Fragmento del texto: Radiofonía. Lacan, J. (1970). En: Otros
escritos. Editorial Paidós. 2012. pp. 448 (Primera parte del comentario).
“El inconsciente, lo vemos, no es más que un término
metafórico para designar el saber que solo se sostiene por presentarse como
imposible, para que a partir de allí se confirme por ser real (entiendan
discurso real)”.
Comentario:
No hay modo alguno de que lo inconsciente -arriesguemos a
decir, incluso, el psicoanálisis-, quede en el pasado, pues el saber no sabido
siempre está por-venir. Hay la idea, bastante extendida, de que lo inconsciente
está en el pasado, y no entraremos si quiera en este caso a discutir el
problema que, al menos en nuestra lengua, nos platea la diferencia entre ser y
estar; dejémosla de lado por el momento. Lo que sí no hemos de pasar por alto
es que una idea tal no carece de fundamento. Se trata sin duda de las
dificultades con las que el propio Freud debió enfrentarse pero que no
impidieron que pudiese deducir que el tiempo, cuando se trata de lo
inconsciente, poco tiene que ver con la cronología, basta con dar una mirada al primer párrafo del apartado V de su texto: “Lo Inconsciente”, para darse por
advertido.
Si no se trata de la cronología, se nos plantea la
interrogación acerca del estatuto de la historia, también de la prehistoria,
del sujeto. Llegados a este punto, la evidencia clínica nos muestra un hallazgo
crucial, a saber, que no hay tal cosa como La Historia (con mayúscula) del
sujeto. En su lugar encontramos un número finito no definido de historias
probables sobre las cuales alguien habla. La idea de que habría La Historia,
constituye, de hecho, la mayor ficción sostenida gracias a lo que Freud
denominó complejo de Edipo, también llamado realidad psíquica, que fija la
fantasía de que habría una verdad plena que, por alguna razón, es negada por un
Otro perverso.
En su decir, quien habla al interior de la experiencia
analítica, se ve interrogado entorno a aquello que supone saber. Es interesante
constatar que arribar a este punto no es algo sencillo, pues el Yo se aferra a
esa fantasía en que la ficción de La Historia puede sostenerse, con lo cual las
historias finitas probables, y sus combinatorias infinitas, se mantienen
excluidas. Sólo cuando puede captarse el valor del equívoco, que por introducir
un deslizamiento que interroga La Historia, el Yo se encuentra por vez primera
ante la pregunta acerca del estatuto de toda verdad y de los límites del saber.
Es una sorpresa a la vez que el advenimiento a un lugar inédito en el cual el
Yo no se reconoce y, sin embargo, se encuentra; encuentro con lo real.
John James Gómez G.
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