lunes, 26 de noviembre de 2018

Fragmento y comentario del texto: Carta de disolución. En: Lacan, J. (2012). En: Otros Escritos. Buenos Aires: Editorial Paidós, p. 338. [Tercera parte del comentario]
  
"Es por eso que disuelvo. Y no me quejo de los llamados "miembros de la Escuela Freudiana", más bien les agradezco el haber sido enseñado por ellos, donde yo he fracasado, es decir que me he embrollado.
Esta enseñanza es valiosa para mí. La aprovecho."

Comentario:

Continúo el comentario sobre la Carta de disolución dando una primera respuesta, tentativa y al pie de la letra del mismo texto, a la pregunta que he dado el lugar de ser orientadora; la reitero: ¿Cuáles serían las razones para suponer que una institución fundada por Lacan y disuelta por él en reconocimiento de su fracaso, mereciera ser resucitada para sostenérsele desconociendo así, retroactivamente, su fracaso? La respuesta tentativa la ubicaré al rededor del fragmento siguiente que pueden encontrar en la misma carta: “Y llamo a asociarse de nuevo a quienes, en este enero de 1980, quieran proseguir con Lacan.”

Lacan convocaba en el mismo texto a asociarse, nuevamente, a aquellos que así lo quisiesen. ¿Alrededor de qué?, de su nombre propio. Había aclarado líneas antes, por cierto, que el objetivo que mantenía era el de un trabajo que “mediante una crítica asidua, denuncie sus desviaciones y sus compromisos que amortiguan su progreso al degradar su empleo"; se refería al empleo del psicoanálisis.

Como ustedes bien lo saben, sus comparaciones entre el modo de funcionamiento de la IPA y el modo de funcionamiento de las instituciones religiosas estaba muy presente. ¿Cuáles serían las similitudes? Situemos al menos un par a los fines de las interrogaciones que les propongo. Por un lado, sus aspiraciones sempiternas. Por otro, su sostenimiento alrededor de ritos.

En cuanto a lo primero, hace falta el corte para que, por su efecto, se reconozca la estructura. Es como topológicamente se devela, más allá del isomorfismo y el homeomorfismo, lo singular. Sostener de manera sempiterna la estructura hace de ella un velo, es decir, una defensa. Llega el punto en que no habría porqué interrogarse y la crítica asidua quedaría así sustituida por un idioma común que hace las veces de dogma, de fantasía originaria. Vale la pena preguntarse, por tanto, si el modo de no sucumbir ante su embrollo, ante su fracaso, fue para Lacan aplicar el corte a fin de hacer que por su efecto la estructura sobre la cual se sostenía su escuela quedara expuesta. Esta disolución, por tanto, no tendría porqué buscar algo diferente que lo que se busca con el corte de la sesión o con la disolución de un cartel. Sin estándares, por su puesto, es decir que habría que reconocer los tiempos lógicos tal y como ellos se presenten en cada asociación: ver, comprender y concluir. Sin embargo, y este es el punto a considerar para nuestras instituciones actuales, la mayoría de ellas parecen apuntar a sostenerse de manera sempiterna. No porque haya fracturas a causa de las especularidades entre sus representantes y se funden nuevas asociaciones se habrá realizado el corte. Ya sabemos que topológicamente pueden realizarse transformaciones aparentes que garanticen el homeomorfismo.

En cuanto a lo segundo, los ritos están a la orden del día. Desde la entrada hasta la salida. Desde la asociación hasta el pase. ¿Cómo orientar una institucionalidad que no se sostenga en ritos? Lo primero a considerar sería la función que el rito cumple, a saber, la ilusión de una garantía por la consistencia que a través suyo se brinda al Otro. Habría que preguntarnos hasta qué punto nuestras instituciones psicoanalíticas perviven por el rito. Los congresos realizados con tiempos regulares; los carteles; las actividades semanales, los mismos días, a las mismas horas; el pase…

Tal vez habría que hacer, en algún momento, un corte, si es que quiere reconocerse lo inconsciente que sostiene a la estructura.

John James Gómez G.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Fragmento y comentario del texto: Carta de disolución. En: Lacan, J. (2012). En: Otros Escritos. Buenos Aires: Editorial Paidós, p. 338. [Segunda parte del comentario]
  
"Es por eso que disuelvo. Y no me quejo de los llamados "miembros de la Escuela Freudiana", más bien les agradezco el haber sido enseñado por ellos, donde yo he fracasado, es decir que me he embrollado.
Esta enseñanza es valiosa para mí. La aprovecho."

Comentario:

En el comentario anterior mencioné que me gustaría contar con sus comentarios. A pesar de que no los he recibido directamente por el blog, sí han llegado por otros medios, como Facebook, por ejemplo. Por supuesto, los agradezco. Me permiten interrogar mi propio comentario, mi lectura del texto y repensar algunas cosas.

Ahora bien, resulta interesante que el propósito de algunos de los comentarios recibidos sea el de-enunciar advertencias y llamados de atención para que no apresure conclusiones y para que haga una lectura de esta carta de disolución bajo el contexto de otras cartas posteriores que, por supuesto, coincido, tienen todo lugar y relación. La cuestión llamativa, empero, es la prevención manifiesta de que no se tome este texto por lo que dice, a la letra. ¿Por qué traer a cuentas esa carta parece provocar, como efecto, antes que una respuesta de análisis textual, una defensa por referencia de autoridad contextual? ¿Por qué pareciera que el menor atisbo de interrogación a las formas de institucionalidad requieren de un control por parte de sus representantes? Son cosas que, me parece, vale la pena tener en cuenta toda vez que por retroacción justifican aún más lo que mencioné la vez anterior acerca de esa carta, a saber, que parece guardarse y yacer allí sólo como memoria borrada. Sin duda, las palabras de Lacan parecen contar todavía con una potencia atronadora, al punto de despertar terror incluso entre algunos psicoanalistas.  Por mi parte, creo que sin interrogación de lo que hace a nuestras “instituciones” no es posible suponer que en ellas se mueva algo de lo que se denomina “formación del analista”, toda vez que ella solo se pone en marcha si elegimos asumir lo que ponen de manifiesto las formaciones del inconsciente.

Retomo la cuestión. Lacan se embrollaba, como él mismo lo afirmó. Es destacable que no temiese admitirlo, sobre todo mientras buena parte de sus alumnos parecían oír sus palabras sin escucharlo, intentando velar lo que él no temía admitir.

Claro está, la propuesta de Lacan en torno a una escuela de psicoanálisis es ante todo una pregunta. Suponer que él tenía la respuesta es cuando menos irresponsable e ingenuo. Muy probablemente fuese esa su diferencia con quienes, en la IPA, parecían tener las cosas claras. Los estándares en la formación analítica institucionalizada estaban, por aquellos días, puestos ahí como un velo para lo no sabido; nadie tiene que ocuparse de la formación analítica, ni ninguna otra clase de formación, si ella consiste en ritos de paso perfectamente establecidos.

Lacan, por su parte, fundó su escuela como un acto en el sentido freudiano, por tanto, tal vez atisbó de antemano que se trataba de un acto fallido, una formación del inconsciente. En ese orden de ideas, su fracaso es prueba de que no hay garantía y de que hay que estar advertidos de que el rito no puede ponerse en lugar del fracaso como si garantizase algo.

Reitero ahora la pregunta con la que quiero enfatizar la relevancia de esa carta de Lacan y que enuncié en el comentario anterior: ¿Cuáles serían las razones para suponer que una institución fundada por Lacan y disuelta por él en reconocimiento de su fracaso, mereciera ser resucitada para sostenérsele desconociendo así, retroactivamente, su fracaso?

