domingo, 28 de febrero de 2016

Fragmento de la carta 57 de Freud a Fliess, fechada en Viena el 24 de enero de 1897. En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 169. [Primera parte del comentario]

“La idea de traer a cuento las brujas cobra vida. Y por otra parte la considero acertada. Los detalles empiezan a proliferar. El «volar» está aclarado, la escoba sobre la que cabalgan es probablemente el gran Señor Pene.”

Comentario:

De Sacerdotisas antiguas degradadas a putas por la moral cristiana, pasando por brujas adoradoras de satán en la Edad Media, hasta Histéricas insufribles para los médicos en el siglo XIX, las mujeres han sabido, desde siempre, interrogar el lugar del Amo.  Es notable que el tránsito de las mujeres en el decurso de la historia humana, esté marcado por el esfuerzo enardecido con el que los hombres han querido silenciarlas; sobre todo aquellos que se toman a sí mismos por Amos de alguna parcela divina o terrenal.

Los hombres, cautivados y atemorizados por el enigma que plantea la feminidad, incluso, para las mismas mujeres, suelen hallar sólo dos opciones: “el rapto con violencia (predatio) o la fascinatio intimidante, hipnótica”, según plantea Pascal Quignard en la página de 86 su texto “El sexo y el espanto” (2004), al tratar la historia del erotismo romano. No nos es difícil colegir en cuál de ellas se encontraba Freud: mientras él jugaba a hipnotizarlas, desconocía que él mismo ya era preso de la fascinatio intimidante, hipnótica, propia de la feminidad.

Freud no dudó, entonces, en tratar de establecer las relaciones que se tejen entre la sexualidad, el falo y los enigmas que esas mujeres, a quienes los médicos llamaban histéricas, planteaban al Amo poniendo su cuerpo ante sus ojos. Ello incluso a pesar de que, en principio, Freud confundiera el falo con su referente anatómico: el pene. De haberse librado pronto de tal confusión, seguramente habría comprendido que el falo (fascinus), que se vincula con la castración, está más cerca de los ojos que de los genitales: “La fascinación significa lo siguiente: aquel que ya no puede apartar la vista.” (Quignard, 2004, pág. 80).

Pero cómo reconocer que se es cautivo de esa fascinatio (brillo fállico) propia de la feminidad, si “lo femenino para los hombres es el sexo cercenado que define a la diosa del amor. Es el nacimiento de Venus. Es lo que no pueden ver. Es lo que espían.” (Quignard, 2004, pág. 95).  Pues bien, lo único que es posible reconocer allí es la castración. Lo que falta. Por eso la castración de Edipo, no es la de sus genitales, sino la de sus ojos. Es ahí donde está el agujero. Es lo que no pudo ver pero que le es imposible olvidar. Es lo no olvidado (a-létheia), es decir, la verdad (alétheia) que solo puede mirar de costado y alcanzar por vías torcidas, pues al mirarla de frente solo queda la ceguera. Hay que agradecer a Freud, quien a pesar de sus confusiones y su fascinación, supo dejar de orientarse por los ojos, abandonando así la clínica de la mirada para entregarse a la clínica de la escucha, haciendo que algo de esa verdad haya podido resonar gracias a la experiencia psicoanalítica que nos legó.

John James Gómez G. 

jueves, 25 de febrero de 2016

Fragmento del texto: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia". (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis III). Freud, S. 1915. En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 169. [Tercera parte del comentario]
 
“El camino del analista es diverso, uno para el cual la vida real no ofrece modelos”.

Comentario:

La expresión psicoanalizado, usada en época de Freud, hace suponer que quien analiza es el psicoanalista y que quien yace en el diván solo estaría allí para que ese maestro, iluminado a su vez por otro maestro, lo lleve a su propia iluminación. Así, el psicoanalizado sería un objeto pasivo al que el psicoanalista daría forma con base en su experticia y vasto saber respecto de lo que sería la buena manera de vivir, los buenos objetos para gozar y, sobre todo, respecto de qué es un psicoanalista. Sin embargo, nada podría distar más de la experiencia psicoanalítica, al menos desde el punto de vista por el cual Lacan construye su retorno a Freud.

