Breve comentario sobre la clase dictada el 9 de enero de 1973
El Seminario de Lacan
Aun
Con el fin de retomar nuestro trabajo de comentario de textos para el segundo semestre de este año, comparto hoy con ustedes el comentario a propósito de la clase La función de lo escrito, que
presenté el pasado 12 de julio en el marco del trabajo de lectura del Seminario Aun, en la Asociación Foro del Campo Lacaniano de Pereira.
Comencemos por el final:
En el discurso analítico ustedes suponen que el sujeto del inconsciente sabe leer. Y no es otra cosa, todo ese asunto del inconsciente. No sólo suponen que sabe leer, suponen también que puede aprender a leer.
Pero sucede que lo que le enseñan a leer no tienen entonces absolutamente nada que ver, y en ningún caso, con lo que ustedes de ello pueden escribir.
¿Qué justifica comenzar por el final? El hecho de que desde allí, retroactivamente, podemos retornar al primer tiempo de lo traumático de esta clase dictada por Lacan. Traumático, por supuesto, en la medida que solemos quejarnos de la incomprensión que representa para nosotros leerlo. Seguramente, tan traumático para mí, como para ustedes. Al menos, eso espero. Lacan mismo lo señaló al comenzar su clase. Lo dijo a propósito de sus escritos a los que llamó una poubellication, pues es mucho menos que poco, lo que puede escribirse, que se “sostenga firme” a largo plazo cuando se trata de lo inconsciente, es decir, de la realidad sexual que implica el hecho de que no hay relación complementaria que lleve a la totalidad y completitud de alguna cosa. Lacan lo sabía, por eso, aparentemente, no tenía muchas esperanzas en sus escritos. Claro está, esa falta de esperanza era pura apariencia, pues de no haber tenido ninguna, no los hubiera publicado ni gozado de las consecuencias de hacerse una celebridad más allá de los círculos psicoanalíticos, de un día para otro, gracias a ellos.
En cuanto a su seminario, lo traumático, la incomprensión, es todavía mayor. Por eso es engañosa la postura de suponer que son más legibles o menos oscuros. En todo caso, son menos confiables, ya que de ellos nos queda un resto mucho menos depurado del que podemos hallar en los Escritos. Hay dificultades adicionales para nosotros que no estuvimos ahí durante sus clases, por tratarse de una experiencia de enseñanza oral, establecida luego por otros, entre los cuales hay un Molinero, quien se toma a sí mismo por el único dueño de la buena semilla con la que se hará del psicoanálisis una próspera cosecha de vacas gordas. Nosotros, si es que somos vacas, somos de las más flacas, así que nos alimentamos de varios prados para no morir de hambre. Comparamos versiones. Sabemos que no hay otra manera de hacer frente a la perversión de aquel que se pone en el lugar del proto-padre de la horda, que planteando enigmas sobre el problema de la père-versión textual constituyente.
Entonces, el problema radica en que hay cosas que no son para leerse pero pueden, más o menos, escribirse. Hay otras que pueden leerse pero nada garantiza que de ellas algo pueda escribirse; como decía Lacan, no cesan de no escribirse. Parece que de eso se trataba el psicoanálisis para él, freudiano más que ningún otro; acoger a un sufriente dispuesto a decir disparates que pudiesen llegar a leerse bajo ciertas claves, es decir, a hacerse analizante: alguien que se pone a la tarea de aprender a leer algo de esa realidad sexual del inconsciente. Sin embargo, el analista puede devanarse los sesos tratando de escribir algo de eso y no llegar a encontrar las fórmulas. Si quieren una muestra, miren más adelante en el seminario y encontrarán esas fórmulas ricas e inacabadas, que se han llamado “de la sexuación”. Miren también cómo da vueltas en estas primeras clases a sus matemas de los discursos, intentando ir desde ellos hacia unas nuevas fórmulas, introduciendo nuevas letras. Allí se expresa la única realidad constatable, a saber, que hay cosas que no marchan como un relojito, que no se acomodan a las recetas y que lo que hacemos para formularlas es hacer entrar ciertas letras que permitan corregir un poco más, cada vez, esa escritura siempre imprecisa e inacabada. Por supuesto, hay quienes hablan y escriben como si tuvieran todas las respuestas, reductibles incluso a recetas; si no me creen lean libros de autoayuda, o escuchen a Flavia Dos Santos, a quien una apreciada analista de nuestro Foro llamó, atinadamente, “Labia Dos Santos”. En todo caso, no estoy seguro de que encomendarse a Dos Santos, o a muchos más, sirva para salvarse de la imposibilidad de la relación sexual.
