Fragmento del texto: “Las resistencias contra el
psicoanálisis.” Freud, S. (1925). En: Obras Completas, vol. XIX. Amorrortu
Editores. pp. 229 (Primera parte del comentario)
“Pero esta orientación de las investigaciones (la
psicoanalítica) no coincidía con las ideas dominantes en la generación
contemporánea de médicos. Estos habían sido educados en el respeto exclusivo
por los factores anatómicos, físicos y químicos. No estaban preparados para la
apreciación de lo psíquico, y por eso le mostraron indiferencia y antipatía.
Dudaban, era evidente, de que las cosas psíquicas admitiesen un tratamiento
exacto y científico. En una reacción desmedida frente a una fase ya superada,
en que la medicina estuvo dominada por las opiniones de la llamada filosofía de
la naturaleza, abstracciones como aquellas con que la psicología se veía
obligada a trabajar les parecieron nebulosas, fantásticas, místicas; y
simplemente denegaron creencia a los asombrosos fenómenos que la investigación
habría podido tomar como punto de partida. Juzgaron a los síntomas de las
neurosis histéricas como resultado de la simulación, y a los fenómenos del
hipnotismo, como un fraude. Ni siquiera los psiquiatras, cuya observación era
asediada por los fenómenos anímicos más insólitos y sorprendentes, exhibieron
inclinación alguna por atender a ellos en detalle o pesquisar sus nexos. Se
contentaron con clasificar toda la gama de fenómenos patológicos y, siempre que
se pudiera, reconducirlos a causas perturbadoras de orden somático, anatómico o
químico. En ese período materialista —o, mejor, mecanicista—, la medicina hizo
grandiosos progresos, pero también exhibió un miope desconocimiento de lo
supremo y más difícil entre los problemas de la vida.”
Comentario:
En buena medida, las resistencias contra el psicoanálisis,
expresan un rechazo fundamental, no de una teoría sino, más precisamente, de
las implicaciones que conlleva hacerse la pregunta acerca de la continuidad
entre lo psíquico y lo somático expresada en la angustia y en la fuerza
pulsional. Evidentemente, dos caminos resultan menos difíciles de soportar para
el Yo en particular y para la moral cultural en general. Uno de ellos es la
pretensión de lo humano como una cuestión meramente mecánica e informática,
tendencia imperante en las visiones exclusivamente anatomo-funcionales. El otro
camino, en apariencia diametralmente opuesto pero que presta su servicio a los
mismos fines del rechazo del saber sobre la continuidad entre lo psíquico y lo
somático, es el de la creencia en que el alma sería un contenido independiente
del receptáculo llamado cuerpo que, en el momento de la muerte del mecanismo
biológico, continuaría su existencia purificada de toda inmundicia humana. No
es otra la dualidad manifiesta en la división cartesiana y sus efectos no dejan
de sentirse con suma intensidad hasta hoy. Lo que allí se excluye es,
justamente, el sujeto.
Es sorprendente incluso cómo en el campo de la psicología,
tal oposición se sostiene con una vehemencia notable. La reducción del lo
humano al procesamiento mecánico-funcional de información y la idea de la mente
como un efecto de tal procesamiento, dejan al descubierto la dificultad para
plantear la cuestión de lo psíquico y lo somático a partir de una relación que
no sea la de continente/contenido o, en todo caso, de separación. Así, el lenguaje queda reducido también a un mero proceso, con lo cual se
desconoce la singularidad de sus efectos a pesar que, no en pocas ocasiones,
retornen de manera estrepitosa cuestionando toda certeza acerca del ser humano
como “computadora” biológica. Dichas
irrupciones que intentan ser silenciadas en algunos casos con medicación, en otras
con la aplicación de la fuerza física o con la sugestión que intenta
obligar a la adaptación a los ideales, no dejan de insistir cuestionando la
ilusión del “hombre máquina”; ilusión que en una época donde el trabajo impera con fines
de producción en serie, excluyen la dignidad del sujeto, merced de un Yo servil que, en busca del
reconocimiento, está dispuesto a entregarse sin reflexionar nada acerca de su-posición.
John James Gómez G.