A la luz de lo que vamos avanzando, propongo prestar atención a dos aspectos de la pregunta. El primero, el problema de la “institución”. El segundo, el desconocimiento del fracaso enunciado por Lacan. Por esa vía, reitero también el acento en la inquietud acerca de si los analistas creen haber triunfado allí donde Lacan fracasó, puesto que, de ser así, la pregunta que Lacan sostuvo sobre la formación de los analistas habrá quedado obturada. Trataré de avanzar en la reflexión en el próximo comentario y contar una vez más con los suyos.

John James Gómez G.

martes, 6 de noviembre de 2018

Fragmento y comentario del texto: Carta de disolución. En: Lacan, J. (2012). En: Otros Escritos. Buenos Aires: Editorial Paidós, p. 338. [Primera parte del comentario]
  
"Es por eso que disuelvo. Y no me quejo de los llamados "miembros de la Escuela Freudiana", más bien les agradezco el haber sido enseñado por ellos, donde yo he fracasado, es decir que me he embrollado.
Esta enseñanza es valiosa para mí. La aprovecho."

Comentario:

Luego de haber dejado en pausa por algunas semanas esta práctica de comentario de fragmentos textuales, retomo eligiendo uno que aunque se conserva parece yacer ahí solo en calidad de memoria borrada. Se trata de la Carta de disolución con la que Lacan, casi al final de su vida, disolvió su Escuela el 5 de enero de 1980, la cual merece, a mi juicio, mayor atención, incluso, que su Acto de fundación.

Enfatizo esa relevancia con una pregunta: ¿Cuáles serían las razones para suponer que una institución fundada por Lacan y disuelta por él en reconocimiento de su fracaso, mereciera ser resucitada para sostenérsele desconociendo así, retroactivamente, su fracaso?

Dedicaré varios comentarios a este asunto y quisiera contar también con los suyos.

Partiré de retomar simplemente el enunciado: “yo he fracasado, es decir que me he embrollado (embrouillé)”. También se podría traducir embrouillé, por confundido, pero el término embrollado es mucho más fiel pues destaca que se trata de un enredo, de no saber localizarse en una maraña. La apuesta de Lacan consistió en no repetir lo que criticaba a la Asociación Internacional de Psicoanálisis (IPA) que había sido fundada por Freud y, según parece, el único modo que halló para evitar la repetición de aquello fue reconocer el fracaso y disolverla. 

Por supuesto, sabemos que la IPA sigue siendo exitosa, aun hoy. La cuestión es que también lo son algunas escuelas lacanianas fundadas con el modelo que Jacques Lacan decidió disolver reconociendo su fracaso. Uno podría apresurarse y suponer que el panorama es alentador y que los lacanianos triunfan donde Lacan fracasó, es decir, que descubrieron la manera de ubicarse en el embrollo, motivo por el cual ellas perduran y se multiplican como si de McDonald’s se tratare. No obstante, si uno no se apresura, habría que interrogar si no se trata de una manera de congraciarse con el éxito de la repetición que se asienta en la entronización de un padre al que se le atribuye la garantía. En términos de probabilidades, tal vez sea necesario considerar si acaso no se está más cerca de lo segundo que de lo primero.



John James Gómez G.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Fragmento y comentario del texto: La escritura del ego. En: Lacan, J. (1976). El sinthome; El Seminario, Libro 23 Buenos Aires: Manantial. 2006, p. 141. [Quinta y última parte del comentario]

“La última vez estaba muy enredado con mis nudos y Joyce como para que tuviera la menor gana de hablarles. Estaba confundido, ahora lo estoy un poco menos porque creí encontrar cosas transmisibles.
Yo soy evidentemente más bien activo. La dificultad me estimula, de modo que todos los fines de semana me consagro intensamente a romperme la cabeza con algo que no es evidente - porque no es evidente que haya encontrado el pretendido nudo borromeo.”

Comentario:

¿Qué quiere decir, como afirmé en el comentario anterior, que leer con desconfianza supone una subversión de las lecturas orientadas por el amor y el odio? Quiere decir que leer con desconfianza es una manera de interrogar la autoridad, lo que, a su vez, abre la posibilidad de hacer hablar de otras maneras el texto, lo cual, va de suyo, lleva al acontecimiento, al encuentro con lo nuevo.

La cuestión es que solemos ampararnos en la autoridad. Cuando alguien da un argumento con respecto a alguna cosa, no es extraño que el modo en que ese argumento se presenta sea basándolo en la autoridad concedida a la referencia en un autor. Noten que autoridad y autor son vocablos que provienen de la misma etimología, una raíz indoeropea: aug, que puede traducirse por aumentar o incrementar. Autoridad y autor, por tanto, son formas de incrementar algo. ¿Qué cosa? El valor concedido a cualquier significante, por ejemplo, a los significantes libroteoríajoya o a cualquier otro que se les ocurra. Tal vez se hayan percatado de que la expresión “es una autoridad en la materia” refleja ese propósito de aumento; si alguien es una autoridad, se supone que lo que enuncia tiene un valor superior a lo que otros dicen. Hay dichos populares que reflejan esta misma función, por ejemplo, el que se usa en Colombia para dar valor a la crítica recibida: “la patada se recibe dependiendo del burro que venga”. Pueden notar cómo el valor de “la patada” depende del “burro”, es decir, del autor. Y no es que autor y burro sean sinónimos, pero, sin duda, uno siempre puede convertirse en burro mientras se esfuerza por devenir autor.

Ahora bien, se ama o se odia solo aquello a lo que se le atribuye una autoridad, por tanto, un referente. Cuando se experimentan esos afectos, se les nutre a partir del fantaseo con ese referente que, de algún modo, autorizamos, es decir, ponemos en un lugar aumentado en relación con nosotros. Cuando leemos con desconfianza, en cambio, el referente está perdido. Esto quiere decir que no hay garantía alguna; que el valor no depende de la autoridad de la fuente, es decir, de la creencia que tenemos en ella, sino que nos vemos abocados a indagar profundamente en la lógica de los argumentos más allá del referente del que se trate. Esto es subversivo, pues da vuelta, subvierte la posición del sujeto en relación con la sumisión con la que suele ubicarse. Sin embargo, es de anotar que no se trata de la rebeldía, ni de decir cualquier cosa, puesto que, con lo primero, se expresa también el odio y, con lo segundo, se toma a sí mismo por garantía, por referente, entonces, parecería innecesario revisar los propios argumentos; en cualquiera de los dos casos podríamos hacernos burros sin mayor esfuerzo.

Leer con desconfianza, por tanto, puede considerarse un acto de responsabilidad derivado del reconocimiento de que no hay autoridad ni autor que nos salve de la insensatez.

John James Gómez G.

lunes, 17 de septiembre de 2018

Hoy comparto con ustedes un fragmento de la ponencia de apertura que presenté el 14 de septiembre en el I Coloquio de Investigación Psicoanálisis: Subjetividad y lazo social en el crimen y el posconflicto, organizado por el Semillero de Psicoanálisis Parlêttre de la línea de investigación Psicoanálisis, trauma y síntomas contemporáneos del Grupo de Investigación Clínica y Salud Mental de la Universidad Católica de Pereira.

¿A qué llamamos investigación en psicoanálisis?

La pregunta con la que he intitulado este trabajo sugiere, necesariamente, la idea de que, cuando ejercemos el oficio de investigadores desde el psicoanálisis, existe un rasgo diferencial, es decir, algo que le es propio, particular, incluso singular, si lo comparamos con el ejercicio investigativo en cualquier otro campo de investigación.