Ahora bien, si entre lectura y escritura hay una disimetría, es necesario explicar de qué se trata esa disimetría y qué lugar puede dársele. Es, en esa vía, que Lacan planteó el asunto que, según dijo, abordaría ese día: “¿cómo, en el discurso analítico, hemos de situar la función de lo escrito?”. A partir de esa pregunta enunció algunas tesis. La primera, que pueden encontrar en la página 38 de la edición de Paidós, es la siguiente: “La letra es algo que se lee”. Y agrega algo más, “en el discurso analítico no se trata de otra cosa”. Entonces, en el discurso analítico se trata de la letra y de leer; no necesariamente de oír o escribir. Para comenzar, habría que preguntarse al menos, a fin de no tragar entero, ¿qué podemos entender por leer? Digamos primero que leer puede entenderse como el uso de ciertas claves para hacer un re-corte. Para notarlo mejor tomemos ejemplo de la experiencia analítica. Si leer es re-cortar un texto a partir de ciertas claves, llamémoslas claves de lectura, lo que se hace en el análisis es tomar lo dicho como un texto que se puede recortar para producir algo que ya estaba ahí, no oculto, sino de otro modo. En música también puede notarse; hay varias claves, ustedes lo saben. De allí que la música sea una forma de escritura parecida al algebra. Lo interesante es que, entonces, las claves pueden cambiar el modo en que se nombra lo que se lee, aunque a-parezca escrito de la misma manera. Inténtenlo también con las puntuaciones en las frases que pronunciamos, por más tontas que parezcan. No es lo mismo decir: “vamos a jugar sapo”, que, “vamos a jugar, sapo”.
Leer implica, pues, servirse de ciertas claves que constituyen una gramática. Eso se relaciona, como lo indicó Lacan en esa clase, con el hecho de que en el análisis no se trata de decirlo todo, sino de decir cualquier cosa, de decir necedades, tonterías, bestialidades. Esa dimensión de la bestialidad, de la necedad, es el lugar desde el cual hablamos cuando estamos en posición de analizantes, y también en el discurso corriente. Hablamos como bestias. No es una metáfora. Lacan mismo afirmaba que los animales no humanos, las otras bestias, hablan, usan la palabra (parola), es decir, paradas, posturas, marcas reconocibles por otros animales, que funcionan como formas de comunicar algo, incluso, que llegó el momento de “joder”. Comunicación inequívoca, a diferencia de la nuestra. La diferencia está en que esas otras bestias hablan, como nosotros, pero no en el mismo campo que nosotros. Nuestro campo –que no es un trigal–, lo pueden leer en la página 39 del texto, es el del lenguaje. Ese campo, por cierto, permite que lleguemos a tanto como la ilusión de que hay un “yo que hablo” y, entonces, nos creemos superiores, dioses entre las bestias. Por tanto, en el análisis se trata de asumir la dimensión de la bestialidad, quitando el acento de ese yo que cree tener idea de lo que dice, para escuchar eso dicho como si fuera un texto que está escrito en algún lugar, y tratar de explicar algo a partir de allí, no de comprenderlo. Ahora, ¿dónde está eso que ha de leerse? En el campo del lenguaje.
Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, es el título de uno de los escritos de Lacan. El campo es el del lenguaje. La función, al menos una de ellas, es la de la palabra. Función de la palabra y campo del lenguaje; podríamos redistribuir el título. Lo que Lacan nos muestra a partir de su mención a ese texto es que resulta necesario retornar a eso, que había escrito tiempo atrás, para agregar algunas letras. No hay solo una función. Es necesario discernir las funciones para separar al menos tres, a saber, función del lenguaje, función de lo que se oye y función de lo escrito. Si siguen con cuidado el recorrido hecho en la clase, verán cómo introduce cada una. No son equivalentes, ya veremos porqué. Lo que sí tienen en común es que, por ser funciones específicas del campo del lenguaje, pueden ubicarse en relación con el discurso. De hecho, no acontecen sino en su marco.
