viernes, 19 de diciembre de 2014

Fragmento del texto y comentario: “La terapia analítica”. (28ª Conferencia). Freud, S. (1917). Conferencias de introducción al psicoanálisis. En: Obras Completas, vol. XVI. Amorrortu Editores. 1979. pps. 410-411. [Tercera parte del comentario].

Con este comentario entraré en receso de las publicaciones en el blog hasta el 26 de enero de 2015.

“La cura analítica impone a médico y enfermo un difícil trabajo que es preciso realizar para cancelar unas resistencias internas. Mediante la superación de estas, la vida anímica del enfermo se modifica duraderamente, se eleva a un estadio más alto del desarrollo y permanece protegida frente a nuevas posibilidades de enfermar.”

Comentario:

Si he afirmado en el comentario anterior que las profesiones que han asumido la versión cristiana de la “curación”, -es decir, aquellas de las cuales se espera cumplan con la tarea de salvaguardar la buena moral; una supuesta moral eugenésica que sería algún tipo de bien público; se esmeran en sostener el ideal de unidad, plenitud, totalidad, omnisapiencia y omnipresencia, esto último hoy bastante caricaturizado por la omnipantalla de la que habla Lipovetsky, pero, sobretodo, se proponen sostener la falacia de que habría modos ideales de gozar y de desear-, dan a la noción de “cura” el estatuto de una père-versión, es porque enaltecen la idea de un padre (père) imaginario que sería totalmente sapiente y en nombre del cual algunos (sacerdotes, médicos, psiquiatras, psicólogos, entre muchas otras posibilidades) hablan con la convicción ilusoria de saber qué es lo mejor para los otros, de hecho, para todos los otros. Es a esa demanda de curación ante la cual el psicoanálisis responde develando el rostro falaz que la compone, provocando el agujereamiento del sentido y el semblante que la constituyen. Quien va a un analista solicita que se le hable como un amo omnisapiente y solo puede probarse que hay función del analista sí y solo sí quien escucha sostiene la demanda sin atender la solicitud de responder como un amo que, por sus “palabras mágicas”, daría la curación. En el psicoanálisis no se trata, pues, de promesas de salvación, sugestión, hechicería o milagros y, por tal razón, para que la función del analista se produzca, es necesario, en el sentido lógico de la expresión, que quien se presta a escuchar a otros por vía de una práctica que pueda ser considerada psicoanalítica, no se autorice a ocupar el lugar de guardián de una moral que sería tomada como bien público.

En este orden de ideas, el psicoanálisis no propone una curación como efecto de un tratamiento moral. Su apuesta es otra, a saber, la de escuchar la demanda, respondiendo a la solicitud de cuidado por la vía de la autorización a un advenimiento del sujeto que  responda desde el lugar que cada uno puede asumir sobre su propia condición de singularidad, de acontecimiento que no se ajusta a la norma porque, por principio, no hay tal cosa como lo normal que cobijaría a la totalidad, como tampoco unidad, perfección, total dominio de sí o plenitud; mucho menos hay los modos de gozar y desear que podrían ser considerados normales. Para hacer existir una posición tal, resulta necesario asumir la acepción originaria de “cura” y atender la solicitud de cuidado operando de tal modo que  lo que se cuida no es al otro en el sentido de tomarlo por un incapaz, inútil, irresponsable o, en el sentido antiguo, por un infans, alguien que no podría leer ni escribir, que no podría reconocer la causalidad (psíquica). Lo que se cuida en el psicoanálisis es la probabilidad de que se sostenga el lugar al que, en relación con su inquietud, el sujeto  puede advenir. Lo que está allí en juego no es, entonces, el cuidado en el sentido moral, no es cuidado del otro ni cuidado de sí mismo, no es prevención ni deseo prevenido que, a la larga, son la misma cosa. Se trata del cuidado en el sentido de prestar atención a los significantes que constituyen una cadena por la cual, quien habla, puede descubrir que hay una causa perdida y, a partir de allí, dar paso a la invención de un modo de saber hacer que no sea el de ignorar la repetición, hacerse el loco, o huir de los efectos constituyentes de la incompetitud de lo simbólico.