  Y si digo campo, presten atención, es porque esa palabra describe un espacio-tiempo de relaciones específicas, en cuyo caso, se trata, para nosotros, de aquel campo que fue descubierto por Freud y que en términos de Lacan podemos denominar campo del Otro, es decir, del inconsciente. 

  Este punto de partida en torno a la noción de campo es axiomático. Podemos reconocer que un axioma es un enunciado que se considera necesario y del que solo se sabe algo por sus efectos. Esto no deja de ser interesante pues suele asumirse que un axioma es algo verdadero, lo cual, seguramente ustedes ya lo sabían, no es más que una ilusión, pues como lo indicó Henry Poincaré a finales del siglo XIX, los axiomas “no son intuiciones sintéticas a priori ni datos experimentales. Se trata de convenciones.” (Citado por Livio, 2011, p. 157).

  En ese sentido, un axioma es una definición disfrazada de evidencia. Les propongo que lo constaten por sus propios medios. Es lo más consecuente que podemos hacer si se trata de la investigación en psicoanálisis, puesto que nada garantiza que lo que yo les digo sea verdadero.

  Es por eso que en nuestra práctica llamamos analizante a alguien que, justamente, desgasta una a una sus palabras intentando establecer un criterio infalible de verdad, veracidad y verificación, mientras descubre que cuando se trata de eso que solemos llamar realidad humana, no hay verdad que no tenga estructura de ficción.

  Nuestro axioma, el de la existencia de un campo Otro, que corresponde a lo inconsciente, no debe operar como certeza sino como principio de una indagación por aquello que resulta enigmático en cuanto a lo que llamamos sujeto. Ese sujeto, por supuesto, es el sujeto del inconsciente. Y si he dicho antes “nuestro axioma”, es porque está ausente en otras prácticas.

  No se haya ni en la ciencia, ni en la filosofía, tampoco en el discurso común que incluye formas diversas del discurso del amo y del capitalismo tales como las religiones, los mercados o las ideologías, esto, muy a pesar, de que en todas ellas se hacen sentir sus efectos.

  Entonces, nuestro axioma no debe suponerse como verdadero, sino como la manifestación según la cual cada uno se enfrenta a la interrogación más íntima frente a lo que siendo más propio le resulta más extraño. Tenemos conceptos que dependen de ese axioma y que se acompasan con la palabra inconsciente, entre ellos: goce, deseo, saber y algunos otros más.

  Espero hayan captado hasta aquí el punto diferencial que justifica el título. ¿A qué llamamos investigación en psicoanálisis? A una práctica que se ocupa de un saber relativo a la efectividad de un discurso que pone de manifiesto lo más paradójico de la condición humana.

John James Gómez G. 

Pueden leer el texto completo de la ponencia en: ¿A qué llamamos investigación en psicoanálisis? elSigma.com

viernes, 31 de agosto de 2018

Fragmento y comentario del texto: La escritura del ego. En: Lacan, J. (1976). El sinthome; El Seminario, Libro 23 Buenos Aires: Manantial. 2006, p. 141. [Cuarta parte del comentario]

“La última vez estaba muy enredado con mis nudos y Joyce como para que tuviera la menor gana de hablarles. Estaba confundido, ahora lo estoy un poco menos porque creí encontrar cosas transmisibles.
Yo soy evidentemente más bien activo. La dificultad me estimula, de modo que todos los fines de semana me consagro intensamente a romperme la cabeza con algo que no es evidente - porque no es evidente que haya encontrado el pretendido nudo borromeo.”

Comentario:

La última vez señalé que leer con desconfianza no es lo mismo que leer con odio. Lacan leía a Freud, y a muchos otros, por cierto, con desconfianza. Es justo decirlo, no solo Lacan lo ha hecho de ese modo, así que no hay porqué atribuirle una exclusividad semejante a su posición. En todo caso, esa es la posición esperable de cualquiera que se sitúe como lector en un sentido estricto. Es la diferencia entre una lectura dogmática, canónica, y una lectura heurística. En ese sentido, vale la pena recordar que, como lo constatamos en la práctica psicoanalítica, leer implica recortar un texto para extraer de él consecuencias inéditas que tengan valor de acontecimiento. Por supuesto, a pesar de que eso sea lo esperable, tal vez no sea una práctica común.

Ahora bien, el odio se sostiene en la constatación infundada. Cualquier indicio sirve como prueba cuando se ha ubicado a un objeto en el lugar de lo odiado, de un enemigo que debe ser destruido. Ese es el escenario propio de la especularidad engendrada por la posición constituyentemente paranoica del yo, en la cual la agresividad es el afecto por excelencia. Entonces, leer con odio empuja a rastrear, paranoicamente, indicios para constatar el merecimiento de esa agresividad. Noten que una posición tal no hace posible el hallazgo de lo inédito, sino el eterno retorno de lo igual. Leer con odio no es otra cosa que una experiencia irreflexiva orientada por un deseo parricida. Y si con lo dicho hasta aquí se han apresurado a suponer que leer con amor sería entonces algo diferente, probablemente tropiecen con la misma piedra.

El amor tiende a sostenerse en una promesa puesta en un horizonte inexpugnable. Cada uno de los indicios que contradicen esa promesa y justifican la duda razonable es desechado a fin de preservarla. Esto se presenta de mil y una formas; desde la promesa del retorno al paraíso, pasando por la promesa del encuentro con el “alma gemela”, hasta la “satisfacción garantizada o la devolución de su dinero”. Cada quien encuentra el modo de hacer caso omiso ante cualquier atisbo de duda. El mecanismo que opera aquí es el mismo que en el odio, se trata de la posición constituyente paranoica del yo, solo que el afecto que reporta es la contracara de la agresividad, a saber, el júbilo. En ese sentido, leer con amor no es otra cosa que una experiencia irreflexiva orientada por el deseo de sostener el mito de un padre omnipotente.

Así, en el odio y el amor la fascinación se pone en escena. La cuestión es que la fascinación obnubila, enceguece, y lleva al sujeto a tanto como creer que se tiene acceso a la verdad garantizada y, desde ese lugar, se entrega al ejercicio de una cierta forma de locura, un odio loco o un amor loco. Sea como fuere, una lectura que esté fundada en una de estas dos formas no está exenta de esa locura que supone que se puede alcanzar la verdad incuestionable.

La desconfianza, por su parte, supone una posición en la que se asume que no hay garantía alguna de acceso a la verdad, y esto supone una subversión de las lecturas orientadas por el amor y por el odio. Avanzaremos un poco más en el próximo comentario.

John James Gómez G.

viernes, 24 de agosto de 2018

Fragmento y comentario del texto: La escritura del ego. En: Lacan, J. (1976). El sinthome; El Seminario, Libro 23 Buenos Aires: Manantial. 2006, p. 141. [Tercera parte del comentario]

“La última vez estaba muy enredado con mis nudos y Joyce como para que tuviera la menor gana de hablarles. Estaba confundido, ahora lo estoy un poco menos porque creí encontrar cosas transmisibles.
Yo soy evidentemente más bien activo. La dificultad me estimula, de modo que todos los fines de semana me consagro intensamente a romperme la cabeza con algo que no es evidente - porque no es evidente que haya encontrado el pretendido nudo borromeo.”

