lunes, 31 de agosto de 2015

Fragmento del texto: “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”. (1912). En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1986. pps. 111-112. [Segunda parte del comentario]


“...esa técnica es muy simple. Desautoriza todo recurso auxiliar, aun el tomar apuntes, según luego veremos, y consiste meramente en no querer fijarse [merken] en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma «atención parejamente flotante», como ya una vez la he bautizado.  De esta manera uno se ahorra un esfuerzo de atención que no podría sostener día tras día a lo largo de muchas horas, y evita un peligro que es inseparable de todo fijarse deliberado. Y es este: tan pronto como uno tensa adrede su atención hasta cierto nivel, empieza también a escoger entre el material ofrecido; uno fija {fixieren} un fragmento con particular relieve, elimina en cambio otro, y en esa selección obedece a sus propias expectativas o inclinaciones. Pero eso, justamente, es ilícito; si en la selección uno sigue sus expectativas, corre el riesgo de no hallar nunca más de lo que ya sabe; y si se entrega a sus inclinaciones, con toda seguridad falseará la percepción posible. No se debe olvidar que las más de las veces uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con posterioridad {nachträglich} discernirá.”

Comentario:

Vinculada con la técnica de la asociación libre y la atención flotante, se encuentra la interpretación. En psicoanálisis este ha resultado ser un término sumamente escurridizo; seguramente porque tiene que ver con el tema de la verdad que, como sabemos, es siempre escurridiza y, como señalaba Lacan, solo se alcanza por vías torcidas. Es por eso que la interpretación amerita un tratamiento cuidadoso y debería ser motivo permanente de estudio cuando de la práctica psicoanalítica se trata. Sin embargo, es un tema que, en no pocas ocasiones, parece dejarse atado a algún tipo de estatuto místico.

Algunos psicoanalistas se refieren a la interpretación como un acto intuitivo, otros como una formación del inconsciente del lado del psicoanalista. En otros casos, incluso, como una respuesta teórica, de parte del psicoanalista, con la que se intentaría hacer una traducción de los síntomas y las formaciones del inconsciente del psicoanalizado o psicoanalizante, según el caso de la orientación teórica específica. Por otra parte, se plantea desde la perspectiva lacaniana que aquello a interpretar es el deseo, mientras en otras perspectivas, como las de tendencia inglesa, se plantea que se debe interpretar la transferencia y buscar el reforzamiento  del yo débil del neurótico para hacerlo fuerte y que se identifique así con el de su psicoanalista. ¿Cómo comprender entonces cuál sería el lugar de la interpretación, más aún si ella depende de lo que “escucha” un psicoanalista?


Para intentar un abordaje que propenda por alguna rigurosidad posible en cuanto al tema, habría que considerar, cuando menos, algunas cuestiones generales sobre acerca del lenguaje, pues, la interpretación se juega precisamente al interior de su estructura. Por ello, en nuestro próximo comentario, comenzaremos por retomar a un autor que puede prestarnos su servicio al respecto, muy a pesar de que nuestras conclusiones, no necesariamente coincidan con las suyas. Me refiero específicamente a Paul Ricoeur.

John James Gómez G.

lunes, 24 de agosto de 2015

Fragmento del texto: “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”. (1912). En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1986. pps. 111-112. [Primera parte del comentario]


“...esa técnica es muy simple. Desautoriza todo recurso auxiliar, aun el tomar apuntes, según luego veremos, y consiste meramente en no querer fijarse [merken] en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma «atención parejamente flotante», como ya una vez la he bautizado.  De esta manera uno se ahorra un esfuerzo de atención que no podría sostener día tras día a lo largo de muchas horas, y evita un peligro que es inseparable de todo fijarse deliberado. Y es este: tan pronto como uno tensa adrede su atención hasta cierto nivel, empieza también a escoger entre el material ofrecido; uno fija {fixieren} un fragmento con particular relieve, elimina en cambio otro, y en esa selección obedece a sus propias expectativas o inclinaciones. Pero eso, justamente, es ilícito; si en la selección uno sigue sus expectativas, corre el riesgo de no hallar nunca más de lo que ya sabe; y si se entrega a sus inclinaciones, con toda seguridad falseará la percepción posible. No se debe olvidar que las más de las veces uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con posterioridad {nachträglich} discernirá.”

