jueves, 18 de febrero de 2016

Fragmento del texto: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia". (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis III). Freud, S. 1915. En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 169. [Segunda parte del comentario]
  
“El camino del analista es diverso, uno para el cual la vida real no ofrece modelos”.

Comentario:

Se dice que en el psicoanálisis la técnica es la asociación libre. Es un decir bastante común, al punto de constituir un cliché. Se dice, además, que a partir de esas asociaciones llega a producirse una interpretación. Así, asociación libre e interpretación constituirían, al menos pasando con rapidez por el tema, los ejes centrales cuando se trata de la técnica psicoanalítica. Sabemos, claro está, que el término transferencia no es ajeno a esa técnica y que, siendo rigurosos, hace con los otros dos una terna inseparable. Ahora, si tomamos esto en consideración, vale la pena señalar una primera cuestión que merece nuestra atención, a saber, que se asume que la asociación libre y la transferencia van en dirección desde el analizante hacia al analista, y que, del lado del analista hacia el analizante estaría la interpretación. Sin embargo, tal vez ese supuesto de lo que corresponde a cada uno no sea tan preciso como se podría creer. Puede uno preguntarse, para comenzar, ¿quién, entre esos dos allí presentes, usa entonces la técnica?

Podría uno apresurarse a responder que quien ejerce la técnica es el psicoanalista. Y cómo no, si se esperaría que esa persona que presta su oreja y el “resto” de su cuerpo para escuchar la queja y la demanda de ese Yo sufriente, sea el portador del saber para usarla. Pero de responder así, caeríamos en franco error. Es cierto que el analista algo tendrá que saber acerca de la técnica, si es que se ha ocupado de sus propios asuntos en un análisis personal. Sería allí donde podría haberla usado, es decir, donde ha aprendido que la asociación libre pone de manifiesto el hecho de que hay una determinación en su decir incluso cuando, aparentemente, se lanza a hablar como quien no sabe lo que dice. Y descubre además, con mayor sorpresa aún, que justo ahí donde creía saber lo que decía, en realidad no sabía lo que había en su decir. Así llega a reconocer que la libertad en juego no es otra que la de que, quien lo escucha, si bien es alguien, no es cualquiera, pues no responde desde el lugar de consejero, juez moral, redentor de almas, salvador ni verdugo, lugares asumidos comúnmente en las relaciones especulares de la vida cotidiana.

Y si el analista ha usado esa técnica de la asociación libre en su propio análisis, es lógico no sea él quien la use al escuchar a sus analizantes, pues a pesar de no saber nada de ese otro que le habla de su sufrimiento, ha descubierto, en su propia experiencia como analizante, que no es a él a quien la queja y la demanda se dirigen, sino al Otro. Entonces, habrá que reconocer que no son dos, sino tres, los que participan de la experiencia psicoanalítica; e incluso más. En la medida en que se trata de la relación del sujeto con el Otro, es decir, con lo que se produce en torno a un saber estructurado como un (común) lenguaje, y no de las relaciones imaginarias del Yo aquejado por ese injusto (in)mundo en que le tocó vivir, el hecho de que sean dos personas las que asisten al encuentro se vuelve irrelevante, como también se vuelve irrelevante quién sería el que “tiene la sartén por el mango”.   
  

John James Gómez G.

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