John James Gómez G.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Fragmento del texto y comentario: “La terapia analítica”. (28ª Conferencia). Freud, S. (1917). Conferencias de introducción al psicoanálisis. En: Obras Completas, vol. XVI. Amorrortu Editores. 1979. pps. 410-411. [Segunda parte del comentario]

“La cura analítica impone a médico y enfermo un difícil trabajo que es preciso realizar para cancelar unas resistencias internas. Mediante la superación de estas, la vida anímica del enfermo se modifica duraderamente, se eleva a un estadio más alto del desarrollo y permanece protegida frente a nuevas posibilidades de enfermar.”

Comentario:

¿Hay un lugar para la palabra “cura” en el psicoanálisis? Sabemos que, en principio, Freud parte de la medicina, era su profesión, y desde allí asumió, al menos en los albores del psicoanálisis, que la neurosis era una enfermedad y por tanto requería una curación. El contexto en el que la palabra cura es tomada ahí, en esa perspectiva, es el que corresponde al quehacer del médico, lo que no significa que se tenga siempre claro a qué se refiere alguien con ello, mucho menos en una época como la actual en que el mercado poco a poco va fagocitando a la ética, haciendo de las profesiones caricaturas desopilantes. Es por eso que la filología en la mayoría de las ocasiones puede prestarnos algún auxilio, para lo cual sugiero revisar el Diccionario Etimológico de Joan Coromines y, en su defecto, uno aceptable que está en la web: http://etimologias.dechile.net/?cura  Lo primero a señalar es que, en su origen etimológico, la palabra “cura” no remite de manera directa a la destitución de una enfermedad sino a una solicitud de cuidado: “cuidado”, “inquietud”, “solicitud”. Esto nos indica que la cura no es en sí la eliminación de algo, sino el reconocimiento de que hay una demanda, independientemente del fin al que dicha demanda conduzca.

Ahora bien, no olvidemos que esta acepción originaria de la palabra  “cura” es previa al cristianismo, es decir, al momento en que Constantino I se lanzara a la conquista del Globo con un Imperio Romano que ya no sólo se serviría de la fuerza bélica, sino de una aún más poderosa, a saber, la fe. Y bien, antes de que ese momento llegara y los “curas” aparecieran como un síntoma más de los malestares en la cultura Occidental (mejor Accidental), la palabra "cura" también fue usada en el sentido de la administración de algo público, en referencia al trabajo que alguien desempeñaría al tener a su cargo, por solicitud de otros, el cuidado de un bien público.

No ha de extrañarnos que sea tal vez eso lo que condujo al uso de la palabra cura tanto en la medicina como en la iglesia y, de hecho, tampoco es coincidencia que cada lugar por el que dicha palabra ha transitado se erija como un nuevo sacerdocio que intenta cuidar la moral como un bien público; esto ha sido así desde la iglesia hasta la psicología, pasando por la medicina y la psiquiatría. De hecho, los tratamientos en cada una de ellas fueron llamados, en sus comienzos, “tratamientos morales”, como bien lo ha enseñado la historia de la medicina y de la psiquiatría en tanto herederas de las tareas sociales del clero y lo cual, aunque siempre hay quien se quiera hacer el loco y no se hable de ello abiertamente, es el tratamiento que se espera de un psicólogo e, incluso, el que se demanda en ocasiones al psicoanalista. Sea como fuere, si la psicología está hoy en todas partes, si puede jactarse de tener lugar y campos de aplicación en abundancia es, precisamente, porque como la iglesia, la medicina y la psiquiatría, se espera de ella la tarea de salvaguardar la buena moral cristiana. Es allí donde la cuestión de la curación es, por definición, un modo de père-versión.

Continuaré con este punto en el próximo comentario.

John James Gómez G. 

lunes, 15 de diciembre de 2014

Fragmento del texto y comentario: “La terapia analítica”. (28ª Conferencia). Freud, S. (1917). Conferencias de introducción al psicoanálisis. En: Obras Completas, vol. XVI. Amorrortu Editores. 1979. pps. 410-411. [Primera parte del comentario]

“La cura analítica impone a médico y enfermo un difícil trabajo que es preciso realizar para cancelar unas resistencias internas. Mediante la superación de estas, la vida anímica del enfermo se modifica duraderamente, se eleva a un estadio más alto del desarrollo y permanece protegida frente a nuevas posibilidades de enfermar.”

