miércoles, 18 de junio de 2014

Fragmento del texto: Radiofonía. Lacan, J. (1970). En: Otros escritos. Editorial Paidós. 2012. pp. 448 (Primera parte del comentario).

“El inconsciente, lo vemos, no es más que un término metafórico para designar el saber que solo se sostiene por presentarse como imposible, para que a partir de allí se confirme por ser real (entiendan discurso real)”.

Comentario:

No hay modo alguno de que lo inconsciente -arriesguemos a decir, incluso, el psicoanálisis-, quede en el pasado, pues el saber no sabido siempre está por-venir. Hay la idea, bastante extendida, de que lo inconsciente está en el pasado, y no entraremos si quiera en este caso a discutir el problema que, al menos en nuestra lengua, nos platea la diferencia entre ser y estar; dejémosla de lado por el momento. Lo que sí no hemos de pasar por alto es que una idea tal no carece de fundamento. Se trata sin duda de las dificultades con las que el propio Freud debió enfrentarse pero que no impidieron que pudiese deducir que el tiempo, cuando se trata de lo inconsciente, poco tiene que ver con la cronología, basta con dar una mirada al primer párrafo del apartado V de su texto: “Lo Inconsciente”, para darse por advertido.

Si no se trata de la cronología, se nos plantea la interrogación acerca del estatuto de la historia, también de la prehistoria, del sujeto. Llegados a este punto, la evidencia clínica nos muestra un hallazgo crucial, a saber, que no hay tal cosa como La Historia (con mayúscula) del sujeto. En su lugar encontramos un número finito no definido de historias probables sobre las cuales alguien habla. La idea de que habría La Historia, constituye, de hecho, la mayor ficción sostenida gracias a lo que Freud denominó complejo de Edipo, también llamado realidad psíquica, que fija la fantasía de que habría una verdad plena que, por alguna razón, es negada por un Otro perverso.

En su decir, quien habla al interior de la experiencia analítica, se ve interrogado entorno a aquello que supone saber. Es interesante constatar que arribar a este punto no es algo sencillo, pues el Yo se aferra a esa fantasía en que la ficción de La Historia puede sostenerse, con lo cual las historias finitas probables, y sus combinatorias infinitas, se mantienen excluidas. Sólo cuando puede captarse el valor del equívoco, que por introducir un deslizamiento que interroga La Historia, el Yo se encuentra por vez primera ante la pregunta acerca del estatuto de toda verdad y de los límites del saber. Es una sorpresa a la vez que el advenimiento a un lugar inédito en el cual el Yo no se reconoce y, sin embargo, se encuentra; encuentro con lo real.

John James Gómez G.

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