Por su parte, la expresión psicoanalizante, destacada por Lacan, indica que el trabajo psicoanalítico es ejercido por aquel que pone en operación la interrogación, bajo transferencia, acerca del saber inconsciente que lo habita. Desde esta perspectiva, si fuese el psicoanalista quien hace ese trabajo, quedaría de inmediato en la posición de psicoanalizante. Es por esta razón que la aparente claridad con la que alguien podría ubicar el uso de la técnica del lado del psicoanalista amerita interrogarse. La expresión “el psicoanalista”, como aquella clase que permitiría ubicar con certeza qué significa ese significante, no puede ser más que una proton pseudos, es decir, una premisa falsa. No hay ser del psicoanalista, más que el de ser (des-ser) dicho en alguna parte, advierte Lacan en “Radiofonía”. No puede enunciarse el “para todo psicoanalista” que enmarcaría el ser esencial por el cual se puede concluir la verdad definitiva sobre esa función.

Si alguien se identifica al significante “psicoanalista”, como si eso definiera su lugar en el mundo, bien sea como profesión, como signo de distinción, como rasgo de su salud o cualquiera otra necedad similar, ese acto no podría ser más que la prueba tanto de su infatuación como de su inconmesurable ingenuidad. Si Freud se preguntó en su momento si podían los legos ejercer el psicoanálisis, hoy, en cambio, sabemos que, cuando se trata de la práctica psicoanalítica, no podemos ser más que legos.


John James Gómez G.

jueves, 18 de febrero de 2016

Fragmento del texto: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia". (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis III). Freud, S. 1915. En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 169. [Segunda parte del comentario]
  
“El camino del analista es diverso, uno para el cual la vida real no ofrece modelos”.

Comentario:

Se dice que en el psicoanálisis la técnica es la asociación libre. Es un decir bastante común, al punto de constituir un cliché. Se dice, además, que a partir de esas asociaciones llega a producirse una interpretación. Así, asociación libre e interpretación constituirían, al menos pasando con rapidez por el tema, los ejes centrales cuando se trata de la técnica psicoanalítica. Sabemos, claro está, que el término transferencia no es ajeno a esa técnica y que, siendo rigurosos, hace con los otros dos una terna inseparable. Ahora, si tomamos esto en consideración, vale la pena señalar una primera cuestión que merece nuestra atención, a saber, que se asume que la asociación libre y la transferencia van en dirección desde el analizante hacia al analista, y que, del lado del analista hacia el analizante estaría la interpretación. Sin embargo, tal vez ese supuesto de lo que corresponde a cada uno no sea tan preciso como se podría creer. Puede uno preguntarse, para comenzar, ¿quién, entre esos dos allí presentes, usa entonces la técnica?

Podría uno apresurarse a responder que quien ejerce la técnica es el psicoanalista. Y cómo no, si se esperaría que esa persona que presta su oreja y el “resto” de su cuerpo para escuchar la queja y la demanda de ese Yo sufriente, sea el portador del saber para usarla. Pero de responder así, caeríamos en franco error. Es cierto que el analista algo tendrá que saber acerca de la técnica, si es que se ha ocupado de sus propios asuntos en un análisis personal. Sería allí donde podría haberla usado, es decir, donde ha aprendido que la asociación libre pone de manifiesto el hecho de que hay una determinación en su decir incluso cuando, aparentemente, se lanza a hablar como quien no sabe lo que dice. Y descubre además, con mayor sorpresa aún, que justo ahí donde creía saber lo que decía, en realidad no sabía lo que había en su decir. Así llega a reconocer que la libertad en juego no es otra que la de que, quien lo escucha, si bien es alguien, no es cualquiera, pues no responde desde el lugar de consejero, juez moral, redentor de almas, salvador ni verdugo, lugares asumidos comúnmente en las relaciones especulares de la vida cotidiana.

Y si el analista ha usado esa técnica de la asociación libre en su propio análisis, es lógico no sea él quien la use al escuchar a sus analizantes, pues a pesar de no saber nada de ese otro que le habla de su sufrimiento, ha descubierto, en su propia experiencia como analizante, que no es a él a quien la queja y la demanda se dirigen, sino al Otro. Entonces, habrá que reconocer que no son dos, sino tres, los que participan de la experiencia psicoanalítica; e incluso más. En la medida en que se trata de la relación del sujeto con el Otro, es decir, con lo que se produce en torno a un saber estructurado como un (común) lenguaje, y no de las relaciones imaginarias del Yo aquejado por ese injusto (in)mundo en que le tocó vivir, el hecho de que sean dos personas las que asisten al encuentro se vuelve irrelevante, como también se vuelve irrelevante quién sería el que “tiene la sartén por el mango”.   
  

