Fragmento del texto: “¿Pueden los legos ejercer el
psicoanálisis?”. Freud, S. (1926). En: Obras Completas, vol. XX. Amorrortu
Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 175. [Segunda parte del comentario]
“No hay ensalmo sin la prontitud; se diría: sin un éxito
repentino. Pero los tratamientos analíticos requieren meses y aun años; un
ensalmo tan lento pierde el carácter de lo maravilloso. Por lo demás, no
despreciemos la palabra.”
Comentario:
Junto a ese correr tras la magia, al que me referí en el
comentario anterior, se acomoda, muy cómoda, la acción caritativa. Nada se
distancia más de la práctica psicoanalítica que la caridad. Y es que siempre
hay quién desee representar de manera casi caricaturesca la oblación. Ofrecerse
como salvador, como medio para alcanzar la felicidad, como redentor de almas, como
defensor de los “afligidos y agobiados”, es una práctica harto común, –y más
común parece hoy en la psicología que a veces se revela como una mezcla entre
nuevo sacerdocio (Osho) y policía del pensamiento (Orwell)–, con la cual se
intenta disimular tanto el deseo de reconocimiento en la desesperada carrera
por mostrar las buenas acciones para insuflar el narcisismo, como el horror que
causa la sospecha del encuentro con la incertidumbre.
Dar lo que se tiene y reclamar para sí, o para otros, la
buena voluntad, cuando lo que está en juego es la pregunta por el sufrimiento,
solo conlleva el incremento de la culpabilidad y la deuda con otro que se toma
a sí mismo por omnipotente frente a aquel que es tomado por incapaz de hacer
algo por sí mismo. Se magnifica así la oposición Amo/esclavo y, con ella, la
pareja víctima/victimario, tan propia de la fantasía de azote que Freud
descubrió en los neuróticos. Si la práctica clínica se llega a confundir con la
caridad, no hay más que repetición de la fantasía por la cual el neurótico se
entrega a la ligadura entre culpabilidad y erotismo, merced de la cual
encuentra satisfacción profunda con su autodestrucción.
La ferocidad imaginaria es el rostro oculto tras la más-cara
de las caridades. Baste leer el apólogo de San Martín y la interpretación que
Lacan hace de él para tomar noticia. Pero, si no se quiere llegar tan lejos,
será suficiente mirar alrededor para ver cómo las caritativas fundaciones de
los más adinerados, perciben mayores ganancias al quedar eximidos de impuestos
por dar a otros lo que tienen y no es suyo, pues son sus clientes quienes
proporcionan lo dado, haciendo así que el peso de los impuestos quede en manos
de los más pobres que, siguiendo en esa posición, seguirán justificando la
caridad de los más ricos mientras son ellos mismos, los pobres, quienes pagan
por la caridad recibida.
El “ser” caritativo se transforma en santo, en bondadoso, en
benefactor, mientras se garantiza así que el “indefenso” siga creyendo en él y,
a partir de allí, renuncie a cualquier posibilidad de rectificación subjetiva.
El único transformado, pues, es el narcisismo del benefactor que arderá en ira
si se le llegase a negar el reconocimiento que tanto anhela y por el cual realiza
su acción caritativa. Y, en eso, no hay el menor rastro de subversión del
sujeto.
John James Gómez G.