Fragmento del texto y comentario: “Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis”. Lacan, J. (1964). En: El Seminario, libro 11. Editorial Paidós,
Buenos Aires. 1987. Pág. 139 [Tercera parte del comentario]
“El fundamento único de la verdad es que la palabra, aún
mentirosa, la invoca y la suscita”.
Comentario:
En los comentarios anteriores he destacado el modo en que,
desde campos como el derecho y la salud mental, se fabrican pruebas y hechos a
los que se les intenta dar el estatuto de una verdad. Sumemos ahora a ellos la
verdad dogmática, aquella que debe ser acogida sin cuestionamiento alguno.
Empero, no hay que apresurarse a creer que estamos hablando del tratamiento de
la verdad exclusivamente en el campo religioso, por más que éste le sea propio.
Encontramos el dogmatismo por doquier; en las ciencias, en los omnisapientes
periodistas, en la opinión general y, sobre todo, en ese apresuramiento a
comprender tan generalizado, al que llamamos “sentido común”, en el cual nos
avalamos para impostar nuestra propia moral como modo para explicar eso a lo
que se ha llamado “realidad”. Es harto frecuente que de nuestras bocas salgan
las palabras “lo que pasa en realidad es que…”, y de inmediato hablemos como si
con aquello que decimos reveláramos al mundo los secretos más profundos del
universo.
Sin embargo, la verdad no hace más que manifestarse
siéndonos esquiva. Si la alcanzamos es solo por vías torcidas y, al hacerlo, se
nos revela que ella tiene estructura de ficción, como bien supo expresarlo Lacan.
No es otra cosa lo que la práctica psicoanalítica permite constatar. Hablamos,
y con ello no hacemos más que invocar a la esquiva verdad; no al dogma, no a
los hechos, no a las pruebas, esas son cosas demasiado fáciles de fabricar.
Recordemos a Pascal Quignar:
Alétheia también significa quitar
un velo, desvelar. La verdad (a-létheia)
es lo no-olvidado.”… “La alétheia está
vinculada a la desnudez. La desnudez princeps
nunca es sexual, sino genésica.”… “Plutarco dice que Al[1]
étheia
es un caos de luz. Que su propio resplandor borra su forma y vuelve
imperceptible su rostro. Pero –añade Plutarco– eso no quiere decir que Alétheia
esté velada: está desnuda. Los velados somos nosotros.”… “Los antiguos creían
que la castración del que ve, lejos de recaer en su pene erguido en fascinus, se perpetra en sus ojos. El
castrado, por condensación, es el ciego. Homero, Tiresias, Edipo. Aquel que ha
sido fascinado, que ha visto de frente, pierde sus ojos.”
¿Acaso no estamos ciegos, es decir, castrados? Freud no dudó
en decirlo, muy a pesar de su dificultad manifiesta a la hora de diferenciar
entre el fascinus (falo) y ese apéndice anatómico que cuelga en nuestros
cuerpos. La fascinación es la de los ojos, por tanto la castración es
justamente nuestra ceguera, aquella por la cual la verdad, a pesar de estar
desnuda, nos es accesible sólo de reojo y, sobre todo, a través de alguna
fantasía, que algunos psicoanalistas gustan traducir como "fantasma",
que sirva de pantalla y que la deforme hasta el punto de hacerla soportable.
John James Gómez G.
[1] Quignar,
P. (2005). El sexo y el espanto. Barcelona: Editorial Minúscula. Págs. 90, 91 y
96.
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