Comentario:

Retomemos la pregunta planteada en el comentario anterior: ¿por qué confiar en su legado [el de Lacan], si él mismo sabía de la dificultad que, como afirmó, lo estimulaba? Luego de lo planteando a manera de prolegómeno la última vez –con lo que les invitaba a leer a Lacan, también a Freud, como se lee a cualquier otro autor respecto del cual se quiere interrogar la rigurosidad y la lógica de sus elaboraciones–, la respuesta no podría ser otra que la siguiente: no hay porqué confiar. La confianza, como el amor, no tienen otro propósito que velar aquello que la clínica, tanto más que la vida cotidiana, nos permite constatar una y otra vez, a saber, que no hay garantía, es decir, que no hay relación sexual. La confianza, como el amor, exige la creencia irreflexiva si es que quiere hacerse de ella algo perdurable, claro está, no más que como espejismo.

Entonces, quiero hacerles notar que incluso el modo en que Lacan leyó a Freud estuvo basado en la desconfianza. Puede que les resulte algo curioso, ya que a veces se escucha hablar de Lacan como si, por ser freudiano, hubiese ubicado a Freud en el lugar del padre. Incluso hay quienes creen que Lacan fue discípulo de Freud o un continuador directo suyo. Seguramente, si lo leen atentamente, constatarán que no fue ni lo uno ni lo otro. Pero, hay que ver cómo Lacan desconfiaba de Freud. Uno puede hacerse hipótesis. Es probable que una de las dificultades que más lo haya estimulado fuese el modo en que Freud le negó su reconocimiento. Recuerden que no se sabe muy bien qué pasó cuando Lacan envió su tesis a Freud. De hecho, saber qué pasó con exactitud es un asunto secundario. En todo caso, se sabe que la respuesta que Lacan recibió le decepcionó, no fue aquello que esperaba, lo que, según su propio criterio, constituye “una verdadera respuesta”[1]. En todo caso, tal vez ustedes sepan que circula por ahí una supuesta carta[2] de Freud en respuesta a la que Lacan le remitió ofreciéndole su tesis sobre el caso Aime[3]. No obstante, según parece, la carta es hija de la creatividad de algún psicoanalista; fue traducida al español y publicada en 1984 por el psicoanalista Roberto Harari.

Siendo así, ¿qué nos interesa de todo esto? Una sola cosa: el modo en que Lacan respondió a esta falta de reconocimiento por parte de Freud, el cual consistió en una ojeriza que se convirtió en una manera de leer. Leer con desconfianza, que no es lo mismo que leer con odio. En el próximo comentario intentaremos situar la diferencia.

John James Gómez G. 


[1] “Nunca hay que decepcionarse de las respuestas que se reciben porque si uno se decepciona, estupendo, prueba de que fue una verdadera respuesta, es decir, aquello que precisamente no esperábamos.” Lacan, J. (1983). El Seminario, libro 2. El yo en la teoría freudiana y en la técnica psicoanalítica. Buenos Aires: Editorial Paidós, p. 356.
[2] Pueden encontrarla aquí: file:///Users/usuariomac/Downloads/Carta%20de%20Sigmund%20Freud%20a%20Jacques%20Lacan%20in%C3%A9dita%20de%201933.pdf
[3] Lacan, J. (2012). De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.

lunes, 13 de agosto de 2018

Fragmento y comentario del texto: La escritura del ego. En: Lacan, J. (1976). El sinthome; El Seminario, Libro 23 Buenos Aires: Manantial. 2006, p. 141. [Segunda parte del comentario]

“La última vez estaba muy enredado con mis nudos y Joyce como para que tuviera la menor gana de hablarles. Estaba confundido, ahora lo estoy un poco menos porque creí encontrar cosas transmisibles.
Yo soy evidentemente más bien activo. La dificultad me estimula, de modo que todos los fines de semana me consagro intensamente a romperme la cabeza con algo que no es evidente - porque no es evidente que haya encontrado el pretendido nudo borromeo.”

Comentario:

Entonces, sabemos que Lacan se enredaba con sus nudos. Y ante esa dificultad, trabajaba arduamente intentando anudar, de la manera más rigurosa posible, un saber hacer con lo que, tanto en la clínica como en la teoría, retornaba una y otra vez al lugar de lo imposible. ¿Por qué confiar en su legado, si él mismo sabía de la dificultad que, como afirmó, lo estimulaba? Solo plantear la pregunta puede llevar a tanto como desatar jaurías, tanto entre los que de manera desmesurada profesan su odio hacia Lacan y el psicoanálisis, como entre quienes han hecho del segundo una especie de religión y del primero su sacrosanto mesías.

La cuestión que les propongo pensar para arriesgar una respuesta a esa pregunta, dista de las preocupaciones que podríamos tener sobre la vida personal de Lacan, también de la de Freud. Sobra decir que no requieren quien los defienda o abogue por ellos; sus personas, es decir, sus “yoes”, los narcisismos que de ellos existieron, ya no habitan este mundo. Claro, siempre hay quien se ensañe en alimentarse de la carroña de los muertos, buscando hacerse un nombre propio, en lugar de discutir con sus obras; los ejemplos abundan, Onfrey[1] es un buen botón de muestra.

La propuesta que les hago, entonces, es la de tomar a Freud y a Lacan como pueden tomarse a Newton, Einstein, Russell, Foucault, o a cualquier otro autor. ¿Cómo? Estudiando en detalle y con rigurosidad sus elaboraciones; siguiendo el hilo de sus construcciones sin intentar velar sus faltas ni sus aciertos.

Es muy probable, de hecho, que la dificultad que tenemos para avanzar en la lectura de Lacan o, mejor, para reinventar el psicoanálisis en nuestro tiempo, obedezca en buena medida a que, en lugar de proveernos los medios para leerlo con rigurosidad, nos esforzamos en aprender una especie de idioma[2], una jerigonza que se repite, en no pocas ocasiones, aparentando que se sabe de lo que se dice a fin de parecer lacanianos. Ustedes lo saben, se hacen congresos mundiales en los que los esfuerzos por leer con rigurosidad se nota en algunos, muy pocos, mientras la mayoría “escriben” y “leen” textos con frases hechas, a la manera de colchas de retazos. Vayan a algunos de esos eventos, es fácil constatarlo. Y tengan en cuenta, queridos lectores, que el hecho de que señale aquí estos obstáculos no me pone al margen de sus implicaciones; simplemente, lo que les propongo, es que hacerlo explícito y no olvidarlo, puede, tal vez, mantenernos advertidos sobre los riesgos que dan cuenta de cómo –y bien lo supo expresar la paciente escéptica de Freud–, “entre lo sublime y lo ridículo no hay más que un paso”. Cuando se trata del psicoanálisis es fácil moverse entre lo uno y lo otro.

Continuaremos nuestro intento de respuesta en el comentario de la próxima semana.

John James Gómez G.





[1] Onfrey, M. (2011). El crepúsculo de un ídolo. Madrid: Taurus.
[2] Baños, J. (1995). El idioma de los lacanianos. Buenos Aires: Atuel.

lunes, 6 de agosto de 2018

Fragmento y comentario del texto: La escritura del ego. En: Lacan, J. (1976). El sinthome; El Seminario, Libro 23 Buenos Aires: Manantial. 2006, p. 141. [Primera parte del comentario]

“La última vez estaba muy enredado con mis nudos y Joyce como para que tuviera la menor gana de hablarles. Estaba confundido, ahora lo estoy un poco menos porque creí encontrar cosas transmisibles.
Yo soy evidentemente más bien activo. La dificultad me estimula, de modo que todos los fines de semana me consagro intensamente a romperme la cabeza con algo que no es evidente - porque no es evidente que haya encontrado el pretendido nudo borromeo.”