Comentario:

La sesión psicoanalítica se orienta por una oferta en apariencia simple: “le escucho”. Es lo que suele decir un psicoanalista, al recibir a quien llega demandando un psicoanálisis. Pero, bien vale preguntarse ¿qué es lo que escucha un psicoanalista? En este punto las indicaciones de Freud sugieren una escucha orientada por lo que él denominó “atención flotante”. Freud aclaró que para lograrla es clave cuidarse de prestar particular atención a algo de lo que se escucha. Simplemente sería necesario escuchar las palabras dichas, pero el significado que se crea tener de ellas, no solo es indiferente, sino que puede llegar, incluso, a constituirse en un obstáculo para el trabajo psicoanalítico. Sin duda, esto es algo subversivo. El solo supuesto de que pueda escucharse atentamente sin empeñarse en entender el mensaje presente en lo que alguien dice, o en seleccionar el material que pudiese revestir algún interés particular es, cuando menos, un atentado contra la ingenua idea de que al hablar, unos con otros, nos entendemos, y que el mensaje trasmitido es claro y transparente, tanto para quien habla como para quien escucha.

Así, desde hace más de hace cien años, Freud puso en cuestión lo que hoy hace parte de nuestro más ingenuo sentido común, según el cual sería posible suponer que la efectividad del discurso estaría dada por la trasmisión de un mensaje claro que depende del correcto uso del código. Si Freud propuso un cuestionamiento como ese, incluso anticipándose al nacimiento de la lingüística moderna, es porque reconoció en su trabajo clínico un descubrimiento sin precedentes, a saber, que hay una equivocidad estructural en el lenguaje y que las condiciones singulares de quien escucha no necesariamente corresponden con el significado aparente de lo que se dice, incluso si aquel quien escucha el mensaje es el propio "emisor".  Luego, Lacan, en su afinada lectura de Freud, se percató de que, en definitiva, el punto crucial en juego es aún  de mayores implicaciones, lo cual lo llevó a afirmar que un significante, es decir, lo que Saussure define como la imagen acústica de una palabra, no significa nada. Esto nos impulsa a retornar a la pregunta inicial. Si un significante, para un psicoanalista, no significa nada, entonces ¿qué es lo que escucha un psicoanalista?

John James Gómez G. 

viernes, 21 de agosto de 2015

Segundo fragmento del texto: “Sobre la iniciación del tratamiento”. Freud, S . (1913). En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 132. [Segunda parte del comentario]

"El analista no pone en entredicho que el dinero haya de considerarse en primer término como un medio de sustento y de obtención de poder, pero asevera que en la estima del dinero coparticipan poderosos factores sexuales. Y puede declarar, por eso, que el hombre de cultura trata los asuntos de dinero de idéntica manera que las cosas sexuales, con igual duplicidad, mojigatería e hipocresía."

Comentario:

Entonces, si considero erróneo el establecimiento de una tarifa estándar para todos los casos, ¿cómo saber cuánto cobrar? De nuevo aparece como principio fundamental la orientación por vía del caso por caso. Es sabido que en el psicoanálisis la estandarización implica un desconocimiento radical de la singularidad del caso y de lo enigmático que surge como acontecimiento del sujeto, es decir, de la causalidad psíquica que pone en juego el saber inconsciente. Esto es de suma importancia. 

