jueves, 25 de febrero de 2016

Fragmento del texto: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia". (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis III). Freud, S. 1915. En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 169. [Tercera parte del comentario]
 
“El camino del analista es diverso, uno para el cual la vida real no ofrece modelos”.

Comentario:

La expresión psicoanalizado, usada en época de Freud, hace suponer que quien analiza es el psicoanalista y que quien yace en el diván solo estaría allí para que ese maestro, iluminado a su vez por otro maestro, lo lleve a su propia iluminación. Así, el psicoanalizado sería un objeto pasivo al que el psicoanalista daría forma con base en su experticia y vasto saber respecto de lo que sería la buena manera de vivir, los buenos objetos para gozar y, sobre todo, respecto de qué es un psicoanalista. Sin embargo, nada podría distar más de la experiencia psicoanalítica, al menos desde el punto de vista por el cual Lacan construye su retorno a Freud.

Por su parte, la expresión psicoanalizante, destacada por Lacan, indica que el trabajo psicoanalítico es ejercido por aquel que pone en operación la interrogación, bajo transferencia, acerca del saber inconsciente que lo habita. Desde esta perspectiva, si fuese el psicoanalista quien hace ese trabajo, quedaría de inmediato en la posición de psicoanalizante. Es por esta razón que la aparente claridad con la que alguien podría ubicar el uso de la técnica del lado del psicoanalista amerita interrogarse. La expresión “el psicoanalista”, como aquella clase que permitiría ubicar con certeza qué significa ese significante, no puede ser más que una proton pseudos, es decir, una premisa falsa. No hay ser del psicoanalista, más que el de ser (des-ser) dicho en alguna parte, advierte Lacan en “Radiofonía”. No puede enunciarse el “para todo psicoanalista” que enmarcaría el ser esencial por el cual se puede concluir la verdad definitiva sobre esa función.

Si alguien se identifica al significante “psicoanalista”, como si eso definiera su lugar en el mundo, bien sea como profesión, como signo de distinción, como rasgo de su salud o cualquiera otra necedad similar, ese acto no podría ser más que la prueba tanto de su infatuación como de su inconmesurable ingenuidad. Si Freud se preguntó en su momento si podían los legos ejercer el psicoanálisis, hoy, en cambio, sabemos que, cuando se trata de la práctica psicoanalítica, no podemos ser más que legos.


John James Gómez G.

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