Fragmento del texto: “Las Paradojas de la Ética”. Lacan, J.
(1959-60). En: La Ética del Psicoanálisis, El Seminario, libro 7. Editorial
Paidós. 1992. Pág. 375-376.
“¿Qué proclama Alejandro al llegar a Persépolis al igual que
Hitler llegando a París? Poco importa el preámbulo –He venido a liberarlos de
esto o de aquello. Lo esencial es lo siguiente –Continúen trabajando. Que el
trabajo no se detenga. Lo que quiere decir –Que quede bien claro que en caso
alguno es una ocasión para manifestar el más mínimo deseo.
La moral del poder, del servicio de los bienes, es –En
cuanto a los deseos pueden ustedes esperar sentados. Que esperen.”
Comentario:
La ética tradicional, desde la Época Clásica, ha estado
ligada a la moral del poder. Se trata de un ordenamiento desde el cual las
cosas son pensadas como juicios que deben estar orientados de acuerdo con la
moral del amo. El otro debe estar en posición de servidumbre si es que espera
mantenerse con vida o, en todo caso, si espera seguir contando con el
reconocimiento del amo. Y no digamos que con el amor del amo, porque la
posibilidad de equívoco entre amo y amor, dada la cercanía de los grafemas, no
existe en otra lengua diferente al español. Ya tendremos tiempo para mirar esa
singularidad de nuestra lengua. Por lo pronto, lo que interesa es indicar la
relación entre lo que común y tradicionalmente se entiende por ética y la moral
del poder.
Sea cual fuere la institución social en juego, desde la
Polis en la antigua Grecia hasta el Estado moderno, pasando por la religión y
cualquiera de sus creaciones, por ejemplo, la universidad, que es una variante
del discurso del amo, el problema de la ética se ha concebido a la luz de los
ojos del bien para el amo. En otras palabras, en esa modalidad, la cuestión de la ética apunta a
la protección de los bienes para procurar lo que conviene a
los fines del amo.
En dicha concepción la ilusión del servil, que también puede
verse en tal posición como un ser vil, es la de llegar a ser bueno para el amo,
cosa que debe entenderse también como ser un bien más para el amo. Devenir en
un bien para el amo, prosternándose y entregándose al ejercicio de la moral del
poder concebida por el amo, es el punto en el cual el deseo es cedido, quedando
así conminado a la culpabilidad. En esa culpabilidad espera obtener algún día,
por parte del amo, la autorización para desear. Es un callejón sin salida; una
aporía en su sentido más siniestro. El temor a no ser ya un bien para el amo
por arriesgar a la subversión como sujeto deseante, lo hace retroceder.
Prefiere renunciar al deseo y entregarse a la culpabilidad. No es otra cosa lo
que Freud llamó necesidad incosnciente de castigo y que en el trabajo clínico
se manifiesta con la reacción terapéutica negativa. El Yo espera la salvación,
un amo que lo libere de los avatares y el desasosiego que está vinculado con el
deseo, que lo libere de la angustia de castración; prefiere obedecer, enfermar,
morir sin haber vivido, con tal de no renunciar al la posición servil ante el
amo. Es esa la condición propia del neurótico, es su padecimiento del cual incluso se jacta ante los otros mientras sufre en secreto. Por ello, la
pregunta que implica a la ética del psicoanálisis y que sólo se revela en su
sentido más puro en la experiencia analítica no es otra que ¿Ha actuado usted conforme
al deseo que lo habita?
La ética del psicoanálisis no es otra que la ética del deseo, no la del poder moral y en ello estriba su mayor rasgo subversivo. Lógicamente, devenir deseante implica incomodarse,
moverse más allá de ese amo al que se sirve. El deseo no puede ser sino
subversivo, lo que no significa que sea violento. De hecho, la violencia
proviene precisamente de la ambivalencia entre amor y odio en relación con ese
amo que no se soporta, o bien procede del amo que no soporta que el otro
devenga deseante exponiéndolo así a la angustia de castración.
Así, en ocasiones, el precio de asumir la ética del deseo es
la exclusión a manos de quien se supone a sí mismo un amo y, como tal, no
soporta la angustia de castración, razón por la cual se aboca a la desaparición
del otro que, como sujeto deseante, le resulta perturbador. Ese amo, al
"desaparecer" al otro, intenta desalojar su propia repetición, de la
cual no es posible escapar pues es imposible huir de sí mismo. Ante una
posición tal, sin duda, la ética del deseo es una elección no negociable.
John James Gómez G.
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