Reconocer el valor singular que para cada uno tiene el dinero como objeto pulsional hace parte de la experiencia psicoanalítica; no sólo del lado de la persona que llega solicitando ser escuchada, sino también de quien oferta su escucha como psicoanalista, razón por la cual el dinero tendría que haber ocupado, a su vez, un lugar entre las preguntas acontecidas en su trabajo como psicoanalizante. De no ser así, es altamente probable que, como señala Freud, la hipocresía y la mojigatería respecto del dinero sigan manifestándose. Y no sólo de modo que lleven a la vergüenza en el cobro; también pueden manifestarse por vía de la avaricia que empujaría a cobrar con un afán irrefrenable de acumular dinero, con lo cual se obtura el deseo de analista. Entonces, cobrar mucho o poco no tendría porqué depender de la mojigatería y el afán de acumular de aquel que se llama a sí mismo psicoanalista, sino del modo en que puede leerse el valor pulsional con el que el dinero cuenta para quien espera devenir psicoanalizante.

Es posible que en algunos casos el dinero se presente con un valor, o bien retentitvo o bien expulsivo, propio del carácter sádico anal. En otros casos, por ejemplo, podría presentarse con un valor fundamentalmente fálico, siendo así que se proponga como celada al psicoanalista, como oferta que busca colmar su falta. Y si bien aquí señalo estos ejemplos en apariencia generales, hará falta además escuchar el modo singular en que se presentan los significantes, en el caso por caso, para poder reconocer el goce subjetivo y el deseo allí implicados.


John James Gómez G.

viernes, 14 de agosto de 2015

Segundo fragmento del texto: “Sobre la iniciación del tratamiento”. Freud, S . (1913). En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 132. [Primera parte del comentario]


"El analista no pone en entredicho que el dinero haya de considerarse en primer término como un medio de sustento y de obtención de poder, pero asevera que en la estima del dinero coparticipan poderosos factores sexuales. Y puede declarar, por eso, que el hombre de cultura trata los asuntos de dinero de idéntica manera que las cosas sexuales, con igual duplicidad, mojigatería e hipocresía."

Comentario:

Tal vez uno de los aspectos menos destacados a la hora de hacer referencia a las cuestiones técnicas en la práctica psicoanalítica sea el tema del dinero o, dicho de otro modo, ¿cómo y cuánto cobrar? La respuesta más simple, pero probablemente errónea, sería la de establecer una tarifa estándar. En una época en la que se cree posible comprar el tiempo, parecería lógico que el pago a un psicoanalista dependiese de la relación entre el tiempo de duración de las sesiones y el grado de reconocimiento social del que dicho psicoanalista “goza”. Y, hay que decirlo, tal vez puedan encontrarse psicoanalistas que operen de esa manera. Sin embargo, resulta necesario interrogar la relación entre esas dos dimensiones que rigen el valor que cotidianamente tienen los llamados “productos” y “servicios” en nuestra época. De hecho, vale la pena interrogar también si la escucha que oferta un psicoanalista tendría el estatuto de un servicio, de acuerdo con el modo en que esa palabra es entendida en la actualidad.

Si considero erróneo el establecimiento de una tarifa estandarizada a la hora de cobrar la sesión psicoanalítica, es por una razón primordial, a saber, que así se desconoce por completo el valor pulsional que tiene el dinero en un mundo occidentalizado (accidentalizado) en el que el flujo de capital y la acumulación de riqueza y de pobreza hacen parte de las inquietudes subjetivas, culturales y sociales más comunes. Obviamente esto no es ningún descubrimiento nuevo. Freud lo señalaba en 1913. Sin embargo, pareciese que, en algunos casos, la ética del mercado y los discursos del amo y del capitalismo, devoran al psicoanalista, quien termina por sucumbir al modo mojigato de tratar el dinero, cuestión sobre la cual Freud advertía afirmando que debía dejarse a un lado cuando de la práctica psicoanalítica se trata. Si, como Freud lo señalaba, el hombre –entiéndase en este caso el parlêttre– trata el dinero con mojigatería e hipocresía, manera en que trata también las cuestiones sexuales es, justamente, porque el valor erótico con el que el dinero cuenta, cuenta como un modo de satisfacción que debe ser considerado en la experiencia psicoanalítica.

