jueves, 21 de abril de 2016

Fragmento del texto y comentario: “Los  cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”. Lacan, J. (1964). En: El Seminario, libro 11. Editorial Paidós, Buenos Aires. 1987. Pág. 139 [Tercera parte del comentario]

“El fundamento único de la verdad es que la palabra, aún mentirosa, la invoca y la suscita”.

Comentario:

En los comentarios anteriores he destacado el modo en que, desde campos como el derecho y la salud mental, se fabrican pruebas y hechos a los que se les intenta dar el estatuto de una verdad. Sumemos ahora a ellos la verdad dogmática, aquella que debe ser acogida sin cuestionamiento alguno. Empero, no hay que apresurarse a creer que estamos hablando del tratamiento de la verdad exclusivamente en el campo religioso, por más que éste le sea propio. Encontramos el dogmatismo por doquier; en las ciencias, en los omnisapientes periodistas, en la opinión general y, sobre todo, en ese apresuramiento a comprender tan generalizado, al que llamamos “sentido común”, en el cual nos avalamos para impostar nuestra propia moral como modo para explicar eso a lo que se ha llamado “realidad”. Es harto frecuente que de nuestras bocas salgan las palabras “lo que pasa en realidad es que…”, y de inmediato hablemos como si con aquello que decimos reveláramos al mundo los secretos más profundos del universo.

Sin embargo, la verdad no hace más que manifestarse siéndonos esquiva. Si la alcanzamos es solo por vías torcidas y, al hacerlo, se nos revela que ella tiene estructura de ficción, como bien supo expresarlo Lacan. No es otra cosa lo que la práctica psicoanalítica permite constatar. Hablamos, y con ello no hacemos más que invocar a la esquiva verdad; no al dogma, no a los hechos, no a las pruebas, esas son cosas demasiado fáciles de fabricar.

Recordemos a Pascal Quignar:

Alétheia también significa quitar un velo, desvelar. La verdad (a-létheia) es lo no-olvidado.”… “La alétheia está vinculada a la desnudez. La desnudez princeps nunca es sexual, sino genésica.”… “Plutarco dice que Ale﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ice que Al´o genea desnudez pa verdad (ocar a la verdad; no a la realidad, no a los hechos, no a las pruebas, simple yétheia es un caos de luz. Que su propio resplandor borra su forma y vuelve imperceptible su rostro. Pero –añade Plutarco– eso no quiere decir que Alétheia esté velada: está desnuda. Los velados somos nosotros.”… “Los antiguos creían que la castración del que ve, lejos de recaer en su pene erguido en fascinus, se perpetra en sus ojos. El castrado, por condensación, es el ciego. Homero, Tiresias, Edipo. Aquel que ha sido fascinado, que ha visto de frente, pierde sus ojos.”[1]

¿Acaso no estamos ciegos, es decir, castrados? Freud no dudó en decirlo, muy a pesar de su dificultad manifiesta a la hora de diferenciar entre el fascinus (falo) y ese apéndice anatómico que cuelga en nuestros cuerpos. La fascinación es la de los ojos, por tanto la castración es justamente nuestra ceguera, aquella por la cual la verdad, a pesar de estar desnuda, nos es accesible sólo de reojo y, sobre todo, a través de alguna fantasía, que algunos psicoanalistas gustan traducir como "fantasma", que sirva de pantalla y que la deforme hasta el punto de hacerla soportable.

John James Gómez G.  


[1] Quignar, P. (2005). El sexo y el espanto. Barcelona: Editorial Minúscula. Págs. 90, 91 y 96.

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