Situemos las letras. Primero la a, a la que llama objeto. Luego, A, dice, que sirve para ubicar un lugar, como en el álgebra de conjuntos, con todas las dificultades que implica la noción de espacio, de topos. Si lo leen con atención, ven que Lacan no se confía: “¿Cómo puede una letra servir para designar un lugar? Se ve que hay algo abusivo en ello.” Esa A designa el lugar del Otro. Está justificado un uso tal por el álgebra de conjuntos, pero no sin tener en cuenta la paradoja de Russell, que pone de manifiesto la falla estructurante del conjunto universo. Por eso se refiere a Nikolas Bourbaki; no es una elección gratuita, es un juego irónico, de esos que parecían gustarle tanto, en este caso usado como analogía del problema de la letra A. Nikolas Bourbaki es uno a las vez que muchos. Es un nombre para situar un lugar en el cual se pueden encontrar ciertos significantes en modalidades de fórmulas y teoremas. Pero la cuestión es que Nikolas Bourbaki, como tal, son letras con las que se sitúa algo impreciso, a saber, lo que intentan escribir un conjunto de matemáticos franceses que son los autores del libro pero que, como tal, están ahí, nombrados, de otro modo; ellos están ahí en función de a, de lo que falta. Entonces ante esa falla de A, Lacan se asegura un poco, dice, redoblando la A con una S, para escribir S(A/Barrada). Queda entonces indicado que esa letra marca un lugar que no se sostiene, que tiene una falla estructurante y necesita un “S”ostén, una S que le permita disimular la falla y osten-tar (y sostentar) una apariencia de estar completo. Una S que es la tercera letra con la cual designa al significante y aclara que “Lo escrito no pertenece en absoluto al mismo registro, no es de la misma calaña, […] que el significante.” Ubica al significante como lo que se introduce por el discurso de la ciencia, pero indica, de inmediato, que “Distinguir la dimensión del significante cobra relieve sólo si se postula que lo que se oye no tiene ninguna relación con lo que significa. Este es un acto que solo puede instituirse con el discurso científico”. Esta afirmación no indica sólo la importancia de Saussure, padre la ciencia lingüística, a quien criticará luego por no haber hecho más que eludir esa cuestión crucial al hablar de arbitrariedad; se trata, sobre todo, de indicar que el significante, en la ciencia, no tiene nada que ver con lo que pasa por el significado, sino, oigan lo siguiente, E=MC2. Pueden oírlo, estoy seguro, pero probablemente no todos podamos decir alguna cosa sobre lo que eso significa, mucho menos sobre sus usos y sus consecuencias. Probablemente lo únicos que hayan oído de cerca sus más siniestras consecuencias no puedan contarlas; de ellos solo quedaron restos, en Hiroshima y Nagasaki. De todas maneras, intenten explicarlo y tal vez lleguen a leer algo, que no es lo mismo que escuchar el significante.
Ahora, si han estado atentos en su lectura del seminario, ya habrán notado que nos saltamos una letra según el orden presentado por Lacan:
La introdujo diciendo “finalmente”, antes de hablar con detalle del significante. ¿Qué hace entonces? Aclara que esa letra “debe distinguirse de la función únicamente significante que hasta el momento se promueve en la teoría analítica con el término falo.” Esa distinción es necesaria para declarar la función de esa letra que no es la del falo como significante sino de la letra F que cumple también una función, la de lo escrito. Dicho de otra manera, ella va al lugar de lo que no puede escribirse, es la letra que sustituye la imposibilidad de escribir la falta de relación sexual. Entonces, las tres funciones, introducidas con esas letras, quedarían distribuidas de la siguiente manera:
a = función del lenguaje, lo que marca la falta estructurante.
S(A/Barrada)= función de lo que se oye, función de la palabra (lo que se oye no tiene ninguna relación con lo que significa).
= función de lo escrito, es decir, de lo que no puede escribirse.
