Fragmento del texto: “Discurso en la Escuela Freudiana de París.”
Lacan, J. (1967). En: Otros escritos. Editorial Paidós. 2012. Pág. 290. (Segundo
comentario).
“El ‘deseo del psicoanalista’, ahí está el punto absoluto desde donde
se triangula la atención a lo que, por ser esperado, no debe dejarse para
mañana.
Pero plantearlo como lo hice introduce la dimensión en la que el
analista depende de su acto para localizarse a partir de lo falaz de lo que lo
satisface, el asegurarse por él de no ser por lo que allí se hace.
Es en este sentido que el atributo de no psicoanalista es el garante
del psicoanálisis, y que yo anhelo en
efecto que haya no analistas, que se distinguen en todo caso de los
psicoanalistas actuales, que pagan su estatus con el olvido del acto que
fundan.”
Comentario:
¿De qué satisfacción se trata para aquel quien presta su cuerpo a la función
de analista? Tal vez sea ésta una de las preguntas de mayor interés si se toma en
consideración lo que Lacan denominó el “deseo
del psicoanalista”.
Partimos del supuesto de que, en un análisis, el trabajo del psicoanalizante
produce a un psicoanalista. Es un supuesto, como muchos otros en el
psicoanálisis, extendido hasta el punto en que suele darse por sobrentendido, lo cual no significa, necesariamente, que se entienda algo, poco o mucho, de ello. Dicho supuesto plantea de antemano otro, a saber, que para que un psicoanalista
se produzca es condición necesaria que se produzca un psicoanalizante.
Y ¿qué puede querer decir que un psicoanalizante se produce? La respuesta más
simple que aparece ante los ojos desprevenidos es que, para que haya psicoanalizante,
basta que alguien visite a un psicoanalista. Sin embargo, dicha respuesta nos
lleva, en términos lógicos, a una contradicción, ya que si la condición
necesaria para que se produzca un psicoanalista es que se produzca primero un psicoanalizante,
¿cómo podría ser que la condición para que un psicoanalizante se produzca es
que haya primero un psicoanalista? Es un callejón sin salida. Una contradicción
de tal magnitud amerita ser tomada en consideración con suma atención.
La contradicción sólo puede desaparecer a condición de que se comprenda
que aquel que se llama a sí mismo “psicoanalista”, y que recibe a otro que
viene a su consultorio a hablar, sabe que de lo que allí se trata no es de otra
cosa que de una celada. Si no se sirviera de tal denominación,
no habría la oferta por la cual, quien se dirige a él, produce una demanda. Pero
que sea una celada pone de manifiesto algo crucial: pensar que si alguien que llega a su
consultorio se convierte por ese solo hecho en psicoanalizante, sería
algo tan falaz como que por el hecho de que él se llame “psicoanalista” y esté
allí sentado, escuchando, exista de suyo la función psicoanalista. En ese sentido, es necesario prestar atención a Lacan
y con él a la indicación freudiana de la retroacción o, también del “futuro
anterior” (nachträglich), tan extraño
de concebir dada nuestra lengua castellana y, además, nuestra concepción
progresiva, intuitiva, pero errada, de la línea del tiempo. Con el futuro
anterior se aclara que es necesario el dos para que se funde el uno y que
ambos, uno y dos, se fundan en el mismo instante. Ejemplo de ello, en la obra
de Freud, es lo que se conoce como los “dos tiempos del trauma”. Este efecto es
precisamente uno de los rasgos fundamentales en la lógica que Lacan introduce,
siguiendo a Freud, cuando formula el par significante S1-S2.
Orientados así vemos que no se trata de una cuestión vinculada con
alguna suerte de tiempo cronológico en el que “en el principio” habría un psicoanalista
que recibe a un psicoanalizante y que, en el final, habría dos analistas y en
ese momento, entonces, ya ningún psicoanalizante. Es necesario entender que no se
trata de una “producción” en el sentido industrial ni del discurso capitalista.
Se trata de una producción en el sentido que puede aportarnos su comprensión la lógica
estoica, la topología y, por qué no, ciertos modos de las artes. El momento en
el que aquel quien ha venido a hablar de su padecimiento produce, por vía del
sujeto supuesto saber, formulaciones acerca de su espacio/tiempo en tanto
inconsciente, es el punto mismo en que por su désir (deseo/decir) se produce un psicoanalizante
y, justo allí, se produce también la función psicoanalista. Quien allí escucha,
cuenta solo con su propia experiencia como psicoanalizante para reconocer que,
en tal experiencia, un psicoanalista se produce. La teoría no alcanza para ello, como tampoco sirve ser un juicioso y sumiso alumno de escuela. Es decir que quien escucha,
para permitir que quien habla produzca un psicoanalizante y con ello a un
psicoanalista, debe ser ante todo un psicoanalizante. Es algo que parece
olvidarse con facilidad. No es necesario escuchar a demasiados "psicoanalistas" para percatarse de que, en su afán por convertirse en eso que aspiran, advienen a
la ilusión del “ser”, en el sentido de ser un “profesional” o de ser portadores
de algún signo de distinción. Dejan así de reconocer que su única posición
posible, para que un psicoanalista exista, es la de psicoanalizantes. El afán por
ser psicoanalistas da al traste con la posibilidad de sostener el acto
analítico. Es fácil notar que existen grados de distinción entre los
psicoanalistas, incluso veneraciones, pero, sobre todo, que hay segregación y jerarquización por distinción
entre los que se llaman a sí mismos psicoanalistas y los psicoanlizantes que
aspiran algún día llegar al ideal de psicoanalistas. ¿No es acaso ello lo que
abunda en muchas de las escuelas de psicoanálisis?
Pero entonces, todo esto nos lleva de vuelta a la pregunta inicial ¿De
qué satisfacción se trata para aquel quien presta su cuerpo a la función de
analista? Y nos percatamos entonces de que lo dicho hasta ahora nos plantea el
reconocimiento de la menuda dificultad acerca de lo que con ella se pone en juego.
Sabemos, al menos, que si lo que se satisface es algún deseo de ser reconocido
por el otro y por el Otro como psicoanalista, entonces no hay ya acto
analítico. Habrá que avanzar entonces un poco más.
John James Gómez G.