Comentario:

Retornando al trabajo de comentario de textos, elegí un fragmento con el cual Lacan ponía de manifiesto su trabajo en medio de la dificultad, incluso de la imposibilidad, lo que resulta útil si queremos reconocer lo que a veces quienes lo idealizan pretenden olvidar.

Su expresión, “la dificultad me estimula”, me hace pensar, por cierto, en el ensayo de Estanislao Zuleta, intitulado Elogio de la dificultad[1], pensador colombiano a quien puede atribuírsele, entre otras cosas, el estudio inaugural en torno al pensamiento lacaniano, sino en Colombia, al menos sí en la ciudad de Cali. 

Nuestros tiempos, hay que recordarlo, son los de la satanización de la dificultad. “Rápido y fácil” constituyen los mantras de los grandes vendedores, entre ellos los que se dedican al “coaching”, los escritores de libros de autoayuda y superación personal, los métodos “fáciles” de aprendizaje de idiomas, las TV Compras y tantos otros más ejemplos que seguramente ustedes pueden imaginar. Cualquier cosa que implique un esfuerzo considerable, que empuje a tener que inventar cómo saber hacer con la dificultad y con lo imposible, es vista con los ojos del deseo de nada, de la pereza, del desprecio que sólo puede entronizar un mundo que impone como ideal el elogio a la máxima producción con la mínima inversión, de tiempo o de cualquiera otra cosa.

Quiero, queridos lectores, que tomen en cuenta que Lacan no lo tenía todo claro. Más bien, tenía claro el no-todo que implica la condición misma de estar parasitados por el lenguaje. Sin embargo, es fácil hacerse ídolos; ese anhelo es propio de la condición narcisista, paranoica, constituyente del yo. No es fácil eludir ese anhelo. Por eso, puede acontecer que haya quienes pretenden hacer de Freud o de Lacan autores sin falla, lo que suele tener como destino la conformación de grupos psicoanalíticos más parecidos a iglesias que a escuelas de psicoanálisis. Tomen en consideración, además, que velar la castración asegura instituir el lugar de un amo que puede atraer a grandes multitudes. Así las cosas, el discurso propiamente psicoanalítico dista mucho de ser un discurso que haga masa, pues, como saben, en ella la singularidad y la particularidad del sujeto y de lo que implica el lazo social se aplasta bajo el peso de los ideales totalitarios.

John James Gómez G.

[1] El ensayo fue presentado como conferencia en el año 1980, cuando la Universidad del Valle le otorgó el Honoris Causa en Psicología. Pueden leerlo en el siguiente enlace: http://catedraestanislao.univalle.edu.co/Elogio.pdf





lunes, 30 de julio de 2018


                                 Breve comentario sobre la clase dictada el 9 de enero de 1973
El Seminario de Lacan

Aun

Con el fin de retomar nuestro trabajo de comentario de textos para el segundo semestre de este año, comparto hoy con ustedes el comentario a propósito de la clase La función de lo escrito, que
presenté el pasado 12 de julio en el marco del trabajo de lectura del Seminario Aun, en la Asociación Foro del Campo Lacaniano de Pereira.

Comencemos por el final:

En el discurso analítico ustedes suponen que el sujeto del inconsciente sabe leer. Y no es otra cosa, todo ese asunto del inconsciente. No sólo suponen que sabe leer, suponen también que puede aprender a leer.
Pero sucede que lo que le enseñan a leer no tienen entonces absolutamente nada que ver, y en ningún caso, con lo que ustedes de ello pueden escribir.[1]

¿Qué justifica comenzar por el final? El hecho de que desde allí, retroactivamente, podemos retornar al primer tiempo de lo traumático de esta clase dictada por Lacan. Traumático, por supuesto, en la medida que solemos quejarnos de la incomprensión que representa para nosotros leerlo. Seguramente, tan traumático para mí, como para ustedes. Al menos, eso espero. Lacan mismo lo señaló al comenzar su clase. Lo dijo a propósito de sus escritos a los que llamó una poubellication[2], pues es mucho menos que poco, lo que puede escribirse, que se “sostenga firme” a largo plazo cuando se trata de lo inconsciente, es decir, de la realidad sexual que implica el hecho de que no hay relación complementaria que lleve a la totalidad y completitud de alguna cosa. Lacan lo sabía, por eso, aparentemente, no tenía muchas esperanzas en sus escritos. Claro está, esa falta de esperanza era pura apariencia, pues de no haber tenido ninguna, no los hubiera publicado ni gozado de las consecuencias de hacerse una celebridad más allá de los círculos psicoanalíticos, de un día para otro, gracias a ellos.

En cuanto a su seminario, lo traumático, la incomprensión, es todavía mayor. Por eso es engañosa la postura de suponer que son más legibles o menos oscuros. En todo caso, son menos confiables, ya que de ellos nos queda un resto mucho menos depurado del que podemos hallar en los Escritos. Hay dificultades adicionales para nosotros que no estuvimos ahí durante sus clases, por tratarse de una experiencia de enseñanza oral, establecida luego por otros, entre los cuales hay un Molinero[3], quien se toma a sí mismo por el único dueño de la buena semilla con la que se hará del psicoanálisis una próspera cosecha de vacas gordas. Nosotros, si es que somos vacas, somos de las más flacas, así que nos alimentamos de varios prados para no morir de hambre. Comparamos versiones. Sabemos que no hay otra manera de hacer frente a la perversión de aquel que se pone en el lugar del proto-padre de la horda, que planteando enigmas sobre el problema de la père-versión textual constituyente.

Entonces, el problema radica en que hay cosas que no son para leerse pero pueden, más o menos, escribirse. Hay otras que pueden leerse pero nada garantiza que de ellas algo pueda escribirse; como decía Lacan, no cesan de no escribirse. Parece que de eso se trataba el psicoanálisis para él, freudiano más que ningún otro; acoger a un sufriente dispuesto a decir disparates que pudiesen llegar a leerse bajo ciertas claves, es decir, a hacerse analizantealguien que se pone a la tarea de aprender a leer algo de esa realidad sexual del inconsciente. Sin embargo, el analista puede devanarse los sesos tratando de escribir algo de eso y no llegar a encontrar las fórmulas. Si quieren una muestra, miren más adelante en el seminario y encontrarán esas fórmulas ricas e inacabadas, que se han llamado “de la sexuación”. Miren también cómo da vueltas en estas primeras clases a sus matemas de los discursos, intentando ir desde ellos hacia unas nuevas fórmulas, introduciendo nuevas letras. Allí se expresa la única realidad constatable, a saber, que hay cosas que no marchan como un relojito, que no se acomodan a las recetas y que lo que hacemos para formularlas es hacer entrar ciertas letras que permitan corregir un poco más, cada vez, esa escritura siempre imprecisa e inacabada. Por supuesto, hay quienes hablan y escriben como si tuvieran todas las respuestas, reductibles incluso a recetas; si no me creen lean libros de autoayuda, o escuchen a Flavia Dos Santos, a quien una apreciada analista de nuestro Foro llamó, atinadamente, “Labia Dos Santos”. En todo caso, no estoy seguro de que encomendarse a Dos Santos, o a muchos más, sirva para salvarse de la imposibilidad de la relación sexual.