Veamos cómo lo escribe Pierre Alain Lecat, a nivel de los discursos en su establecimiento de El Seminario:


Dicho esto, retornemos a la cuestión del significante, pues, sobre él, Lacan agrega algo más. Dice: “El significante como tal no se refiere a nada que no sea un discurso, es decir, un modo de funcionamiento, una utilización del lenguaje como vínculo”. Este vinculo es entre seres que hablamos en el campo del lenguaje; las otras bestias si bien hablan, no hacen vínculo, aunque anden en manadas y se reproduzcan. Porque el significante no tiene que ver con la reproducción de las células, sino con la repetición en el cuerpo; hay diferencias. Cuando Lacan habla de la ambigüedad de la vida y la muerte a nivel del significante lo destaca, no puede hablarse de la reproducción de un cuerpo, “no puede ella misma designarse ni con la vida ni con la muerte, ya que, como tal, en tanto sexuada, entraña ambas, vida y muerte.” Esa repetición propia de la reproducción de los cuerpos –que no son las células– a nivel del significante está, de tal modo, atravesada por la imposibilidad de escribir algo sobre la vida y la muerte, aunque mucho hablemos de ello, que lleva a establecer concepciones del mundo. Lacan ubicó a la filosofía en esa vertiente. Piensen en filosofías de cualquier época. Aún en el siglo pasado, Foucault hablaba de un “cuidado de sí”. Suponer el ideal del cuidado de sí requiere de una concepción del mundo, de cómo deberían ser las cosas, por tanto, de un origen y un fin por lo que hay que consagrarse a una cierta manera de deber ser. El psicoanálisis no es eso. Podríamos decir, para poner a jugar un poco las cosas, que en el psicoanálisis se está más cerca de una práctica descuidado de sí, si atendemos a lo dicho acerca de quitar el acento del “yo que hablo”.
El yo, como eje y centro del mundo, solo tiene sentido en una concepción del mundo particular, lo cual nos lleva también a la ontología a la que se refiere Lacan y al problema del verbo ser. La cópula que puso a dudar a Aristóteles pero de la cual no pudo deshacerse llegando a situar lo que es [τό τί ἑστι] y la esencia [τό τί ἦν εἶναι]. Decir “yo soy x cosa”, cualquiera que sea, da cuenta de esa marca de una supuesta esencia que definiría la materia, la estofa, de lo que algo es. Lacan hace un juego de palabras al respecto, que en la traducción se pierde: “Se pronuncia es lo que es, y podría asimismo escribirse esloqués”. El problema es que con esa traducción seguimos en el nivel del significante, de la función de lo que se oye, y no de la lectura y la letra. Lo que Lacan dice es: “Ça se prononce «c’est ce que c’est», et ça pourrait aussi bien s’écrire «s,e,s,k,e,c,e»…”. Pasamos del significante a la escritura, reducción del significante a la letra, clave, como ustedes bien lo saben, en la interpretación analítica. Esa reducción del significante a la letra deja en evidencia la cuestión central del discurso del ser, a saber, “el ser de las órdenes, lo que habría sido si tú hubieses escuchado lo que te ordeno”. Estamos allí en el discurso del amo. Ante ello, concluye Lacan que: “El significante es ante todo imperativo”. Por esa vía pueden ustedes ver cómo se materializan algunas filosofías modernas en eso a lo que se llama hoy psicoterapias. Pero hay que estar atentos. Tampoco se trata de creer que es posible introducir algún discurso especial que nos lleve a una realidad prediscursiva. Como indica Lacan, según aparece en la página 43, ese [el de un discurso que introduzca una realidad prediscursiva] “es el sueño de toda idea de conocimiento”. Y, entonces, enuncia otra tesis: “No hay ninguna realidad prediscursiva. Cada realidad se funda y se define con un discurso”. La cuestión, por tal razón, consiste en saber de qué discurso se trata, en este caso, el que nos compete en la práctica psicoanalítica, lo cual nos lleva a la cita inicial.
Entonces, ¿qué dice Lacan acerca del discurso analítico? Que en él se habla de lo que no anda, de lo que jode, de “joder”. Pero aclara que esto no es privilegio del discurso analítico, sino que también se expresa en el discurso corriente, y puntúa estas palabras de otra manera que en la versión de Paidós se escribió disco ursocorriente, en el original: le disque ourcorant. Luego de lo cual, por cierto, encontramos que, en ese párrafo en particular, hay algunas diferencias de parte de Miller en su establecimiento, con la de STAFERLA y con las estenografías de la biblioteca de la École lacanienne de psychanalisys. En la traducción al español, del establecimiento de Miller, dice lo siguiente:
Escríbase disco ursocorriente, disco-fuera-de-corriente, también fuera de campo, fuera de juego respecto de todo discurso y, por tanto, disco sin más, eso que gira y gira exactamente para nada. El disco se encuentra exactamente en el campo a partir del cual todos los discursos se especifican y donde todos naufragan, donde cada quien es capaz, tan capaz como cualquiera, de proferir tantos enunciados como el que más, aunque por un afán de lo que llamaremos, con toda justificación, decencia, lo hace, al fin y al cabo, lo menos posible.
