Fragmento del texto: “Algunas Lecciones Elementales Sobre
Psicoanálisis”. Freud, S. (1940). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu
Editores. 1979. (Segunda parte del
comentario).
“El psicoanálisis tiene pocas perspectivas de ser bien visto
o popular. Y no sólo porque muchos de sus contenidos afrentan los sentimientos
de numerosas personas…” (p. 283)
“No cualquiera osa formular juicios sobre cosas físicas,
pero todos —el filósofo tanto como el hombre de la calle— tienen su opinión
sobre cuestiones psicológicas y se comportan como si fueran al menos unos
psicólogos aficionados. Y aquí viene lo asombroso: que todos —o casi todos—
están de acuerdo en que lo psíquico posee efectivamente un carácter común en
que se expresa su esencia. Es el carácter único, indescriptible pero que
tampoco ha menester de descripción alguna, de la condición de consciente. Se
dice que todo lo consciente es psíquico, y también, a la inversa, que todo lo
psíquico es consciente.” (p. 284-285).
Comentario:
Que el psicoanálisis no sea popular y que además produzca
cierta conmoción tanto para el uno por uno, como a nivel social general, no es
cosa oculta. Quienes se encuentran con él, se entregan a su “mordedura” desde
el extremo religioso hasta el odio profundo; extremos que son dos caras de una
misma moneda. Y es que el saber que el psicoanálisis comporta no puede dejar de
ser perturbador, pues, justamente, buena parte de sus efectos consisten en
develar lo reprimido en juego en el lazo entre el sujeto y el Otro, razón
por la cual, lo que pone en escena, suele ser insoportable para el Yo, que es,
como bien señala Freud, no solo más inmoral de lo que cree sino también más moral
de lo que sabe.
Es por ello que la relación con el psicoanálisis no es cosa
sencilla. El hecho de que se lo considere una disciplina que hace parte de las
ciencias sociales y humanas, lleva a la idea de que puede prescindirse de la
formalización lógica para aproximarse a su comprensión. En una posición como
esa, el Yo hace de él un mito en relación con el cual puede sostener su
padecimiento neurótico, así como los altos vuelos narcisistas en los que pueda
infatuarse, "sintiéndose psicoanalista", intentando así poner al
psicoanálisis en el lugar del agujero fundante del sinsentido de la existencia
humana, para tratar de obturar la falta y la angustia que ella conlleva. Se oye
entonces hablar de él, con odio profundo, o con religiosidad, y bien vale la
pena desconfiar menos del primer caso que del segundo.
Abundan, entre los psicoanalistas, las frases ya convertidas
en cliché, tomadas de la obra de Freud y de Lacan, que son repetidas en muchas
ocasiones sin ser interrogadas y sobre las cuales, a veces, todo lo que se dice
resulta palabra vacía por el hecho, fácilmente constatable, de que no en pocos
casos se las repite sin haberse provisto los medios lógicos para articular un
saber entorno a ellas o para interrogar su estatuto. Series sin fin de
ponencias enteras construidas como “colchas de retazos”, en las que se
remiendan frases cliché, una al lado de la otra, para brindar una cierta
apariencia de que se sabe lo que se dice, olvidando incluso que el
psicoanálisis se trata de un discurso donde lo que cuenta no es lo que se sabe
sino el saber no sabido. Es por ello que la responsabilidad no es poca cuando
del psicoanálisis se trata. No se puede ser sumiso ante la teoría ni hablar en
el “Nombre del Padre”, habría que poder prescindir del padre a condición de
servirse de él, es decir, arriesgarse como Tales de Mileto, a dar el paso del
Mythös al Lôgos.
John James Gómez G.
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