Ahora bien, si entre lectura y escritura hay una disimetría, es necesario explicar de qué se trata esa disimetría y qué lugar puede dársele. Es, en esa vía, que Lacan planteó el asunto que, según dijo, abordaría ese día: “¿cómo, en el discurso analítico, hemos de situar la función de lo escrito?”[4]. A partir de esa pregunta enunció algunas tesis. La primera, que pueden encontrar en la página 38 de la edición de Paidós, es la siguiente: “La letra es algo que se lee”. Y agrega algo más, “en el discurso analítico no se trata de otra cosa”. Entonces, en el discurso analítico se trata de la letra y de leer; no necesariamente de oír o escribir. Para comenzar, habría que preguntarse al menos, a fin de no tragar entero, ¿qué podemos entender por leer? Digamos primero que leer puede entenderse como el uso de ciertas claves para hacer un re-corte. Para notarlo mejor tomemos ejemplo de la experiencia analítica. Si leer es re-cortar un texto a partir de ciertas claves, llamémoslas claves de lectura, lo que se hace en el análisis es tomar lo dicho como un texto que se puede recortar para producir algo que ya estaba ahí, no oculto, sino de otro modo. En música también puede notarse; hay varias claves, ustedes lo saben. De allí que la música sea una forma de escritura parecida al algebra.  Lo interesante es que, entonces, las claves pueden cambiar el modo en que se nombra lo que se lee, aunque a-parezca escrito de la misma manera. Inténtenlo también con las puntuaciones en las frases que pronunciamos, por más tontas que parezcan. No es lo mismo decir: “vamos a jugar sapo”, que, “vamos a jugar, sapo”.

Leer implica, pues, servirse de ciertas claves que constituyen una gramática. Eso se relaciona, como lo indicó Lacan en esa clase, con el hecho de que en el análisis no se trata de decirlo todo, sino de decir cualquier cosa, de decir necedades, tonterías, bestialidades. Esa dimensión de la bestialidad, de la necedad, es el lugar desde el cual hablamos cuando estamos en posición de analizantes, y también en el discurso corriente. Hablamos como bestias. No es una metáfora. Lacan mismo afirmaba que los animales no humanos, las otras bestias, hablan, usan la palabra (parola[5]), es decir, paradas, posturas, marcas reconocibles por otros animales, que funcionan como formas de comunicar algo, incluso, que llegó el momento de “joder”. Comunicación inequívoca, a diferencia de la nuestra. La diferencia está en que esas otras bestias hablan, como nosotros, pero no en el mismo campo que nosotros. Nuestro campo –que no es un trigal–, lo pueden leer en la página 39 del texto, es el del lenguaje. Ese campo, por cierto, permite que lleguemos a tanto como la ilusión de que hay un “yo que hablo” y, entonces, nos creemos superiores, dioses entre las bestias. Por tanto, en el análisis se trata de asumir la dimensión de la bestialidad, quitando el acento de ese yo que cree tener idea de lo que dice, para escuchar eso dicho como si fuera un texto que está escrito en algún lugar, y tratar de explicar algo a partir de allí, no de comprenderlo. Ahora, ¿dónde está eso que ha de leerse? En el campo del lenguaje.

Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, es el título de uno de los escritos de Lacan. El campo es el del lenguaje. La función, al menos una de ellas, es la de la palabra. Función de la palabra y campo del lenguaje; podríamos redistribuir el título. Lo que Lacan nos muestra a partir de su mención a ese texto es que resulta necesario retornar a eso, que había escrito tiempo atrás, para agregar algunas letras. No hay solo una función. Es necesario discernir las funciones para separar al menos tres, a saber, función del lenguajefunción de lo que se oye y función de lo escrito. Si siguen con cuidado el recorrido hecho en la clase, verán cómo introduce cada una. No son equivalentes, ya veremos porqué. Lo que sí tienen en común es que, por ser funciones específicas del campo del lenguaje, pueden ubicarse en relación con el discurso. De hecho, no acontecen sino en su marco.


Situemos las letras. Primero la a, a la que llama objeto. Luego, A, dice, que sirve para ubicar un lugar, como en el álgebra de conjuntos, con todas las dificultades que implica la noción de espacio, de topos. Si lo leen con atención, ven que Lacan no se confía: “¿Cómo puede una letra servir para designar un lugar? Se ve que hay algo abusivo en ello.[6]” Esa A designa el lugar del Otro. Está justificado un uso tal por el álgebra de conjuntos, pero no sin tener en cuenta la paradoja de Russell, que pone de manifiesto la falla estructurante del conjunto universo. Por eso se refiere a Nikolas Bourbaki; no es una elección gratuita, es un juego irónico, de esos que parecían gustarle tanto, en este caso usado como analogía del problema de la letra A. Nikolas Bourbaki es uno a las vez que muchos. Es un nombre para situar un lugar en el cual se pueden encontrar ciertos significantes en modalidades de fórmulas y teoremas. Pero la cuestión es que Nikolas Bourbaki, como tal, son letras con las que se sitúa algo impreciso, a saber, lo que intentan escribir un conjunto de matemáticos franceses que son los autores del libro pero que, como tal, están ahí, nombrados, de otro modo; ellos están ahí en función de a, de lo que falta. Entonces ante esa falla de A, Lacan se asegura un poco, dice, redoblando la A con una S, para escribir S(A/Barrada). Queda entonces indicado que esa letra marca un lugar que no se sostiene, que tiene una falla estructurante y necesita un “S”ostén, una S que le permita disimular la falla y osten-tar (y sostentar) una apariencia de estar completo. Una S que es la tercera letra con la cual designa al significante y aclara que “Lo escrito no pertenece en absoluto al mismo registro, no es de la misma calaña, […] que el significante.[7]” Ubica al significante como lo que se introduce por el discurso de la ciencia, pero indica, de inmediato, que “Distinguir la dimensión del significante cobra relieve sólo si se postula que lo que se oye no tiene ninguna relación con lo que significa. Este es un acto que solo puede instituirse con el discurso científico”[8]. Esta afirmación no indica sólo la importancia de Saussure, padre la ciencia lingüística, a quien criticará luego por no haber hecho más que eludir esa cuestión crucial al hablar de arbitrariedad; se trata, sobre todo, de indicar que el significante, en la ciencia, no tiene nada que ver con lo que pasa por el significado, sino, oigan lo siguiente, E=MC2. Pueden oírlo, estoy seguro, pero probablemente no todos podamos decir alguna cosa sobre lo que eso significa, mucho menos sobre sus usos y sus consecuencias. Probablemente lo únicos que hayan oído de cerca sus más siniestras consecuencias no puedan contarlas; de ellos solo quedaron restos, en Hiroshima y Nagasaki. De todas maneras, intenten explicarlo y tal vez lleguen a leer algo, que no es lo mismo que escuchar el significante.

Ahora, si han estado atentos en su lectura del seminario, ya habrán notado que nos saltamos una letra según el orden presentado por Lacan:La introdujo diciendo “finalmente”, antes de hablar con detalle del significante. ¿Qué hace entonces? Aclara que esa letra “debe distinguirse de la función únicamente significante que hasta el momento se promueve en la teoría analítica con el término falo.[9]” Esa distinción es necesaria para declarar la función de esa letra que no es la del falo como significante sino de la letra F que cumple también una función, la de lo escrito. Dicho de otra manera, ella va al lugar de lo que no puede escribirse, es la letra que sustituye la imposibilidad de escribir la falta de relación sexual. Entonces, las tres funciones, introducidas con esas letras, quedarían distribuidas de la siguiente manera:

      a = función del lenguaje, lo que marca la falta estructurante.

     S(A/Barrada)= función de lo que se oye, función de la palabra (lo que se oye no tiene ninguna            relación con lo que significa).
= función de lo escrito, es decir, de lo que no puede escribirse.

