Fragmento del texto: “¿Pueden los legos ejercer el
psicoanálisis?”. Freud, S. (1926). En: Obras Completas, vol. XX. Amorrortu
Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 175. [Primera parte del comentario]
“No hay ensalmo sin la prontitud; se diría: sin un éxito
repentino. Pero los tratamientos analíticos requieren meses y aun años; un
ensalmo tan lento pierde el carácter de lo maravilloso. Por lo demás, no
despreciemos la palabra.”
Comentario:
La gente corre tras la magia. La idea de la inmediatez,
desde la perspectiva de la producción que advino tras la Revolución Industrial,
antes que avivar la razón, ha procurado una ilusión mayor en la que reina el
apremio por obtener todo cuanto antes. Incluso, si lo que hace falta es dinero,
los bancos procurarán la ilusión de que usted puede tenerlo aunque ese goce de
la inmediatez se sostenga siempre en una deuda torturante.
Esforzarse en vías del deseo no es una opción. En nuestra
época, cualquier cosa que requiera esfuerzo es vista con desgano y aún con
desprecio. La tecnología es maravillosa, sin duda, pero nuestra pasión por la
ignorancia nos hace portarnos ante ella como estúpidos, y no en pocas
ocasiones. Las cadenas que rotan por doquier, prometiendo dinero y milagros instantáneos,
no hacen otra cosa que ponerlo en evidencia. Se espera que un genio, sin mucho
in-genio, cumpla algún deseo sin más requisito que frotar la lámpara.
Embebidos en las ilusiones y en el goce que se experimenta
ante la obligación de la inmediatez, encontramos que las personas comienzan a
quejarse del encuentro con un íntimo sinsentido. Llegan a nuestros consultorios
confesando con frecuencia su falta de entusiasmo en las mañanas, cuando al
despertar de sueños que ya ni siquiera logran recordar, se esfuerzan por
responder a la pregunta ¿por qué y para qué vivo? A falta de respuesta, bien
vienen las obligaciones. Entonces, a pesar de la culpabilidad que allí se
expresa, por haber cedido en su deseo, muchos prefieren dedicarse a cumplir con
los deberes que operan como imperativos que les ordenan vivir para producir y
consumir, a cambio de una vida miserable. “¡Y mejor que callen!” Es lo que se
dice subrepticiamente en los comerciales de las TV Compras y en la oferta de
medicamentos milagrosos que prometen la felicidad instantánea para estar “Ok”, es
decir, aprobado por aquellos a quienes no les importa más que llenar sus prosperas
arcas. A más trastornos, más medicamentos y, con ellos, más dinero. No es una
ecuación demasiado difícil.
Las psicoterapias breves son un ejemplo más. Sólo que allí
los genios serían los propios terapeutas que según su credo, omnisapientes y
omnipotentes, prometen reparar el “daño psicológico” que ha padecido ese
paciente que es visto como ingenuo e incapaz de hacer algo por sí mismo. Se le
sigue tomando allí como miserable y, así, se le obliga a callar. Se le enseña y
se le somete a la “buena norma”, muy a pesar que sintiéndose miserable, en
realidad quiera decirle a gritos a aquel sordo terapeuta: “deje, por favor, miserable,
que mi-ser-hable”.
John James Gómez G.
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