Fragmento de la carta 57 de Freud a Fliess, fechada en Viena
el 24 de enero de 1897. En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores,
Buenos Aires. 1986. Pág. 169. [Primera parte del comentario]
“La idea de traer a cuento las brujas cobra vida. Y por otra
parte la considero acertada. Los detalles empiezan a proliferar. El «volar»
está aclarado, la escoba sobre la que cabalgan es probablemente el gran Señor
Pene.”
Comentario:
De Sacerdotisas antiguas degradadas a putas por la moral
cristiana, pasando por brujas adoradoras de satán en la Edad Media, hasta
Histéricas insufribles para los médicos en el siglo XIX, las mujeres han sabido,
desde siempre, interrogar el lugar del Amo. Es notable que el tránsito de las mujeres en
el decurso de la historia humana, esté marcado por el esfuerzo enardecido con
el que los hombres han querido silenciarlas; sobre todo aquellos que se toman a
sí mismos por Amos de alguna parcela divina o terrenal.
Los hombres, cautivados y atemorizados por el enigma que
plantea la feminidad, incluso, para las mismas mujeres, suelen hallar sólo dos
opciones: “el rapto con violencia (predatio) o la fascinatio intimidante,
hipnótica”, según plantea Pascal Quignard en la página de 86 su texto “El sexo y
el espanto” (2004), al tratar la historia del erotismo romano. No nos es
difícil colegir en cuál de ellas se encontraba Freud: mientras él jugaba a
hipnotizarlas, desconocía que él mismo ya era preso de la fascinatio
intimidante, hipnótica, propia de la feminidad.
Freud no dudó, entonces, en tratar de establecer las
relaciones que se tejen entre la sexualidad, el falo y los enigmas que esas
mujeres, a quienes los médicos llamaban histéricas, planteaban al Amo poniendo
su cuerpo ante sus ojos. Ello incluso a pesar de que, en principio, Freud
confundiera el falo con su referente anatómico: el pene. De haberse librado
pronto de tal confusión, seguramente habría comprendido que el falo (fascinus),
que se vincula con la castración, está más cerca de los ojos que de los
genitales: “La fascinación significa lo siguiente: aquel que ya no puede
apartar la vista.” (Quignard, 2004, pág. 80).
Pero cómo reconocer que se es cautivo de esa fascinatio
(brillo fállico) propia de la feminidad, si “lo femenino para los hombres es el
sexo cercenado que define a la diosa del amor. Es el nacimiento de Venus. Es lo
que no pueden ver. Es lo que espían.” (Quignard, 2004, pág. 95). Pues bien, lo único que es posible reconocer
allí es la castración. Lo que falta. Por eso la castración de Edipo, no es la
de sus genitales, sino la de sus ojos. Es ahí donde está el agujero. Es lo que
no pudo ver pero que le es imposible olvidar. Es lo no olvidado (a-létheia), es
decir, la verdad (alétheia) que solo puede mirar de costado y alcanzar por vías torcidas, pues al mirarla de frente solo queda la ceguera. Hay que agradecer a Freud, quien a pesar de
sus confusiones y su fascinación, supo dejar de orientarse por los ojos,
abandonando así la clínica de la mirada para entregarse a la clínica de la
escucha, haciendo que algo de esa verdad haya podido resonar gracias a la
experiencia psicoanalítica que nos legó.
John James Gómez G.