viernes, 12 de febrero de 2016

Fragmento del texto: Función y Campo de la Palabra y del Lenguaje en Psicoanálisis. Lacan, J. (1953). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores. 2ª edición. 2008. Pág. 259. [Última parte del comentario]

“Es en la versión del texto donde empieza lo importante, lo importante de lo que Freud nos dice que está dado en la elaboración del sueño, es decir, en su retórica. Elipsis y pleonasmo, hiperbatón o silepsis, regresión, repetición, aposición, son tales los desplazamientos sintácticos, metáfora, catacresis, antonomasia, alegoría, metonimia, sinécdoque, las condensaciones semánticas, en las que Freud nos enseña a leer las intenciones ostentatorias o demostrativas, disimuladoras o persuasivas, vengativas o seductoras, con las que el sujeto modula su discurso onírico.”

Comentario:

Si la versión del texto es lo importante, es porque en el flujo de los significantes que en ella se entretejen deambula el sujeto del inconsciente. Uso la expresión “deambula” debido al hecho constatable, cuando se escucha al interior de la experiencia analítica –y que fue señalado por Lacan en “La dirección de la cura y los principios de su poder”–, de que en esa estructura de lenguaje que Freud supo articular, el sujeto no sabe  nada acerca de qué lugar ocupa en su organización: “…un flujo significante cuyo misterio consiste en que el sujeto no sabe ni siquiera dónde fingir que es su organizador.” (Lacan, 1958/2008, pág. 593).

Sin duda, una de las genialidades de Freud fue la de haberse convertido en aquel a quien alguien que sufría podía hablar libremente, ya que de ese modo el afán cotidiano de sostener los semblantes de un ser que sabe dónde está, de dónde viene y hacia dónde va, pierde su sentido alienante. Nada más difícil que correr ese riesgo, pues el Yo teme caer en el agujero del sin sentido que hace a la verdad más íntima del sujeto, y que revela el hecho de que, durante toda su vida, ha desconocido que es Otro el artífice de lo que ha creído como más propio.

Esa pérdida del sentido alienante propio de los semblantes, es posible sólo si el analista elije no responder  a la demanda de ocupar los lugares en los que el Yo sufriente busca, desesperado, el reconocimiento por parte de Otro que le garantice el sentido de su lugar en el mundo. Esa demanda es siempre de amor, y apunta a que el otro responda desde el lugar de redentor de almas, de salvador, de maestro, o bien, desde el lugar de un verdugo; no olvidemos que Freud, en su texto "Pegan a un niño", reveló el carácter masoquista de la fantasía, por lo cual el azote, la humillación y la degradación, también constituyen signos de amor. 

Si algo hace al lugar del analista es, justamente, que no es más que aquel a quien se habla libremente. A partir de ello es posible que el sujeto rearticule algo del deseo al que ha renunciado, en la espera de la respuesta garantizada y el reconocimiento de ese Otro que no es más que semblantes.


John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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