Ahora, veamos cómo está establecido el párrafo en las otras dos versiones:
Es claro que está también en eso que ahora llamé el discurso y que lo escribimos en casi una sola palabra: el disco, el disco-fueracorriente, el disco, también, fuera-campo, fuera de juego de todo discurso, a saber, el disco simplemente. En el disco que es, ante todo, el ángulo bajo el que podemos considerar todo un campo de lenguaje, el que en efecto da bien su substancia, su estofa (materia, tejido), al ser considerado como disco, a saber que eso gira, y que eso gira precisamente para nada, este disco es exactamente lo que se encuentra en el campo, en el campo donde los discursos se especifican, el campo donde todo se ahoga, donde cada uno es capaz - tan capaz como cualquiera - de decir tanto, pero por una preocupación de lo que llamaremos, es justo hacerlo, decencia, lo hace -¡Dios mío! - lo menos posible.
La omisión acerca de la estofa, la substancia y del disco como el ángulo bajo el que podemos considerar todo un campo de lenguaje, en la versión de Miller, oscurece lo que de topológico Lacan allí introduce en torno al campo del lenguaje y al discurso mismo. Permítanme mostrarles de qué se trata:


El primero es un modelo de árbol, ilusión de que puede conocerse algo del viviente por fuera del discurso, en un estadio prediscursivo; nido de las neurociencias. En ese modelo las ramas pueden separarse, ni siquiera podemos hablar de un discurso. En el segundo, que es modelo de un circuito, el corte no separa sino que interrumpe la corriente, interrumpe el campo; es a lo que se refiere Lacan con el juego de palabras sobre el disco sin más, pero aunque sea el disco, sin más, lo que se aísla no queda excluido, sino como huella de un cuerpo borrado, forma del objeto a, como ustedes bien lo saben. Su estofa, su materia, es la materialidad, sutil, del lenguaje. La del primer modelo es la materialidad de physis, allí no hay nada que pueda llamarse realidad, de acuerdo con lo que el discurso corriente y el discurso psicoanalítico tropiezan, es decir, con la realidad sexual del inconsciente, el hecho de que no hay relación sexual. El problema es el que en el discurso corriente, eso gira sin que pueda introducirse algo de la lectura y de la letra. Por más ingenuo, bestial, necio que parezca, por más que salga del circuito, se mantiene en el campo del lenguaje, y lo que está por fuera es, justamente, lo que de la A, falla, lo que no puede escribirse y que es la función del lenguaje, letra a. El discurso analítico no se ocupa de otra cosa que de lo que, por efecto de lo escrito, se produce como discurso. Ese es, a mi juicio, el campo freudiano que Lacan extrae de la obra fundadora. Con lo cual, lo confieso ante ustedes, no sin pudor, que no sabría decirles, si llegasen a preguntármelo, ¿qué es un campo lacaniano?. Pero, en fin, continuemos.
Para introducirnos en la dimensión, en la función de lo escrito, Lacan retoma el hecho de que el significado no tiene nada que ver con los oídos. Es decir, que el significado no tiene que ver con el significante, ya que el significante es lo que se ubica en la función de lo que se oye. Y afirma: “El significado es el efecto del significante”. En ese orden de ideas, el paso del oír al leer, implica preguntarse de dónde viene eso. Si ese paso puede darse, es probable que pueda hacerse un re-corte que lleve a introducir, como efecto de discurso, la dimensión de la letra. Así, se suspende, al menos transitoriamente, la ilusión de que es posible saber quién lo dice. Entonces, reitero, leer implica hacer entrar la dimensión de la letra y la letra es efecto de discurso. Se puede estar en el lenguaje, a la vez que fuera de discurso. No a la inversa. El delirio desencadenado es un ejemplo posible. También algunas formas de las aspiraciones de los neurocientíficos que no escapan al delirio, lean a Kosko. Freud, que no fue un cabeza de chorlito, triunfó donde el paranoico fracasa al introducir el discurso analítico para articular un saber sobre lo imposible.
