Fragmento del texto: Función y Campo de la Palabra y del
Lenguaje en Psicoanálisis. Lacan, J. (1953). En: Escritos 1. Siglo XXI
Editores. 2ª edición. 2008. Pág. 259. [Última parte del comentario]
“Es en la versión del texto donde empieza lo importante, lo
importante de lo que Freud nos dice que está dado en la elaboración del sueño,
es decir, en su retórica. Elipsis y pleonasmo, hiperbatón o silepsis,
regresión, repetición, aposición, son tales los desplazamientos sintácticos,
metáfora, catacresis, antonomasia, alegoría, metonimia, sinécdoque, las
condensaciones semánticas, en las que Freud nos enseña a leer las intenciones
ostentatorias o demostrativas, disimuladoras o persuasivas, vengativas o
seductoras, con las que el sujeto modula su discurso onírico.”
Comentario:
Si la versión del texto es lo importante, es porque en el
flujo de los significantes que en ella se entretejen deambula el sujeto del
inconsciente. Uso la expresión “deambula” debido al hecho constatable, cuando
se escucha al interior de la experiencia analítica –y que fue señalado por
Lacan en “La dirección de la cura y los principios de su poder”–, de que en esa
estructura de lenguaje que Freud supo articular, el sujeto no sabe nada acerca de qué lugar ocupa en su
organización: “…un flujo significante cuyo misterio consiste en que el sujeto
no sabe ni siquiera dónde fingir que es su organizador.” (Lacan, 1958/2008,
pág. 593).
Sin duda, una de las genialidades de Freud fue la de haberse
convertido en aquel a quien alguien que sufría podía hablar libremente, ya que
de ese modo el afán cotidiano de sostener los semblantes de un ser que sabe
dónde está, de dónde viene y hacia dónde va, pierde su sentido alienante. Nada
más difícil que correr ese riesgo, pues el Yo teme caer en el agujero del sin
sentido que hace a la verdad más íntima del sujeto, y que revela el hecho de
que, durante toda su vida, ha desconocido que es Otro el artífice de lo que ha
creído como más propio.
Esa pérdida del sentido alienante propio de los semblantes,
es posible sólo si el analista elije no responder a la demanda de ocupar los lugares en los que
el Yo sufriente busca, desesperado, el reconocimiento por parte de Otro que le
garantice el sentido de su lugar en el mundo. Esa demanda es siempre de amor, y
apunta a que el otro responda desde el lugar de redentor de almas, de salvador,
de maestro, o bien, desde el lugar de un verdugo; no olvidemos que Freud, en su texto "Pegan a un niño", reveló el carácter masoquista de la fantasía, por lo cual el
azote, la humillación y la degradación, también constituyen signos de
amor.
Si algo hace al lugar del analista es, justamente, que no es
más que aquel a quien se habla libremente. A partir de ello es posible que el
sujeto rearticule algo del deseo al que ha renunciado, en la espera de la
respuesta garantizada y el reconocimiento de ese Otro que no es más que semblantes.
John James Gómez G.
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