John James Gómez G.

domingo, 14 de febrero de 2016

Fragmento del texto: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia". (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis III). Freud, S. 1915. En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 169. [Primera parte del comentario]


“El camino del analista es diverso, uno para el cual la vida real no ofrece modelos”.


Comentario:

Esta breve cita, tomada de uno de los textos que comprenden el conjunto de textos freudianos sobre técnica psicoanalítica, pone sobre el tapete uno de los asuntos más complejos del quehacer del analista. Y es que en nuestra época, cuando se piensa en la palabra técnica, suele atribuírsele una equivalencia con la noción de estándar que muchos aceptan como algo natural. Es cierto que esto no ha sido siempre así, más no por ello la influencia del positivismo científico en los albores de la ciencia, como heredero del primado del rito como ejercicio de rigurosidad cristiana, así como el influjo de los ideales de los estándares de calidad que se imponen en esta modernidad decadente y tardía, se han encargado de que técnica y estándar se confundan al punto de olvidar el espíritu mismo de la techné. Ante ello, el analista está exhortado a rearticular el sentido originario de la techné, a saber, aquel acto por el cual se produce una realidad que antes no existía.

Tal vez sea de alguna ayuda para nuestros fines, recordar que a nuestra lengua española la palabra techné llegó también por la vía latina, bajo la forma ars, que, como es sabido, se ha traducido por el vocablo “arte”. Y si algo nos enseña la experiencia analítica es que en ella siempre se juega esa condición de encuentro con lo inédito, cuestión que puede formularse a partir de una invención que atañe lo más íntimo del sujeto, de la misma manera que el arte revela en la invención del artista un descubrimiento que está en el límite entre lo inefable y lo que puede escribirse, es decir, representarse de algún modo.

Vale la pena preguntarnos entonces, acogiendo además la insinuación realizada por Luis Carlos Rosero a propósito de su lectura de la entrada anterior del blog, ¿qué podemos entender por técnica en el marco de la experiencia psicoanalítica? Espero poder avanzar un poco en los próximos comentarios en pro de alguna respuesta posible.


John James Gómez G.

viernes, 12 de febrero de 2016

Fragmento del texto: Función y Campo de la Palabra y del Lenguaje en Psicoanálisis. Lacan, J. (1953). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores. 2ª edición. 2008. Pág. 259. [Última parte del comentario]

“Es en la versión del texto donde empieza lo importante, lo importante de lo que Freud nos dice que está dado en la elaboración del sueño, es decir, en su retórica. Elipsis y pleonasmo, hiperbatón o silepsis, regresión, repetición, aposición, son tales los desplazamientos sintácticos, metáfora, catacresis, antonomasia, alegoría, metonimia, sinécdoque, las condensaciones semánticas, en las que Freud nos enseña a leer las intenciones ostentatorias o demostrativas, disimuladoras o persuasivas, vengativas o seductoras, con las que el sujeto modula su discurso onírico.”

Comentario:

Si la versión del texto es lo importante, es porque en el flujo de los significantes que en ella se entretejen deambula el sujeto del inconsciente. Uso la expresión “deambula” debido al hecho constatable, cuando se escucha al interior de la experiencia analítica –y que fue señalado por Lacan en “La dirección de la cura y los principios de su poder”–, de que en esa estructura de lenguaje que Freud supo articular, el sujeto no sabe  nada acerca de qué lugar ocupa en su organización: “…un flujo significante cuyo misterio consiste en que el sujeto no sabe ni siquiera dónde fingir que es su organizador.” (Lacan, 1958/2008, pág. 593).

Sin duda, una de las genialidades de Freud fue la de haberse convertido en aquel a quien alguien que sufría podía hablar libremente, ya que de ese modo el afán cotidiano de sostener los semblantes de un ser que sabe dónde está, de dónde viene y hacia dónde va, pierde su sentido alienante. Nada más difícil que correr ese riesgo, pues el Yo teme caer en el agujero del sin sentido que hace a la verdad más íntima del sujeto, y que revela el hecho de que, durante toda su vida, ha desconocido que es Otro el artífice de lo que ha creído como más propio.

