miércoles, 11 de junio de 2014

Fragmento del texto: “Algunas Lecciones Elementales Sobre Psicoanálisis”. Freud, S. (1940). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1979.  (Tercera parte del comentario).

“El psicoanálisis tiene pocas perspectivas de ser bien visto o popular. Y no sólo porque muchos de sus contenidos afrentan los sentimientos de numerosas personas…” (p. 283)

“No cualquiera osa formular juicios sobre cosas físicas, pero todos —el filósofo tanto como el hombre de la calle— tienen su opinión sobre cuestiones psicológicas y se comportan como si fueran al menos unos psicólogos aficionados. Y aquí viene lo asombroso: que todos —o casi todos— están de acuerdo en que lo psíquico posee efectivamente un carácter común en que se expresa su esencia. Es el carácter único, indescriptible pero que tampoco ha menester de descripción alguna, de la condición de consciente. Se dice que todo lo consciente es psíquico, y también, a la inversa, que todo lo psíquico es consciente.” (p. 284-285).

Comentario:

Ninguna ilusión humana es tan grande ni tan ingenua como la de hacer equivaler los psíquico con lo consciente. Es cierto que durante siglos una idea tal se ha sostenido, especialmente, por la relación de igualdad que se puede deducir a partir del cogito cartesiano que, sirviéndose del valor que se atribuye a la cópula “es”, en su preocupación metafísica, otorga al pensamiento la causa misma del ser. Pensar es, según su enunciado, ser. Así, el pensamiento pasa de acontecimiento a causa, a la vez que, por ello, la psique se reduce a la consciencia de aquel que por pensar, es. Sin embargo, la consciencia no hace más que revelarse como una cualidad posible y apenas probable de lo psíquico, mientras que el pensar se revela como el esfuerzo del Yo por demostrar, en vano, que puede dominarse a sí mismo.

Y es que la pregunta por la cópula “es”, en la relación entre el sujeto y el predicado, no es un asunto menor. Hacer uso de ella genera, por más que se intente eludir sus efectos, la ilusión de que en el enunciado la cualidad puede ser equivalente al sujeto, dejando así su condición de acontecimiento para devenir esencia. Decir “el árbol es verde”, quita al verde su condición de acontecimiento posible y lo convierte en un rasgo esencial del árbol, merced de la cópula “es”. Así, el Yo que enuncia un acontecimiento como si fuese su esencia, olvida que allí donde intenta fijar el ser, no hay más que falta. Esta ha sido, seguramente, la más dura herida narcisista que la humanidad ha tenido que enfrentar y fue Freud quien, a través de esa experiencia denominó psicoanálisis, lo puso de manifiesto.

Tal vez la herida más fuerte, insoportable para el Yo de algunos que se llaman a sí mismos psicoanalistas, consiste en la imposibilidad del "psicoanalista" como predicado, es decir, la imposibilidad del “Yo soy psicoanalista”. Evidentemente se dice por doquier, lo cual no es el problema en cuestión, pues bien puede usarse tal expresión reconociendo su imposibilidad, simplemente como una celada que abra la posibilidad para que una demanda se produzca por parte de alguien que, tal vez, devenga analizante. El problema poco sutil pero muy delicado, aplica para el caso en que alguien, al suponer su “ser analista”, ingrese en la ilusión narcisista de que el predicado que lo califica no es un acontecimiento sino un rasgo esencial de su-persona.

En tal caso, habrá olvidado que la única manera posible de sostener un enunciado acerca del acto analítico, requiere de la exclusión de la cópula “es” y brindar al predicado el valor de un acontecimiento del sujeto, en el sentido en que los estoicos lo precisaban. Así, por ejemplo, el árbol verdea, sería la manera de expresar el acontecimiento del predicado en el sujeto árbol, mientras que, en el caso del análisis, el modo sería: “yo analizo”, quedando así en evidencia que al lugar al que puede advenirse a partir de ello, no por vía de algún ser esencial, sino por el acto del analizar, es al de analizante. En tal sentido, no hay más ser del analista que el de-ser dicho en alguna parte y, por tanto, de olvidarse ello, acontecerá el padecimiento sumo de algunos quienes se han creído en esa equivalencia entre el sujeto y el predicado, a saber, la infatuación.

John J. Gómez G.

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