Fragmento del texto: Aún. Lacan, J. (1972-73). En: El
Seminario, Libro 20. Editorial Paidós. 2004. Pág. 84.
“Personas bien intencionadas –que son peores que las mal
intencionadas– quedaron sorprendidas porque les llegó el eco de que yo colocaba
entre el hombre y la mujer cierto Otro que bien parecía ser el buen Dios de
siempre. No era más que un eco, pero estas personas se convertían gustosas en
su vehículo benévolo.”
Comentario:
"No hay relación sexual” es una frase ya convertida en
cliché cuando se hace referencia a la obra lacaniana. La frase sorprende por su
efecto arriesgado a los ojos del sentido común, pues todos saben que los
hombres y las mujeres suelen practicar el coito así como miles de otros modos del
erotismo. Sin embargo, que un hombre y una mujer tengan “relaciones sexuales”
no implica que haya entre ellos una relación sexual, en el sentido en que Lacan propone considerarlo. Es necesario plantearse la
cuestión de qué implica la noción de relación en el sentido lógico y, por otro lado, qué
implica el sexo para el psicoanálisis, más aún, qué implica lo que Lacan denominó:
sexuación. Es allí donde radica buena
parte del meollo en cuestión. No hay complementariedad entre el hombre y la
mujer como tampoco hay la definición sexual humana en tanto que determinada por la
fisiología y la anatomía, donde sería la oposición pene/vagina la que
platearía la lógica de la diferencia sexual. Es bien sabido, desde Freud, que
la diferencia sexual se introduce por vía de la oposición falo/castración,
siendo el primero un significante y no el pene, como regularmente se interpreta
y como el mismo Freud incurrió en error de cierta manera al pensarlo en un primer momento así y, el
segundo, un borde que remite a lo real como agujero, aquel donde la imagen y el
significante se desvanecen y carecen de todo sentido. No hay complementariedad
entre la imagen y el agujero, ni entre el significante y el agujero, mucho menos
entre el objeto y el agujero o el significante y el objeto. Es allí precisamente donde lo real se juega como imposibilidad, como aquello que no puede terminar de escribirse y que, por tanto, no cesa de no escribirse. Ahora, si entre el hombre y la mujer,
Lacan juega a introducir a Dios, bien vale la pena entender su estatuto, el de Dios, en un discurso
como aquel que el psicoanálisis funda a la vez que se propone, a través de
dicho discurso, una praxis.
No hay de lo real más que un rastro captado en lo que Freud
llamó trauma y que adviene como fantasía al lugar del agujero, de la Recta
Infinita (Droit Infinie), la D.I. (léase "dei" para captar la
homofonía con la expresión latina para "Dios"). La D.I. es el agujero
en cuanto funda lo real, es por eso que Lacan afirma que Dios (Dei) es
inconsciente, es decir, allí donde se pone al Otro omnipotente como nombre
propio de algo fundador, no hay más que D.I., una Recta Infinita que, como
sabemos, se cierra sobre sí misma haciendo borde y formulando el agujero. No
hay que hacerse ilusiones místicas con tal alusión lacaniana, pero no faltan
quienes caen ansiosamente en su afán de sostener su fe, hasta confundir las
cosas a tal punto que llegan a la inversión de la fórmula apurados por hacer
consistir al Otro y afirman entonces que: "El inconsciente es Dios".
No es raro que en tal posición terminen haciendo del psicoanálisis una religión
o algún modo de discurso moral. Pues bien, tal como lo hago notar aquí, los dos
enunciados no son equivalentes, de hecho, son, propiamente hablando,
diametralmente opuestos.
Así pues, a partir del seguimiento de las migajas, del
rastro, de la lógica entre el significante y la fantasía, hacia el encuentro
con la D.I, se produce un análisis, es decir, un trabajo de lectura y escritura
de algo que no cesa de no escribirse.
John James Gómez G.
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