Esa pérdida del sentido alienante propio de los semblantes, es posible sólo si el analista elije no responder  a la demanda de ocupar los lugares en los que el Yo sufriente busca, desesperado, el reconocimiento por parte de Otro que le garantice el sentido de su lugar en el mundo. Esa demanda es siempre de amor, y apunta a que el otro responda desde el lugar de redentor de almas, de salvador, de maestro, o bien, desde el lugar de un verdugo; no olvidemos que Freud, en su texto "Pegan a un niño", reveló el carácter masoquista de la fantasía, por lo cual el azote, la humillación y la degradación, también constituyen signos de amor. 

Si algo hace al lugar del analista es, justamente, que no es más que aquel a quien se habla libremente. A partir de ello es posible que el sujeto rearticule algo del deseo al que ha renunciado, en la espera de la respuesta garantizada y el reconocimiento de ese Otro que no es más que semblantes.


John James Gómez G.

domingo, 7 de febrero de 2016

Fragmento del texto: Función y Campo de la Palabra y del Lenguaje en Psicoanálisis. Lacan, J. (1953). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores. 2ª edición. 2008. Pág. 259. [Tercera parte del comentario]

“Es en la versión del texto donde empieza lo importante, lo importante de lo que Freud nos dice que está dado en la elaboración del sueño, es decir, en su retórica. Elipsis y pleonasmo, hiperbatón o silepsis, regresión, repetición, aposición, son tales los desplazamientos sintácticos, metáfora, catacresis, antonomasia, alegoría, metonimia, sinécdoque, las condensaciones semánticas, en las que Freud nos enseña a leer las intenciones ostentatorias o demostrativas, disimuladoras o persuasivas, vengativas o seductoras, con las que el sujeto modula su discurso onírico.”

Comentario:

Si Freud terminó por sustituir las redes de neuronas, con las que inicialmente creía posible explicar la vida anímica, por redes de representaciones palabra (significantes), fue porque descubrió que el síntoma, el sueño, el olvido, y todas las demás formaciones del inconsciente, constituyen actos psíquicos de pleno derecho. Actos; no conductas ni comportamientos. Entender la diferencia que ello implica no es un asunto menor.

Podemos entender la conducta como una respuesta refleja, de la cual el arco reflejo es el modelo y que, como sabemos, está presente en todos los animales. El comportamiento, por su parte, se trata de una adecuación a ciertos ritos y prescripciones en las que se enmarcan respuestas aprendidas que tienen como finalidad facilitar la adaptación al medio; esto, sin duda, también está presente en el ser humano, como en todos los demás animales. El acto, en cambio, tiene la cualidad, como bien lo muestra el acto teatral, de poner en escena un montaje que tiene un destinatario al cual se le atribuye el lugar de un interprete. El acto no excluye a la conducta ni al comportamiento, sino que revela el hecho de que cuando se trata de animales que hablan, usan letras y viven empecinados en aparentar un ser (parlêttre), hay Otro escenario que va más allá de la respuesta refleja y del aprendizaje de comportamientos con fines adaptativos. Esto, sin duda, es lo que la psicología, aún en nuestro tiempo, parece no poder comprender.

El acto, entonces, siempre implica al Otro, pues se trata de una producción textual, es decir, estructurada en el orden del significante, como un lenguaje; un común lenguaje que hace existir un campo: el campo del Otro. Es ahí donde el sujeto puede emerger y donde lo inconsciente aparece como producción de un saber.

El trabajo analítico requiere, por tanto, reconocer los matices, los vaivenes, los juegos, las variaciones, los rigores y los tropiezos que se ponen en evidencia con cada versión del texto. Cada versión del texto demanda una escucha que retorne como interpretación, no necesariamente porque el analista hable, sino porque el analizante atribuye al analista un saber que provendría de su habilidad para interpretar la versión del texto que el analizante se esfuerza en producir. Ese supuesto, aún y sobre todo ante el silencio del analista, es el que retorna al propio analizante exhortándolo a decir siempre más de lo que (el Yo) sabe.


John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....