Comentario:

El "mito" según el cual Alejandro Magno habría cortado con su espada el nudo gordiano, ante el reto de desanudarlo, demuestra que la solución por la vía de la impotencia es la destrucción de lo que bien podría hacerse inteligible, la destrucción de toda lectura posible. La lectura requiere ser realizada aunque de ella derive el hallazgo de una imposibilidad, cosa que puso a Alejandro Magno ante la impotencia que lo habitaba para realizar una lectura posible. Es así que la impotencia y el descubrimiento de la imposibilidad no son, en absoluto, la misma cosa.

Así, el desconocimiento de lo inconsciente es, como en el caso de Alejandro Magno y su acto al cortar el nudo gordiano, el rechazo de la lectura y con ello la confirmación de la impotencia como respuesta ante la dificultad. Claro, uno podría decirse, como suele hacerlo el yo para sostenerse en su pasión por la ignorancia, que al final es el resultado lo que importa, independientemente de que se reconozca o no la lógica por la cual se ha llegado a él; incluso, independientemente, de si el resultado es la destrucción, la desaparición o el simple ocultamiento de lo que subyace (subiectum) ahí como rostro de la verdad. Sin embargo, un desconocimiento tal suele tener como efecto necesario la condición del retorno de lo rechazado, cada vez de modo más feroz, más mortífero.

En este orden de ideas, el descubrimiento freudiano cuenta con un valor incalculable. Es, ante todo, una exhortación para aprender a leer en la dificultad en lugar de huir o rechazar el texto por más complejo que parezca, rechazo que, en apariencia, podría resultar en una salida menos comprometedora pero del cual deriva lo que Freud mismo denominó “formación de compromiso”, uno de los nombres posibles para el síntoma, particularmente aquel del cual el sujeto difícilmente puede servirse salvo por el hecho de su presencia como padecimiento. Aprender a leer en la dificultad es, por tanto, la condición misma del trabajo analítico.


John James Gómez G.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Fragmento del texto: “Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, I)”. Freud, S. (1913). En Obras Completas, Vol. XII. 1979. pp. 131. [Cuarta parte del comentario]

“La abreviación de la cura analítica sigue siendo un deseo justificado cuyo cumplimiento, como veremos, se procura por diversos caminos. Por desgracia, un factor de mucho peso se les contrapone: unas alteraciones anímicas profundas sólo se consuman con lentitud; ello sin duda se debe, en última instancia, a la «atemporalidad» de nuestros procesos inconscientes.”

Comentario:

Y bien, de acuerdo con lo dicho hasta ahora, si el tiempo no es la entropía, aunque la intuición conlleve fácilmente a la confusión entre lo uno y lo otro, cometeríamos un error fundamental si creyésemos que, cuando de lo inconsciente se trata, habría un pasado y un futuro que avanzan unidireccionalmente. Precisamente, lo que la experiencia clínica en psicoanálisis ha mostrado es que no ocurre de tal manera, no hay un tiempo en el sentido de una línea unidireccional, sino, al menos, dos tiempos que guardan una relación regrediente. Esta última cuestión, que hace todavía más compleja la comprensión del problema del tiempo aquí esbozado, es la que se pone en evidencia con la condición de àpres coup que Freud expresó con la palabra “nachträglich”. Ella implica que el tiempo, en cuanto inconsciente, solo tiene valor por su retroacción o, dicho de manera más precisa, es solo porque se produce un segundo tiempo que existe un primero. Esta lógica, nada amistosa para la intuición, echa por tierra cualquier ideal acerca de la posibilidad de hallar el origen primero de las cosas y nos introduce en la condición paradójica del tiempo que, en las denominadas ciencias naturales, la mecánica cuántica ha podido demostrar.