Veamos cómo lo escribe Pierre Alain Lecat[10], a nivel de los discursos en su establecimiento de El Seminario:






Dicho esto, retornemos a la cuestión del significante, pues, sobre él, Lacan agrega algo más. Dice: “El significante como tal no se refiere a nada que no sea un discurso, es decir, un modo de funcionamiento, una utilización del lenguaje como vínculo”[11]. Este vinculo es entre seres que hablamos en el campo del lenguaje; las otras bestias si bien hablan, no hacen vínculo, aunque anden en manadas y se reproduzcan. Porque el significante no tiene que ver con la reproducción de las células, sino con la repetición en el cuerpo; hay diferencias. Cuando Lacan habla de la ambigüedad de la vida y la muerte a nivel del significante lo destaca, no puede hablarse de la reproducción de un cuerpo, “no puede ella misma designarse ni con la vida ni con la muerte, ya que, como tal, en tanto sexuada, entraña ambas, vida y muerte.[12]” Esa repetición propia de la reproducción de los cuerpos –que no son las células– a nivel del significante está, de tal modo, atravesada por la imposibilidad de escribir algo sobre la vida y la muerte, aunque mucho hablemos de ello, que lleva a establecer concepciones del mundo. Lacan ubicó a la filosofía en esa vertiente. Piensen en filosofías de cualquier época. Aún en el siglo pasado, Foucault hablaba de un “cuidado de sí”. Suponer el ideal del cuidado de sí requiere de una concepción del mundo, de cómo deberían ser las cosas, por tanto, de un origen y un fin por lo que hay que consagrarse a una cierta manera de deber ser. El psicoanálisis no es eso. Podríamos decir, para poner a jugar un poco las cosas, que en el psicoanálisis se está más cerca de una práctica descuidado de sí, si atendemos a lo dicho acerca de quitar el acento del “yo que hablo”.

El yo, como eje y centro del mundo, solo tiene sentido en una concepción del mundo particular, lo cual nos lleva también a la ontología a la que se refiere Lacan y al problema del verbo ser. La cópula que puso a dudar a Aristóteles pero de la cual no pudo deshacerse llegando a situar lo que es [τό τί ἑστι] y la esencia [τό τί ἦν εἶναι]. Decir “yo soy x cosa”, cualquiera que sea, da cuenta de esa marca de una supuesta esencia que definiría la materia, la estofa, de lo que algo es. Lacan hace un juego de palabras al respecto, que en la traducción se pierde: “Se pronuncia es lo que es, y podría asimismo escribirse esloqués[13]. El problema es que con esa traducción seguimos en el nivel del significante, de la función de lo que se oye, y no de la lectura y la letra. Lo que Lacan dice es: “Ça se prononce «c’est ce que c’est», et ça pourrait aussi bien s’écrire «s,e,s,k,e,c,e»…”. Pasamos del significante a la escritura, reducción del significante a la letra, clave, como ustedes bien lo saben, en la interpretación analítica. Esa reducción del significante a la letra deja en evidencia la cuestión central del discurso del ser, a saber, “el ser de las órdenes, lo que habría sido si tú hubieses escuchado lo que te ordeno”. Estamos allí en el discurso del amo. Ante ello, concluye Lacan que: “El significante es ante todo imperativo”[14]. Por esa vía pueden ustedes ver cómo se materializan algunas filosofías modernas en eso a lo que se llama hoy psicoterapias. Pero hay que estar atentos. Tampoco se trata de creer que es posible introducir algún discurso especial que nos lleve a una realidad prediscursiva. Como indica Lacan, según aparece en la página 43, ese [el de un discurso que introduzca una realidad prediscursiva] “es el sueño de toda idea de conocimiento”. Y, entonces, enuncia otra tesis: “No hay ninguna realidad prediscursiva. Cada realidad se funda y se define con un discurso”. La cuestión, por tal razón, consiste en saber de qué discurso se trata, en este caso, el que nos compete en la práctica psicoanalítica, lo cual nos lleva a la cita inicial.

Entonces, ¿qué dice Lacan acerca del discurso analítico? Que en él se habla de lo que no anda, de lo que jode, de “joder”. Pero aclara que esto no es privilegio del discurso analítico, sino que también se expresa en el discurso corriente, y puntúa estas palabras de otra manera que en la versión de Paidós se escribió disco ursocorriente, en el original: le disque ourcorant. Luego de lo cual, por cierto, encontramos que, en ese párrafo en particular, hay algunas diferencias de parte de Miller en su establecimiento, con la de STAFERLA y con las estenografías de la biblioteca de la École lacanienne de psychanalisys[15].  En la traducción al español, del establecimiento de Miller, dice lo siguiente:

Escríbase disco ursocorrientedisco-fuera-de-corriente, también fuera de campo, fuera de juego respecto de todo discurso y, por tanto, disco sin más, eso que gira y gira exactamente para nada. El disco se encuentra exactamente en el campo a partir del cual todos los discursos se especifican y donde todos naufragan, donde cada quien es capaz, tan capaz como cualquiera, de proferir tantos enunciados como el que más, aunque por un afán de lo que llamaremos, con toda justificación, decencia, lo hace, al fin y al cabo, lo menos posible[16].

Ahora, veamos cómo está establecido el párrafo en las otras dos versiones:

Es claro que está también en eso que ahora llamé el discurso y que lo escribimos en casi una sola palabra: el disco, el disco-fueracorriente, el disco, también, fuera-campo, fuera de juego de todo discurso, a saber, el disco simplemente. En el disco que es, ante  todo, el ángulo bajo el que podemos considerar todo un campo de lenguaje, el que en efecto da bien su substancia, su estofa (materia, tejido), al ser considerado como disco, a saber que eso  gira, y que eso gira precisamente para nada, este disco es exactamente lo que se encuentra en el campo, en el campo donde los discursos se especifican, el campo donde todo se ahoga, donde cada uno es capaz - tan capaz como cualquiera - de decir tanto, pero por una preocupación de lo que llamaremos, es justo hacerlo, decencia, lo hace -¡Dios mío! - lo menos posible[17].

La omisión acerca de la estofa, la substancia y del disco como el ángulo bajo el que podemos considerar todo un campo de lenguaje, en la versión de Miller, oscurece lo que de topológico Lacan allí introduce en torno al campo del lenguaje y al discurso mismo. Permítanme mostrarles de qué se trata[18]:
                                           


                                           


El primero es un modelo de árbol, ilusión de que puede conocerse algo del viviente por fuera del discurso, en un estadio prediscursivo; nido de las neurociencias. En ese modelo las ramas pueden separarse, ni siquiera podemos hablar de un discurso. En el segundo, que es modelo de un circuito, el corte no separa sino que interrumpe la corriente, interrumpe el campo; es a lo que se refiere Lacan con el juego de palabras sobre el disco sin más, pero aunque sea el disco, sin más, lo que se aísla no queda excluido, sino como huella de un cuerpo borrado, forma del objeto a, como ustedes bien lo saben. Su estofa, su materia, es la materialidad, sutil, del lenguaje. La del primer modelo es la materialidad de physis, allí no hay nada que pueda llamarse realidad, de acuerdo con lo que el discurso corriente y el discurso psicoanalítico tropiezan, es decir, con la realidad sexual del inconsciente, el hecho de que no hay relación sexual. El problema es el que en el discurso corriente, eso gira sin que pueda introducirse algo de la lectura y de la letra. Por más ingenuo, bestial, necio que parezca, por más que salga del circuito, se mantiene en el campo del lenguaje, y lo que está por fuera es, justamente, lo que de la A, falla, lo que no puede escribirse y que es la función del lenguaje, letra a. El discurso analítico no se ocupa de otra cosa que de lo que, por efecto de lo escrito, se produce como discurso. Ese es, a mi juicio, el campo freudiano que Lacan extrae de la obra fundadora. Con lo cual, lo confieso ante ustedes, no sin pudor, que no sabría decirles, si llegasen a preguntármelo, ¿qué es un campo lacaniano?. Pero, en fin, continuemos.

