Retomamos nuestro trabajo en 2014 con el fragmento del texto: “Televisión”. Lacan, J. (1973). En: Otros escritos. Editorial Paidós. 2012. Pág. 544. Bienvenidos nuevamente.
“El discurso que yo llamo analítico es el lazo social
determinado por la práctica de un análisis. Merece ser llevado a la altura de
los más fundamentales entre los lazos que permanecen para nosotros en
actividad.”
Comentario:
Que un discurso no es exclusivamente lo que se profiere por
la boca, al hablar, es a estas alturas algo harto sabido. Freud no tardó en
percatarse de ello y se esforzó por establecer una teoría que permitiera dar cuenta de las operaciones de tal descubrimiento. Pos su parte, Algirdas Julius
Greimas, -lingüista Francés de origen lituano-, dio un paso de gran relevancia
al tomar posición en relación con lo que, como tal, debía entenderse acerca de
la realidad, siendo ésta concebida en su teoría como un “universo de discurso”.
La realidad no era para él algo “objetivo”, es decir, que dependía del objeto
mismo que podría ser aprehendido sin falla, cosa que hoy es claramente
comprendida como imposible, sino una construcción textual, una estructura
discursiva. Para su análisis proponía estudiar la manera en que se produce la
relación entre significante y significado tomando como base estructuras
cuatripartitas. De acuerdo con sus planteamientos, cuando de la realidad humana
se trata, toda ella existe como un texto que no tiene exterior y que se
encuentra enmarcado en ese universo de discurso.
Es evidente la influencia que los planteamientos de Greimas
tuvieron sobre Lacan, quien no dudó en aplicarlos a la teoría freudiana, pero,
sobretodo, a la práctica del psicoanálisis, extrayendo de ello importantes
consecuencias. La concepción de lo inconsciente estructurado como un lenguaje,
que coincide de manera directa con el inconsciente como texto a ser leído, en
los planteamientos de Freud, tal y como es posible verlo en su “Interpretación
de los sueños”, constituyen puntos de convergencia cruciales, al igual que la
instalación de la noción de “gran Otro”, que sería el universo significante,
universo de discurso, y sobre lo cual no es difícil pesquisar que su “retorno a
Freud” no es sin Greimas.
Los discursos, entonces, son más que la palabra como función
imaginaria del falo ejercida por el solo hecho de hablar. Los discursos
son modos de lazo social propiamente dicho. Modos de realidad hecha de
lenguaje, escrita como texto que puede ser leído pero que, constantemente, es
velado por los imperativos de cada época, dándole estatuto de reprimido y
desconocido. Nadie quiere saber sobre Ello, pues avanzar en ese camino aproxima
de manera inevitable, tal como lo vislumbró Freud, lo constató Lacan y como se puede constatar día a día
en la experiencia analítica, al encuentro con lo real. Lo real como aquello que
revela que en el origen no hay sentido sino agujero de sentido, falta
constituyente. Todo sentido allí colocado no es más que mito, sea este en el
que todo un pueblo se sostiene o aquel que sirve de sostén a uno por uno, como es
el caso del mito individual del neurótico. Lógicamente el segundo no es sin
continuidad con el primero, pues no hay oposición, sino continuidad, entre el
sujeto y el Otro.
Así, entre los discursos que todavía hoy permanecen:
discurso del amo, discurso de la histérica, discurso de la universidad y discurso
del psicoanálisis, se ha entronizado un quinto discurso en particular que,
antes que hacer lazo, propende por la aniquilación de cualquier modo de lectura
del texto y, por tanto, pretende prescindir de la condición de singularidad que
hace que el sujeto pueda ser reconocido en su lazo al Otro. Se trata de ese
discurso que Lacan denominó: discurso del
capitalismo. No es necesario más que mirar alrededor para ver sus efectos.
La exacerbación de la pulsión de muerte por el rechazo de lo real, y la
negación de la falta por la promesa ilusoria y obnubilante de “todo es
posible”, hace que el padecimiento subjetivo llegue a tal punto que ya ni
siquiera se siente como algo que tiene que ver con lo psíquico. De hecho, el
modo en que tal padecimiento hoy se manifiesta es, o bien como forma
autodestructiva de la pulsi
ón dando paso a la enfermedad llamada “psicosomática” que tanto
acosa a los “buenos empleados” que, como esclavos, trabajan para un amo que ya
no ama pues en el discurso del capitalismo no hay espacio para el amor (el “buen empleado” es aquel que está dispuesto a consumirse en la búsqueda de
cumplir su necesidad inconsciente de castigo), o bien se manifiesta por vía de
la violencia como intención de desaparición del otro imaginario que, como rival
especular, aviva la agresividad de la pulsión que toma la forma de búsqueda de destrucción.
Entre todo ese maremágnum de efectos, fácilmente constatables y
difícilmente tratables, el discurso psicoanalítico busca abrir paso a una
lectura posible donde se le retorne al sujeto su dignidad y se pueda hacer
entrar otra vía que permita escribir y reescribir el texto de la realidad, de
tal manera que no sea negando lo real, sino, construyendo a partir del agujero
mismo y retornar así a un lazo en el que se haga soportable la otredad,
pacificando, incluso, los lazos generacionales y reconociendo que lo importante
no es tratar de hacerlos a todo iguales (modo princeps de la producción en
serie capitalista), sino, asumir el valor creador de la singularidad y la dialéctica entre identidad y diferencia.
John James Gómez G.
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