Así las cosas, tanto la sesión analítica como el análisis mismo en tanto experiencia clínica se enfrentan a una imposibilidad lógica si son tratados como cronologías. No obstante, los postfreudianos apostaron por el estándar, no solo en cuanto a la duración de las sesiones sino también de la formación analítica, cuestión que, por definición, niega esa propiedad particular de lo inconsciente tal y como Freud la halló en la lógica de su trabajo. Este desvío revela la dificultad para salir de la pregnancia del campo intuitivo, es decir, de lo que más adelante Lacan llamaría “lo imaginario”. Es cierto que la mecánica cuántica apenas veía la luz por aquella época, pero también es cierto que los seguidores de Freud poco frecuentaban otras disciplinas, mucho menos estaban al tanto de los avances de las teorías que les permitieran estar a la altura de la subjetividad de su época. Habían hecho del psicoanálisis una disciplina endogámica, y todos se preocupaban más por superar a Freud que por entender su descubrimiento, razón por la cual la perspectiva lacaniana los tomó por sorpresa y puso rápidamente en evidencia las inconsistencias de sus formulaciones.

John James Gómez G. 

viernes, 5 de diciembre de 2014

Fragmento del texto: “Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, I)”. Freud, S. (1913). En Obras Completas, Vol. XII. 1979. pp. 131. [Tercera parte del comentario]

“La abreviación de la cura analítica sigue siendo un deseo justificado cuyo cumplimiento, como veremos, se procura por diversos caminos. Por desgracia, un factor de mucho peso se les contrapone: unas alteraciones anímicas profundas sólo se consuman con lentitud; ello sin duda se debe, en última instancia, a la «atemporalidad» de nuestros procesos inconscientes.”

Comentario:

El tiempo como entidad continua con el espacio, tal como lo propuso Einstein, revolucionó por completo la idea que se tenía sobre él. En primera instancia, porque se opone a toda intuición derivada de la experiencia sensible, en tanto se revela el hecho de que la continuidad espacio/tiempo implica una relatividad fundamental, a saber, que la cantidad de energía que puede usarse para moverse en el tiempo guarda una relación inversamente proporcional con la energía disponible para moverse en el espacio, y viceversa. En otras palabras, que entre más energía se usa para moverse en el tiempo, la velocidad para moverse en el espacio se reduce y que, entre más se usa energía en el movimiento espacial, la posibilidad de moverse en el tiempo es cada vez menor, lo cual conlleva un enlentecimiento del tiempo, incluso, si esa energía que se usa recorriendo el espacio es cercana a la velocidad de la luz (299.792.458 m/s) el tiempo podría, casi, detenerse. Esto no es fácil de aceptar, pues la intuición nos limita; estamos atrapados por el mundo sensible y, en ese punto, sólo lo simbólico nos permite demostrar y comprender lo que somos incapaces de representar por la vía imaginaria; claro, siempre, enfrentándonos a un no-todo, a un límite imposible de franquear.

La segunda cuestión, tiene que ver con el hecho de que el espacio/tiempo puede curvarse, plegarse sobre sí mismo, lo cual implica que es posible que el tiempo no solo vaya hacia delante. De hecho, lo que creemos que es el tiempo moviéndose siempre hacia delante no es más que el efecto de la segunda ley de la termodinámica, a saber, la entropía. Ella refiere a las magnitudes de energía que no pueden usarse para producir trabajo y se manifiestan como una tendencia al desorden, al caos. Es por la entropía que nunca vemos que un huevo que se rompe al caer al suelo, vuelva hacia atrás, uniéndose en todas sus partes; sin embargo, existe una probabilidad, muy baja de que ello pueda ocurrir, incluso, de que haya ocurrido en otro nivel dimensional. Así, hay algo que es imposible de ligar de las magnitudes de energía, una energía que es siempre no ligada. [Para aquellos lectores que se interesen en indagar un poco más sobre esto, sugiero alguna bibliografía de fácil acceso y fácil comprensión. De Brian Greene: “El universo elegante” (2001) y “El tejido del cosmos” (2010). De Mario Livio: “¿Es Dios un matemático? (2009). Y, de Stephen Hawking: “Historia del tiempo" (1988)].

Esta cuestión de “la energía no ligada”, seguramente, sonará familiar a quienes puedan reconocer en ella cuestiones fundamentales de los planteamientos y los dilemas Freudianos a propósito de la compulsión de repetición, la pulsión de muerte, el Ello y el problema económico del masoquismo, para mencionar solo algunas de referencias. En términos de Lacan, podrán encontrar también alguna relación con lo que llamó “lo real”, eso imposible, que no cesa de no escribirse y que siempre retorna al mismo lugar. Pues bien, lo que la física ha mostrado y la experiencia psicoanalítica no cesa de poner en evidencia, es que lo no reversible no es el tiempo, sino la entropía. Sin embargo, dado que estamos capturados en el mundo sensible, nos resulta imposible no confundir el tiempo con los efectos de la entropía, salvo que nos orientemos por lo simbólico.