Para introducirnos en la dimensión, en la función de lo escrito, Lacan retoma el hecho de que el significado no tiene nada que ver con los oídos. Es decir, que el significado no tiene que ver con el significante, ya que el significante es lo que se ubica en la función de lo que se oye. Y afirma: “El significado es el efecto del significante”[19]. En ese orden de ideas, el paso del oír al leer, implica preguntarse de dónde viene eso. Si ese paso puede darse, es probable que pueda hacerse un re-corte que lleve a introducir, como efecto de discurso, la dimensión de la letra. Así, se suspende, al menos transitoriamente, la ilusión de que es posible saber quién lo dice. Entonces, reitero, leer implica hacer entrar la dimensión de la letra y la letra es efecto de discurso. Se puede estar en el lenguaje, a la vez que fuera de discurso. No a la inversa. El delirio desencadenado es un ejemplo posible. También algunas formas de las aspiraciones de los neurocientíficos que no escapan al delirio, lean a Kosko[20]. Freud, que no fue un cabeza de chorlito, triunfó donde el paranoico fracasa al introducir el discurso analítico para articular un saber sobre lo imposible.

Ante ese panorama, preguntemos, ¿cómo es posible responder la pregunta qué es algo? Es decir, ¿Cómo responder la pregunta por cualquier esencia? Este es el lugar en el que los significantes, como imperativos, cumplen su función. Dicen “tú eres esto”; “tú deberías ser aquello”. Lo pueden leer a partir del tercer párrafo de la página 44 en la versión de Paídós; Lacan precisa que los hombres, las mujeres y los niños, no son otra cosa que significantes. No hay realidad prediscursiva en torno a ello, aunque algunos anden por ahí matándose la cabeza (o matando a otros) buscando esa realidad entre los genes o en los genitales. No es posible hablar de hombres, mujeres o niños sino porque el significante, en tanto imperativo, dice que eso está en el campo del lenguaje y que debe ordenarse de algún modo. Un modo que aunque nunca marcha como un relojito, marcha “dando tumbos”, tropezando, “gracias a cierto número de convenciones, inhibiciones, que son efecto de lenguaje, y que sólo ha de tomarse de ese registro y de esa jaez.[21]

Por esa vía, Lacan vuelve a Saussure, ya no poniendo el acento en el significante ni el significado, sino en la barra que separa uno de otro. Es interesante, porque esa barra que allí separa, divide, incluso en el sentido de los números racionales, Lacan la cambia de lugar dándole el valor de la negación. Este punto es clave en esta clase, pues atisba desde ya lo que más adelante estará en las fórmulas de la sexuación. Al respecto, dijo:

Parece cosa de poca monta trazar una barra para tratar de explicar. Esta palabra, explicar, tiene toda su importancia pues no hay una manera de comprender nada de una barra, aun cuando se le reserve para significar la negación.

Y continúa:


Es muy difícil comprender lo que quiere decir la negación. Si se mira más de cerca, uno se percata en particular de que hay una gran variedad de negaciones, enteramente imposible de reunir bajo el mismo concepto. La negación de la existencia, por ejemplo, es algo enteramente distinto de la negación de la totalidad [22].
Negación de existencia

Negación de la totalidad


Aparecen, pues, las formas de negación con las que Lacan buscó dar solución al problema de las premisas mayores aristotélicas que se constituyen, irremediablemente, en proton pseudos. Está inventando una escritura que, como tal, dice, no es algo para ser comprendido. Lo interesante radica en que es por esa escritura que puede hacerse entrar el problema de la imposibilidad de la relación sexual en un discurso que no se S-ostenta en la ostentación de los imperativos, significantes, con los cuales el discurso del amo da apariencia de ser, y por lo cual el discurso corriente no se cansa de prometer paraísos donde podremos acceder a un goce sin desarreglos. Es, dice Lacan, solo por el discurso analítico que puede articularse algo de ese disco que gira solo por el hecho de que no hay relación sexual. A partir de ese punto, dejó indicado que la función significante, lo que se oye, revela gracias al discurso analítico que la mujer no será tomada sino quo ad matren y el hombre como quo ad castrationem. Ella en relación con el hecho de ser no-toda. Él, en relación con el goce fálico que lo limita al órgano (significante).
La clase finaliza con algunas pistas en torno al surgimiento de la letra, que no fue del mismo modo en todas partes, pero que, en todo caso, aparece como una marca mínima, in-significante. En el discurso analítico la letra está más cerca de la teoría de conjuntos, dice Lacan comprometiéndose, pues luego mostrará ese problema de conjuntos con las fórmulas de la sexuación. Sea como fuere, el punto es que esa letra introduce siempre la diferencia (no-toda in-significante) y muestra que no hay un mundo consistente. Se refiere a los quarks, haciendo alusión a que, incluso el mundo, que parece algo tan consistente a gran escala, no es otra cosa que letras que interactúan entre sí. Si Lacan estuviese vivo, aún, probablemente se hubiera deleitado y regocijado ante los físicos que le darían la razón cuando dicen que esos quarks, letras fundamentales, vibran, danzan y se anudan haciendo cadenas y trenzas de cuerdas.
Finalicemos este comentario señalando entonces el punto álgido con el cual Lacan se precipitó a la conclusión, a saber, que lo que leemos en el discurso analítico es el lapsus. El lapsus tiene valor en relación con la función de lo escrito. Por tanto, tiene que ver con la letra F, es decir, con lo que no puede escribirse. El lapsus no es el significante, por eso está más cerca de lo real que de lo simbólico. Leerlo, por supuesto, es de lo que se trata el trabajo analítico en relación con lo que llamamos sujeto del inconsciente. Leerlo es tratar de explicarlo para producir un saber que no se comprende pero que tiene consecuencias.
John James Gómez G.



[1] Lacan, J. (1981). Aun. El Seminario, Libro 20. Buenos Aires: Paidós, p. 49.
[2] Condensación entre poubell (“tacho de basura”, “papelera”) y publication (“publicación”).
[3] La palabra Miller, tomada en su acepción inglesa, puede traducirse al español por la palabra “Molinero”.
[4] Ibíd., p. 37.
[5] En italiano: palabra.
[6] Ibíd., p. 39.
[7] Ibíd, p. 40.
[8] Ibíd.
[9] Ibíd.
[11] Ibíd., p. 41.
[12] Ibíd., p. 42.
[13] Ibíd., p. 43.
[14] Ibíd.
[15] Ver: http://ecole-lacanienne.net/wp-content/uploads/2016/04/1973.01.09.pdf
[16] Ibíd., p. 44.
[17] Traducción propia.
[18] Ver: Vappereau, J. (2001). El territorio de la fobia. Conferencia dictada en la Universidad John F. Kennedy. Transcripción: Mónica Lidia Jacob. Traducción: Paula Hochman. Material inédito. Recuperado de: http://www.lituraterre.org/Iletrismo-el-territorio-de-la--fobia.pdf 
[19] Lacan, J. (1981). Aun. El Seminario, Libro 20. Buenos Aires: Paidós, p. 45.
[20] Kosko, B. (2000). El futuro borroso o el cielo en un chip. Barcelona: Drakontos.
[21] Lacan, op. cit., p. 44.
[22] Ibíd., pp. 45-46.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....