Fragmento del texto: “Algunas Lecciones Elementales Sobre
Psicoanálisis”. Freud, S. (1940). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu
Editores. 1979. (Primera parte del
comentario).
“El psicoanálisis tiene pocas perspectivas de ser bien visto
o popular. Y no sólo porque muchos de sus contenidos afrentan los sentimientos
de numerosas personas…” (p. 283)
“No cualquiera osa formular juicios sobre cosas físicas,
pero todos —el filósofo tanto como el hombre de la calle— tienen su opinión
sobre cuestiones psicológicas y se comportan como si fueran al menos unos
psicólogos aficionados. Y aquí viene lo asombroso: que todos —o casi todos—
están de acuerdo en que lo psíquico posee efectivamente un carácter común en
que se expresa su esencia. Es el carácter único, indescriptible pero que
tampoco ha menester de descripción alguna, de la condición de consciente. Se
dice que todo lo consciente es psíquico, y también, a la inversa, que todo lo
psíquico es consciente.” (p. 284-285).
Comentario:
Si algo se ha demostrado a partir del uso de la lógica, es
que la experiencia intuitiva, es decir, lo que se considera intuitivamente
verdadero, incluso aquello que solemos llamar la "realidad" (todo el mundo dice jactanciosamente: lo que pasa en realidad es que...), en no pocas ocasiones
resulta erróneo. No importa cuan fiables creamos a nuestros sentidos y a
nuestra percepción, la experiencia requiere ser corregida con el uso de la
lógica y, en algunos casos, también con el uso de las matemáticas. La física lo
ha demostrado una y otra vez, como ciencia princeps de la naturaleza, muy a
pesar de las creencias comunes que en muchas ocasiones se ven contrariadas por
sus descubrimientos y que, por tanto, son vistas con ojeriza desde el sentido
común. Sin embargo, el hecho de que la matemática usada en la física sea algo
tan distante del conocimiento popular, hace que quienes se sienten contrariados
por sus descubrimientos no puedan más que morder sus lenguas para contener su
malestar pues reconocen de inmediato que carecen del saber requerido para
emitir cualquier juicio. Y es afortunado que sea así, pues ello evita creer que
pueden comprender algo demasiado pronto e implica reconocer que si se desea abocarse a algún tipo
de discusión, será necesario procurarse un trabajo riguroso para acceder al
saber que ello requiere. La cosa no es tan afortunada, sin embargo, cuando de
las ciencias sociales y humanas se trata.
En las ciencias llamadas humanas y también en las sociales,
la cosa es por entero diferente de esa afortunada prudencia que desde el
sentido común se suele guardar cuando de la física se trata. En la medida en
que todos vivimos en sociedad, inmersos en la cultura y nos consideramos
“poseedores” de una psique, la tentación de invalidar por la experiencia
intuitiva cualquier hallazgo lógico realizado desde dichas ciencias es
mayúscula. Todos se sienten autorizados a hablar sobre los temas que a ellas
competen como si supiesen demasiado aunque, en términos lógicos, no tengan la
menor idea de lo que dicen. Se trata de lo que Bourdieu llamó “sociología
espontánea”, denominación que bien puede extenderse a la filosofía, la
antropología, la psicología y el psicoanálisis. La ingenuidad más generalizada
puede escucharse en célebres frases como: "Yo también tengo algo de
psicólogo" o, "Yo también tengo algo de sociólogo", entre otras.
El sentido común y la experiencia intuitiva parecerían
entonces suficientes para develar las preguntas más enigmáticas que ocupan a
las ciencias sociales y humanas. Muchos llegan a creer, incluso, que la
desaprobación de una conjetura derivada del estudio riguroso de un problema,
puede hacerse simple y llanamente con los vacuos enunciados “no creo que sea así” o “no estoy de acuerdo con eso”.
Pues bien, bajo ningún caso se trata de un problema de mera creencia ni de
acuerdos o pactos que busquen satisfacer la moral cultural.
Pero más asombroso aún resulta el caso de aquellos quienes,
a pesar de haberse formado en una disciplina, rehusan a proveerse los medios
necesarios, lógicos y/o matemáticos, según se trate, para aproximarse a los
enigmas que, supuestamente, se abocan a desentrañar. En tales casos, habrá
triunfado la lamentable ilusión de que un título universitario es suficiente
garantía para que la palabra, que puede seguir siendo, en su estructura, puro
sentido común, ahora deba ser tomada como una conjetura con valor de verdad
lógica. Este último caso, que no es muy es-caso, tal vez deba preocuparnos más
que los anteriormente mencionados.
John James Gómez G.
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