El tiempo, entonces, sólo puede ser aprehendido en la medida en que se comprenda como una topo-logía, es decir, como una entidad ligada al espacio. Freud lo intuyó muy rápidamente. Esto es evidente en el caso Emma, que presenta bajo el título de "La proton pseudos histérica" en su "Proyecto de psicología para neurólogos" (1895), con el que esboza su teoría de los dos tiempos del trauma, así como su esquema del capítulo VII de "La interpretación de los sueños"(1900), en los que articula los movimientos progrediente y regrediente. No se trata de la atemporalidad del inconsciente, sino, de la dificultad que representaba para Freud, por razones que iban más allá de sus intenciones pues era algo incomprendido incluso por la física de su época, para entender el estatuto del tiempo, lo que no evitó que con el concepto de “nachträglich” logrará articular una lógica suficiente para pesquisar esa temporalidad paradójica y extraña de lo inconsciente, pues requiere atravesar lo imaginario sirviéndose de lo simbólico. Es de reconocer que, a pesar de las dificultades, Freud no confundió el tiempo con los efectos de la entropía. Su inteligencia y agudeza eran, sin duda, notables.

Me detengo por ahora. En el próximo comentario intentaré avanzar un poco más sobre lo expuesto hasta el momento.  


John James Gómez G.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Fragmento del texto: “Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, I)”. Freud, S. (1913). En Obras Completas, Vol. XII. 1979. pp. 131. [Segunda parte del comentario]

“La abreviación de la cura analítica sigue siendo un deseo justificado cuyo cumplimiento, como veremos, se procura por diversos caminos. Por desgracia, un factor de mucho peso se les contrapone: unas alteraciones anímicas profundas sólo se consuman con lentitud; ello sin duda se debe, en última instancia, a la «atemporalidad» de nuestros procesos inconscientes.”

Comentario:

Freud se refirió en varias ocasiones a lo que denominó “atemporalidad” de los procesos inconscientes. Una de ellas, además de la traída a cuentas con la cita, es la referencia que podemos encontrar en el capítulo V de “Lo inconsciente”, intitulado: Las propiedades particulares del sistema inconsciente. Allí indica que “Los procesos del sistema Icc son atemporales, es decir, no está ordenados con el arreglo al tiempo, no se modifican por el transcurso de este ni, en general, tienen relación alguna con él.” (1915, Vol. XIV, pp. 184). Esta es una de las cuatro propiedades que Freud describe; las otras corresponden al hecho de que no habría negación en lo inconsciente y no opera en él el principio de no contradicción; priman los procesos primarios sobre los secundarios y la realidad psíquica se impone a la llamada realidad objetiva. Por lo pronto, me detendré en la "atemporalidad". 

Pero, entender esa “atemporalidad” de lo inconsciente, requiere ciertas precisiones. La primera, ya introducida en el comentario anterior, se refiere a la comprensión del tiempo como una línea segmentada que va hacia adelante. Esta visión es propia tanto del sentido común como de la ciencia previa a la relatividad de Einstein y a la mecánica cuántica. No es extraño que fuese también la noción de tiempo para Freud y por lo cual tuviese dificultades para articular la temporalidad que corresponde a lo inconsciente. Ese modo de comprender el tiempo es fenomenológico, es decir, imaginario, intuitivo, si se quiere. Se trata de los modos en que intentamos asir el tiempo como unidad de medida; un conteo continuo y perpetuo que supone un avance permanente "hacia adelante". Tal vez sea esta idea la que trajo aparejada consigo la ingenuidad de que “hacia adelante” es equivalente de “progreso”, idea que vemos fracasar una y otra vez. Pero también, en la medida en que ese conteo puede referirse a los fenómenos cíclicos de la naturaleza, ese “hacia adelante”, como equivalente de “progreso”, se hizo a su vez equivalente de desarrollo y maduración. En ese orden de ideas, la psicología, hasta nuestros días, no dista de esa concepción imaginaria del tiempo para una conciencia que debería desarrollarse a la par con la maduración del sistema nervioso, como si lo psíquico fuese simplemente una función, reflejo de procesos de maduración anatómicos. Sin embargo, si algo ha sido demostrado, muy a pesar de los ideales del desarrollo y la maduración, es que el tiempo no es una entidad independiente del espacio y que como tal no solo puede ir hacia adelante, sino que, además, tiene una condición paradójica de retroacción (nachträglich). Esto se revela de tal manera tanto para la comprensión matemática del tiempo en la física de la relatividad, la mecánica cuántica y la teoría de supercuerdas, como para el inconsciente descubierto por Freud.

