre. Así, la
construcción, tal como Freud la concibió, pone necesariamente al analista en
el lugar del sostenimiento del padre, con lo cual la posición del sujeto en la
fantasía no puede más que mantenerse, apareciendo así el fenómeno que Freud mismo
llamó: “reacción terapéutica negativa”, según dijo, la más
grande de las cinco resistencias con las que se había topado…
John James Gómez G.