martes, 3 de diciembre de 2013

Fragmento del texto: Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. Lacan, J. (1960). En: Escritos Editorial Paidos, 2ª ed. 2011. pp. 769.

“Esta imagen, yo ideal, la que se fija desde el punto en que el sujeto se detiene como ideal del yo. El yo es desde ese momento función de dominio, de prestancia, de rivalidad constituida.”

Comentario:

El punto en el que el sujeto, que es efecto del lenguaje y de la falta que éste introduce, se fija como imagen de un yo que es ideal por suponerse dueño de sí mismo y unidad diferenciada, absoluta, plena, de cualquier Otredad, implica una posición necesariamente especular. Desconoce a partir de ese momento aquello que le es constituyente, a saber, el lugar del Otro, a la vez que desconoce la duplicidad de la que es presa por tener en el otro a su doble. Ninguna tontería lo muestra mejor que el momento de la rivalidad imaginaria en la que reclama a otros la propiedad de las palabras al decir, no sin cierta cuota agresiva: “esas palabras son mías”. Intentando señalar en su desesperación, también en su desesperanza, que ellas han estado alguna vez en su boca, dando cuenta así de cómo éstas advienen al lugar de la función imaginaria del falo. 

El padecimiento que lo acosa deriva de la imposibilidad de sostener semejante ilusión. Encuentra en la fantasía su sostén a la vez que su insoportable realidad. Fantasía en la que atribuye al Otro una omnipotencia que le demanda responder por esa imagen en la que se fija, ante lo cual, la imposibilidad de tal empresa lo conmina al fracaso desde el momento mismo en que imagina si quiera alcanzarla. El yo desconoce su falta de unidad, es decir, la división que le es constituyente, el sujeto del que se trata.

Ante el tropiezo inevitable aparece la impotencia que no puede ser sino sentida, desde el principio mismo, como agresividad por un Otro incomprensible en su demanda y por los otros, semejantes, a los que supone una mejor suerte. Se escuchan retumbar en las paredes de los consultorios las quejas insistentes del yo que se pregunta ¿Qué quiere el Otro de mi?, mientras arremete con ira contra el semejante, bien por vía de la vanidad, bien por la de la ira voraz. Y no sabe muy bien donde poner a aquel a quien habla en ese consultorio, a veces lo seduce, a veces lo agrede, a veces, incluso, lo llama a que dé consistencia a ese Otro que supone omnipotente. Es allí donde se prueba de qué está hecho el deseo que sostiene a ese que se presta al lugar llamado de analista, pues de no reconocer en ello la celada de la transferencia, la probabilidad de que se produzca el analizante y con él, el analista como función en su decir (la del mismo analizante), se reduce a la nulidad.

Nada más difícil de sostener que una práctica en la que la posición requiere prescindir de la imagen misma en la que se fija la ilusión del dominio de sí. Supone toda una paradoja, si se reconoce que aquel que se presta al lugar del analista tendría que intentar dominarse para no dejarse llevar por la ilusión de ser capaz de dominarse. Es ese el riesgo de su tarea que no es soportable sino a condición de haber abandonado tal ilusión asumiendo  en su propio trabajo como analizante la división constituyente. Es en el reconocimiento de la división del sujeto que lo funda en que el yo puede hacer entrar la palabra justa. No se trata pues de prescindir del yo, cosa por demás imposible, sino de descentrarlo de su ideal al punto de que pueda hacer advenir el sujeto del inconsciente y con él, al saber que le permita reconocer el deseo que se vela tras ese afanoso y desesperado deseo de reconocimiento. 

John James Gómez G.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....