Será necesario entonces, en nuestro próximo comentario, introducir algunas cuestiones acerca de esa “otra” modalidad del tiempo, paradójica, propia de la física moderna y también de lo inconsciente, que revela cómo no-todo movimiento temporal es hacia adelante y que no hay tal cosa como la maduración. Se trata de una compresión topo-lógica y no cronológica del tiempo.

John James Gómez G. 

lunes, 1 de diciembre de 2014

Fragmento del texto: “Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, I)”. Freud, S. (1913). En Obras Completas, Vol. XII. 1979. pp. 131. [Primera parte del comentario]

“La abreviación de la cura analítica sigue siendo un deseo justificado cuyo cumplimiento, como veremos, se procura por diversos caminos. Por desgracia, un factor de mucho peso se les contrapone: unas alteraciones anímicas profundas sólo se consuman con lentitud; ello sin duda se debe, en última instancia, a la «atemporalidad» de nuestros procesos inconscientes.”

Comentario:

“El tiempo es oro”, suele decirse en el argot popular. La idea del valor del tiempo parece clara en ese sentido: se lo supone algo precioso que bien valdría la pena atesorar. Sin embargo, la evidencia no hace más que revelar la ausencia de tiempo, cada vez mayor, en una época en que la demanda de un Otro que, como suele parecerlo por definición, sería omnipresente y omnisciente, apura a todos esperando que respondan de manera ser-vil. Así, todos parecen correr desesperados sin interrogarse por la razón, pues lo importante es responder a la demanda sin demora, ya que la fantasía de quedar en el lugar de desecho de ese Otro, atormenta sin cesar. Sin duda, el tiempo escasea mucho más que el oro por estos días y a pesar de ello la posibilidad "tomarse" un tiempo" es vista siempre como culpabilizante; es lo que se constata cada vez que alguien, por ejemplo, siente culpabilidad si debido a alguna situación familiar de fuerza mayor o a una complicación de salud, debe ausentarse de su lugar de trabajo. Es el olvido mismo del sujeto, cosa harto promovida en la ética del mercado.

Lo cierto es que el mercado impone sus reglas y, en ellas, el sujeto es la excepción. El sujeto está excluido y cualquier atisbo de su presencia debe silenciarse. En esa vía, la medicalización y la culpabilidad (uno de sus modos más comunes en las empresas de hoy es el ideal de un tal “sentido de pertenencia”) sirven con ahínco a dicho fin. Y como el mercado es susceptible de ser aplicado no solo a la producción de objetos, sino también a lo que, ingenuamente, se ha denominado “servicios”, ni la medicina, ni la educación, mucho menos las “psicoterapias”, pueden escapar a sus efectos.

Entre tanto, hablamos del tiempo como si tuviésemos alguna idea de lo que se trata. Lo vemos como una línea segmentada que va hacia delante. Los segmentos, que es lo que solemos llamar una “cronología”, brindan la ilusión de que se le puede controlar, manipular e incluso crear. Se toma al tiempo como una entidad intuitiva que podríamos subordinar a la intencionalidad de nuestros actos. Magna tontería la que vivimos merced de la pasión del yo por la ignorancia, cuestión constatada en la cotidianidad como la prueba fehaciente de nuestra falta de sentido (común).  ¿Cómo podemos asumir el tiempo de tal modo que la ingenuidad de nuestro ilusorio dominio de sí, tan ilusorio como el pleno dominio de nosotros mismos, no nos lleve al silenciamiento del acontecimiento al que llamamos sujeto? Y de ser posible esto, ¿cómo entender el tiempo cuando del sujeto del inconsciente se trata?


John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....