Ante ese panorama, preguntemos, ¿cómo es posible responder la pregunta qué es algo? Es decir, ¿Cómo responder la pregunta por cualquier esencia? Este es el lugar en el que los significantes, como imperativos, cumplen su función. Dicen “tú eres esto”; “tú deberías ser aquello”. Lo pueden leer a partir del tercer párrafo de la página 44 en la versión de Paídós; Lacan precisa que los hombres, las mujeres y los niños, no son otra cosa que significantes. No hay realidad prediscursiva en torno a ello, aunque algunos anden por ahí matándose la cabeza (o matando a otros) buscando esa realidad entre los genes o en los genitales. No es posible hablar de hombres, mujeres o niños sino porque el significante, en tanto imperativo, dice que eso está en el campo del lenguaje y que debe ordenarse de algún modo. Un modo que aunque nunca marcha como un relojito, marcha “dando tumbos”, tropezando, “gracias a cierto número de convenciones, inhibiciones, que son efecto de lenguaje, y que sólo ha de tomarse de ese registro y de esa jaez.”
Por esa vía, Lacan vuelve a Saussure, ya no poniendo el acento en el significante ni el significado, sino en la barra que separa uno de otro. Es interesante, porque esa barra que allí separa, divide, incluso en el sentido de los números racionales, Lacan la cambia de lugar dándole el valor de la negación. Este punto es clave en esta clase, pues atisba desde ya lo que más adelante estará en las fórmulas de la sexuación. Al respecto, dijo:
Parece cosa de poca monta trazar una barra para tratar de explicar. Esta palabra, explicar, tiene toda su importancia pues no hay una manera de comprender nada de una barra, aun cuando se le reserve para significar la negación.
Y continúa:
Es muy difícil comprender lo que quiere decir la negación. Si se mira más de cerca, uno se percata en particular de que hay una gran variedad de negaciones, enteramente imposible de reunir bajo el mismo concepto. La negación de la existencia, por ejemplo, es algo enteramente distinto de la negación de la totalidad .
Negación de existencia
Negación de la totalidad
Aparecen, pues, las formas de negación con las que Lacan buscó dar solución al problema de las premisas mayores aristotélicas que se constituyen, irremediablemente, en proton pseudos. Está inventando una escritura que, como tal, dice, no es algo para ser comprendido. Lo interesante radica en que es por esa escritura que puede hacerse entrar el problema de la imposibilidad de la relación sexual en un discurso que no se S-ostenta en la ostentación de los imperativos, significantes, con los cuales el discurso del amo da apariencia de ser, y por lo cual el discurso corriente no se cansa de prometer paraísos donde podremos acceder a un goce sin desarreglos. Es, dice Lacan, solo por el discurso analítico que puede articularse algo de ese disco que gira solo por el hecho de que no hay relación sexual. A partir de ese punto, dejó indicado que la función significante, lo que se oye, revela gracias al discurso analítico que la mujer no será tomada sino quo ad matren y el hombre como quo ad castrationem. Ella en relación con el hecho de ser no-toda. Él, en relación con el goce fálico que lo limita al órgano (significante).
La clase finaliza con algunas pistas en torno al surgimiento de la letra, que no fue del mismo modo en todas partes, pero que, en todo caso, aparece como una marca mínima, in-significante. En el discurso analítico la letra está más cerca de la teoría de conjuntos, dice Lacan comprometiéndose, pues luego mostrará ese problema de conjuntos con las fórmulas de la sexuación. Sea como fuere, el punto es que esa letra introduce siempre la diferencia (no-toda in-significante) y muestra que no hay un mundo consistente. Se refiere a los quarks, haciendo alusión a que, incluso el mundo, que parece algo tan consistente a gran escala, no es otra cosa que letras que interactúan entre sí. Si Lacan estuviese vivo, aún, probablemente se hubiera deleitado y regocijado ante los físicos que le darían la razón cuando dicen que esos quarks, letras fundamentales, vibran, danzan y se anudan haciendo cadenas y trenzas de cuerdas.
Finalicemos este comentario señalando entonces el punto álgido con el cual Lacan se precipitó a la conclusión, a saber, que lo que leemos en el discurso analítico es el lapsus. El lapsus tiene valor en relación con la función de lo escrito. Por tanto, tiene que ver con la letra F, es decir, con lo que no puede escribirse. El lapsus no es el significante, por eso está más cerca de lo real que de lo simbólico. Leerlo, por supuesto, es de lo que se trata el trabajo analítico en relación con lo que llamamos sujeto del inconsciente. Leerlo es tratar de explicarlo para producir un saber que no se comprende pero que tiene consecuencias.