lunes, 20 de enero de 2014

Fragmento del texto: Aún. Lacan, J. (1972-73). En: El Seminario, Libro 20. Editorial Paidós. 2004. Pág. 84.

“Personas bien intencionadas –que son peores que las mal intencionadas– quedaron sorprendidas porque les llegó el eco de que yo colocaba entre el hombre y la mujer cierto Otro que bien parecía ser el buen Dios de siempre. No era más que un eco, pero estas personas se convertían gustosas en su vehículo benévolo.”

Comentario:

"No hay relación sexual” es una frase ya convertida en cliché cuando se hace referencia a la obra lacaniana. La frase sorprende por su efecto arriesgado a los ojos del sentido común, pues todos saben que los hombres y las mujeres suelen practicar el coito así como miles de otros modos del erotismo. Sin embargo, que un hombre y una mujer tengan “relaciones sexuales” no implica que haya entre ellos una relación sexual, en el sentido en que Lacan propone considerarlo. Es necesario plantearse la cuestión de qué implica la noción de relación en el sentido lógico y, por otro lado, qué implica el sexo para el psicoanálisis, más aún, qué implica lo que Lacan denominó: sexuación.  Es allí donde radica buena parte del meollo en cuestión. No hay complementariedad entre el hombre y la mujer como tampoco hay la definición sexual humana en tanto que determinada por la fisiología y la anatomía, donde sería la oposición pene/vagina la que platearía la lógica de la diferencia sexual. Es bien sabido, desde Freud, que la diferencia sexual se introduce por vía de la oposición falo/castración, siendo el primero un significante y no el pene, como regularmente se interpreta y como el mismo Freud incurrió en error de cierta manera al pensarlo en un primer momento así y, el segundo, un borde que remite a lo real como agujero, aquel donde la imagen y el significante se desvanecen y carecen de todo sentido. No hay complementariedad entre la imagen y el agujero, ni entre el significante y el agujero, mucho menos entre el objeto y el agujero o el significante y el objeto. Es allí precisamente donde lo real se juega como imposibilidad, como aquello que no puede terminar de escribirse y que, por tanto, no cesa de no escribirse. Ahora, si entre el hombre y la mujer, Lacan juega a introducir a Dios, bien vale la pena entender su estatuto, el de Dios, en un discurso como aquel que el psicoanálisis funda a la vez que se propone, a través de dicho discurso, una praxis.  

No hay de lo real más que un rastro captado en lo que Freud llamó trauma y que adviene como fantasía al lugar del agujero, de la Recta Infinita (Droit Infinie), la D.I. (léase "dei" para captar la homofonía con la expresión latina para "Dios"). La D.I. es el agujero en cuanto funda lo real, es por eso que Lacan afirma que Dios (Dei) es inconsciente, es decir, allí donde se pone al Otro omnipotente como nombre propio de algo fundador, no hay más que D.I., una Recta Infinita que, como sabemos, se cierra sobre sí misma haciendo borde y formulando el agujero. No hay que hacerse ilusiones místicas con tal alusión lacaniana, pero no faltan quienes caen ansiosamente en su afán de sostener su fe, hasta confundir las cosas a tal punto que llegan a la inversión de la fórmula apurados por hacer consistir al Otro y afirman entonces que: "El inconsciente es Dios". No es raro que en tal posición terminen haciendo del psicoanálisis una religión o algún modo de discurso moral. Pues bien, tal como lo hago notar aquí, los dos enunciados no son equivalentes, de hecho, son, propiamente hablando, diametralmente opuestos.

Así pues, a partir del seguimiento de las migajas, del rastro, de la lógica entre el significante y la fantasía, hacia el encuentro con la D.I, se produce un análisis, es decir, un trabajo de lectura y escritura de algo que no cesa de no escribirse.

John James Gómez G.

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