Fragmento del texto y comentario: “Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis”. Lacan, J. (1964). En: El Seminario, libro 11. Editorial Paidós,
Buenos Aires. 1987. Pág. 139 [Primera parte del comentario]
“El fundamento único de la verdad es que la palabra, aún
mentirosa, la invoca y la suscita”.
Comentario:
El orden de la verdad es para nosotros íntimamente ajeno. Es
así que con el ánimo de olvidar su estructura escurridiza y quitarnos de encima
la inquietud que ella nos trae, queramos someterla a nuestro propio orden:
aquel en que creemos poder controlar las cosas a nuestro modo.
En ese propósito de eludir lo inquietante de la verdad,
muchos tratan de hacerla equivaler a una “prueba”, en el sentido que se le ha
dado a dicha palabra en el marco del positivismo científico. Se cree que lo
verdadero es lo que se puede probar, precisamente, de modo experimental, es
decir, bajo el control de las variables por parte del investigador; se trata
así de una verdad fabricada que busca silenciar toda falta.
La verdad también suele ser confundida con lo que, en el
campo del derecho, se ha denominado “los hechos”, que no son otra cosa que la
recolección de artificios que permiten crear una ilusión de veracidad sobre la
cual alguien debe tomar una decisión, partiendo de la creencia en que esos
“hechos” "prueban" algo. En esto la ciencia y el derecho se acercan
lo suficiente como para que, en ambos casos, no se quiera saber nada acerca de
la verdad, salvo que ella sea fabricada convenientemente para parecer incuestionable.
Entre los vaivenes de las fabricaciones de hechos y pruebas,
la psicología ha caído en la trampa de suponerse, además, capaz de encontrar la
verdad, ya no sólo de los hechos, sino de lo que concierne al “individuo”, a la
“persona”, o al “sujeto”, según como se le llame en cada perspectiva teórica.
Sin duda, esto ha abierto innumerables puertas a los psicólogos, que corren
felices hacia todo lugar al que se les convoque para establecer si lo que la
gente dice es verdadero o falso, o bien para que propicie la adaptación de las
ovejas descarriadas a lo que las instituciones, en su voluntad de verdad (para
retomar la expresión de Foucault en “El Orden de discurso”), imponen como única
vía posible y verdadera. En ese sentido, el psicólogo, atrampado (atrapado en
la trampa), bien podría proclamarse el nuevo salvador y decir abiertamente: “Yo
soy el camino, la verdad y la vida”. ¿Cómo hacer para no sucumbir ante tal
fascinación si en ella se juega la posibilidad de ejercer un poder que lleva
hacia los caminos de la infatuación?
John Jame Gómez G.
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