Fragmento del texto: El malestar en la cultura. Freud, S.
(1930). En: Obras Completas, vol. XXI. Amorrortu Editores. pp. 78. (Primera
parte)
“Lo que se consigue mediante las sustancias embriagadoras en
la lucha por la felicidad y por el alejamiento de la miseria es apreciado como
un bien tan grande que individuos y aun pueblos enteros les han asignado una
posición fija en su economía libidinal. No sólo se les debe la ganancia
inmediata de placer, sino una cuota de independencia, ardientemente anhelada,
respecto del mundo exterior. Bien se sabe que con ayuda de los «quitapenas» es
posible sustraerse en cualquier momento de la presión de la realidad y
refugiarse en un mundo propio, que ofrece mejores condiciones de sensación.”
Comentario:
“Quitapenas” es la expresión con la que Freud nombró el
efecto que conlleva el uso de las
sustancias que hoy en día son llamadas “psicoactivas”, desde el alcohol y el
tabaco, pasando por las consideradas ilícitas en el sentido legal. Claro,
siempre que se establecen criterios de calificación en el mundo se hacen usando
la división moral entre el bien y el mal, definida generalmente desde los
ideales útiles al mercado. Es por eso que suele no incluirse en dicha categoría
a los psicofármacos, tal vez uno de los objetos que más capital producen en la
actualidad, a la par del capital que la
religión y la guerra proporcionan, aunque éstos últimos usualmente generen iguales o
mayores estragos que los otros, cosa harto demostrada por nuestra llamada
“historia humana”.
El Yo quiere “embriagarse”. Si no puede quitarse de encima
su falta de omnipotencia y los efectos perturbadores de la pulsión, al menos
intenta quitarse las penas que le afligen por ello. Intenta entregarse a otra cosa que lo consuele allí donde las palabras, la sublimación y el síntoma, ya no le
resultan suficientes. En otras ocasiones, tal vez donde la paranoia es aquello
mismo que embriaga al Yo, las penas que se cree con certeza como causadas por
otros, se intentan aniquilar borrando la existencia de esos otros; sin duda
Hitler ha sido uno de los ejemplos más evidentes de ello. El Yo no deja de
encontrar con qué embriagarse. Intenta hacer de todo su quitapenas, del amor, de
la televisión, de la internet, del teléfono celular, de cualquier cosa que
pueda “distraerlo” de su “dolor de existir” como atinaron en llamaron los
budistas. No basta el pseudo-olvido que la represión le procura pues no todo lo
inconsciente es susceptible de ser reprimido y los efectos de ello se sienten
como angustia que no para de retornar. Trata entonces de “hacerse el loco” ante
ello pero, si no lo logra, siempre echa mano a la primera cosa que puede,
incluso a su propio órgano genital, pues es bien sabido cómo la masturbación sirve
a tales fines. Sea como fuere, la angustia, insoportable para el Yo, le acosa y
él intenta desesperadamente quitársela de encima pues es seguramente su mayor
pena.
Así, el problema no son los objetos ni las sustancias,
aunque seamos testigos cada día de la manera en que se les otorga a ellas
mismas la causalidad de las denominadas “adicciones” (también a- dicciones, en el sentido de lo no-dicho, como lo han
señalado varios psicoanalistas, entre ellos, Néstor Braunstein, tomando a Aníbal Lenis). Se les
califica como lo que animaría al sujeto a hacerse adicto cayendo así en una posición
animista, propia del Yo, renuente a
asumir su responsabilidad y apurado siempre por inculpar a otro, dicho sea de
paso, esa (inculpar a otro) es otra manera bastante común de intentar atenuar sus penas, por ello el neurótico siempre
puede decir a alguien más: "… viste… por tu culpa…"
John James Gómez G.
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