jueves, 5 de diciembre de 2013

Fragmento del texto: La dirección de la cura y los principios de su poder. Lacan, J. (1958). En: Escritos Editorial Paidos, 2ª ed. 2011. pp. 585. (Segunda Parte).

“Han sido una vez más los ingleses, autóctonos o no, los que han definido más categóricamente el final del análisis por la identificación del sujeto con el analista. Ciertamente, la opinión varía según se trata de su Yo o de su Superyó. No se domina tan fácilmente en la estructura que Freud desbrozó en el sujeto si falla la distinción entre lo simbólico, lo imaginario y lo real.”

Comentario:

Freud había inventado entonces el psicoanálisis, pero, a pesar de sus inconmensurables esfuerzos, difícilmente podría decirse que logró articular la lógica de su praxis. Su esmero dio los recursos necesarios y su rigurosidad y empeño lo llevaron a avanzar a lugares que él mismo en principio no imaginaba. Descubrimientos inéditos en la historia que hicieron desvanecer las ilusiones de omnipotencia propios de la vanidad humana. Dejó demarcado así un camino que pronto fue abandonado por sus “herederos”. La finalidad del análisis se convirtió en la adaptación a un principio de realidad en el que se olvidaba que la realidad misma era por definición una ficción, una versión fantasmática, velada, de lo inmundo de la condición humana. Ese olvido era un tropiezo mayor que aquel con el que Freud se había encontrado y del que hicimos referencia en la primera parte de este comentario. Con tal olvido se renunciaba al descubrimiento mismo de Freud y se intentaba desesperadamente devolver al Yo su banal vanidad y su ilusión de total dominio de sí. Sin embargo, Ello no paraba de retornar.

Fue entonces necesario para Lacan un retorno a Freud. Un retorno que, por demás, implicaba reconocer el estatuto mismo, inédito, del descubrimiento que había sido ya olvidado. Para abordar el punto que había resultado infranqueable, se hizo necesario para Lacan la logicización de la invención de Freud, llevada ésta más allá de los límites que la lógica aristotélica y la comprensión anatomofuncional le imponían. Lo real, lo simbólico y lo imaginario, se constituyeron como el punto de anudamiento de una nueva lógica que sólo encontraba su fundamento si se comprendía el valor de la paradoja, tal y como de ella Bertrand Russel había demostrado su estructura a la vez que se otorgaba el justo valor a la lógica que ya el estoicismo antiguo había dejado fundada.

La diferenciación entre del Yo y el sujeto del inconsciente fue paso crucial para trazar no solo el camino de la praxis analítica, es decir, del trabajo del analizante y de la función de la interpretación, sino también para dar paso a una solución posible a la aporía freudiana.

Allí donde Freud temía el fracaso de los fines terapéuticos del psicoanálisis, Lacan encontró lo real: el hecho constatable de que el no-todo es precisamente constituyente, pues sólo hay inconsciente en la medida en que por el efecto del lenguaje, ya no hay más complementariedad entre los sexos, la finalidad de la vida no es la supervivencia ni la reproducción y la pulsión engendra un deseo y un goce que nada tienen que ver con la necesidad. Hay pues un punto en el cual la representación no alcanza a representar, pues lo real es irrepresentable, razón por lo cual el lenguaje, incluso como escritura en el sentido de la lógica, sólo alcanza a arañar algo de eso que no cesa de no escribirse. Es ese punto asintótico el que mueve al sujeto del inconsciente e interroga al Yo constantemente. Ese Yo que aspira al ideal y a la ilusión del confort perpetuo, de la ausencia de perturbación, de un buen origen (eugénesis) y un sentido de alguna manera divino, o sea, aspira a desalojar lo real  y entre más se esfuerza en tal empresa, más fuerte es su padecimiento pues eso real retorna cada vez más feroz, más atroz y en ocasiones absolutamente devastador, con el rostro de la muerte misma. 

¿Cuál otro podía ser el fin de un análisis sino el hecho de que pueda articularse una manera en que lo real sea soportable aunque siga siendo imposible y sea reconocido como causa misma del deseo y el goce y no como que enfermedad que debe ser desalojada? ¿Cómo lograr tal fin sino se hace uno por uno? ¿Cómo ostentar algún tipo de estándar si con ello se desconoce la singularidad misma que atañe al deseo y al goce a pesar que estos se constituyan en el lazo al Otro?

Es cierto! El psicoanálisis no tiene como fin una terapéutica, pues reconoce que el síntoma no es enfermedad sino intento de soportar lo real y de sostener el lazo al Otro. No obstante, lo efectos del psicoanálisis son, precisamente, aquellos en que se devuelve al sujeto su dignidad y a partir de lo cual es posible no vivir signados por una culpabilidad inconsciente, que no deja de convocar a la necesidad inconsciente de castigo y al encuentro con la ferocidad de los ideales y lo real que retorna siendo padecido por no saber cómo servirse de él. No se trata de una solución vía la caridad, la lástima, la filantropía ni el altruismo, posiciones que buscan siempre poner al otro en el lugar de una víctima que requiere ser salvada y en la cual la responsabilidad queda elidida. Se trata de una solución que permita al sujeto hacerse responsable de la lógica de su existencia, del deseo y el goce que lo habitan sirviéndose de lo real como causa en tanto no hay tal cosa como un sentido predeterminado para la existencia aunque en su fantasía el Yo así lo creyera. De ser ello posible, las probabilidades de la invención y del saber hacer con lo imposible de soportar se hacen casi infinitas.


John James Gómez G.

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