viernes, 17 de enero de 2014

Fragmento del texto: El Porvenir de una ilusión. Freud, S. (1927). En: Obras Completas, vol. XXI. Amorrortu Editores. 1979. Págs. 12-13.

“Con demasiada facilidad se tenderá a incluir entre las posesiones psíquicas de una cultura sus ideales, es decir, las valoraciones que indican cuáles son los logros supremos y más apetecibles. En un primer momento parece como si esos ideales presidieran los logros del círculo cultural; pero el proceso efectivo acaso sea que los ideales se forman tras los primeros logros posibilitados por la conjunción entre las dotes interiores y las circunstancias externas de una cultura, y que esos logros iniciales son refirmados luego por el ideal con miras a su prosecución.”

Comentario:

El Nombre del Padre, los Nombres del Padre, son aquello que es al mismo tiempo banal y excepcional. Esos fragmentos de discurso que hablan de la tradición y que se inscriben en la carne del naciente a la vez que son reescritos por él. Los Nombres del Padre son constituyentes de la cultura. Se verifican como el conjunto de significantes fundacionales que se vinculan de manera directa con la manera en que se producen efectos subjetivos en el parlêtre, ese ser que habla y usa letras y al que se llama también, comúnmente, ser humano. No hay que buscar los Nombres del Padre en frases ocultas, casi místicas, que tendrían un valor que saltaría a simple vista por su innegable contundencia y relevancia. De hecho, tan sólo el ritmo y el tiempo en los que se producen los enunciados y las enunciaciones del sujeto dan cuenta ya de la cadencia lógica de esa inscripción. También dan cuenta de ello esas minúsculas formaciones que para cada cultura tienen un valor excepcional pero que al ser tan cotidianas parecen desvanecidas en su importancia, desde el asado y el dulce de leche argentinos hasta los fríjoles y la arepa colombianos. El sujeto habla de todo ello que aparece en lo que resulta a los ojos desprevenidos mera tontería. Es por ello que la invitación a decir todo lo que se pase por la cabeza es la clave de la práctica analítica ejercida por el analizante. El analizante arriesga a decir todo aquello que por parecer banal suele ser desconocido, razón por la cual quedaba resignado a lo inconsciente su valor excepcional. Eso habla de lo que impera en el sujeto, de su fantasía, es decir, del modo constituyente de su realidad psíquica y, por tanto, de sus modos de desear y de gozar. Allí, precisamente, en ese enjambre (en francés essaim, homófono de S1)[1]   significante, es donde el sentido comienza a desvanecerse y se abre la puerta al agujero de lo simbólico que revela lo real.

Es así que la clínica del uno por uno no es excluyente de lo cultural ni de lo social, como suele pensarse cuando no se logra entender la continuidad lógica entre el sujeto y el Otro. Lo inconsciente es una producción solo posible en anudamientos y no aquello que se encuentra guardado en el cuarto destinado a los viejos cachivaches. Punto crucial, diferencial, entre la lógica aristotélica y la lógica estoica de la relación entre los cuerpos, la primera continente/contenido, la segunda por fusión y producción de incorporales. Es cierto que Freud apelaba por un modelo en apariencia aristotélico, era lo que tenía a su alcance y lo que consideraba útil a sus fines de intentar hacer existir el psicoanálisis dentro del marco de las ciencias de su época, de allí buena parte de sus dificultades para avanzar en la elaboración de su lógica de la pulsión, pero si se le lee con detalle, no tarda uno en percatarse de que, para hace existir lo inconsciente, la pulsión, la repetición, y con Lacan, el deseo y el goce, es necesario que haya al menos tres; es eso lo que está ubicado como problema central en el complejo de Edipo. El nudo que allí se formula no es otro que aquel llamado, por Lacan, Borromeo, retomando el escudo de armas de la familia de mismo nombre y que cumple justamente con el hecho, fácilmente demostrable, de que cada uno de los redondeles es al mismo tiempo banal y excepcional. Cada redondel es excepcional pues de no estar allí el nudo no existiría, pero ninguno en particular es el responsable exclusivo y excluyente del anudamiento. Puede elegirse cualquiera de ellos al azar y, sea cual fuere, al separarlo de la cadena, los otros dos se sueltan “como por arte de magia”.

Es sumamente importante, entonces, escuchar con atención y no dejarse obnubilar por las formulas que sirven para velar eso banal que no deja de generar efectos por ser al mismo tiempo excepcional. En nuestra época, por ejemplo, no es extraño que se hable de la caída de los ideales. Sin embargo, basta prestar un poco de atención para percatarse de que los ideales no han decaído, sino que han mutado en modos  cada vez más feroces. Es lo que la clínica nos muestra. Ideales que además, a diferencia de los que estaban instalados cuando imperaba el discurso del amo, ahora niegan de manera radical el no-todo y apuntan al exceso, a la falta de puntuación, haciendo que la pregunta más difícil no sea ¿Hasta dónde soy capaz de llegar? sino ¿Cómo puedo saber en qué momento detenerme? Es muy interesante como se escucha esto en la clínica y como se ve en la vida cotidiana. La gente ya no sabe cuando parar de consumir, de trabajar. En otras palabras, hay dificultades cada vez mayores para puntuar el discurso y es allí donde se ve fallar a los Nombres del Padre. Es un fenómeno muy interesante de ver, con total fuerza, en las psicosis. El psicótico en ocasiones habla construyendo un discurso que falla en sus modos de puntuación más que en su contenido semántico, es decir, falla más en su sintaxis; allí se juega la forclusión de los Nombres del Padre. En la neurosis no se llega necesariamente a tal extremo, pero eso no cambia que algo falla siempre en la puntuación del discurso, en la neurosis suele aparecer a nivel de la censura, es decir, de lo aparece como efecto de la incomprensión de la Ley. Es por eso que resulta necesario diferenciar los ideales, de la función de los Nombres del Padre. En cuanto fallan los medios de puntuación, de saber dónde poner el punto seguido, el punto final, dónde decir "hasta aquí", los ideales se disparan hacia la ilusión de la totalidad y también, por qué no, de los totalitarismos.

John James Gómez G.




[1] Dicha homofonía ha sido indicada originalmente por Jean Michel Vappereau.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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