John James Gómez G. 

lunes, 10 de agosto de 2015

Fragmento del texto: “Sobre la iniciación del tratamiento”.  Freud, S . (1913). En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 125-126 [Tercera parte del comentario]


“…con los enfermos de quienes sé poco, he tomado la costumbre de aceptarlos primero sólo provisionalmente, por una semana o dos. Si uno interrumpe dentro de ese lapso, le ahorra al enfermo la impresión penosa de un intento de curación infortunado; uno sólo ha emprendido un sondeo a fin de tomar conocimiento del caso y decidir si es apto para el psicoanálisis.”

Comentario:

Y, ¿por qué decir, tal como mencioné en el comentario anterior, que el psicoanalista tiene la responsabilidad de estar atento para saber hacer con aquello para lo que no está necesariamente preparado? Partamos de una cuestión que me parece clave tomar en consideración. Si se trata de algo premeditado, entonces, lo que allí ocurre no es un acontecimiento. No hay tal cosa como la premeditación en la práctica psicoanalítica. Salvo el hecho de que se pacta un horario, no hay otra cuestión que se acerque a la premeditación. Incluso, el pacto de un horario no determina más que el supuesto de que habrá una oportunidad de encuentro, y si bien esos dos personajes que esperan participar de una sesión pueden coincidir en el horario, llegar a tiempo, y sentarse frente a frente, todavía existe la probabilidad de que no haya acontecimiento alguno.

En otros momentos he insistido en la importancia que reviste la expresión symbama (σψμβαμα), propia del estoicismo antiguo, y que puede entenderse como “acontecimiento al sujeto”, en este caso, se trata del sujeto del inconsciente. El sujeto del inconsciente no puede premeditarse, simplemente, aparece sorprendiendo a ambos: a quien presta su oreja para hacer existir la función denominada “psicoanalista”, y a ese personaje sufriente que habla como un yo víctima de su infortunio por encontrarse en un mundo injusto que no lo trata con los halagos y premios que cree merecer. Cuando el sujeto del inconsciente asoma,  hay desconcierto. Eso no garantiza que el acontecimiento cuente con la atribución del valor que implica, pero es una oportunidad para ello. En las entrevistas, es harto frecuente que, rápidamente, esa persona sufriente intente desconocer el valor de la sorpresiva aparición del sujeto del inconsciente y, entonces, manifieste su desinterés en ello, vale decir, en el Ello. Entonces, ¿cómo inventar un modo para servirse de esa oportunidad? ¿Cómo hacer un lugar para esa sorpresiva verdad que sale al paso? Es algo que no depende solamente de quién ha solicitado ser escuchado, sino también, y sobretodo en los inicios de eso que denominamos entrevistas preliminares, de quien oferta su escucha.


John James Gómez G.

viernes, 7 de agosto de 2015

Fragmento del texto: “Sobre la iniciación del tratamiento”.  Freud, S . (1913). En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 125-126 [Segunda parte del comentario]


“…con los enfermos de quienes sé poco, he tomado la costumbre de aceptarlos primero sólo provisionalmente, por una semana o dos. Si uno interrumpe dentro de ese lapso, le ahorra al enfermo la impresión penosa de un intento de curación infortunado; uno sólo ha emprendido un sondeo a fin de tomar conocimiento del caso y decidir si es apto para el psicoanálisis.”

Comentario:

Por lo general, las personas asisten al psicoanalista motivados por la búsqueda de algo que no saben muy bien qué es. Es cierto que suele haber un malestar que se manifiesta con la forma de una queja. No obstante, sería apresurado suponer tanto que esa queja es en sí misma el motivo de un sufrimiento, como que quien padece un malestar estaría decidido a buscar la manera de renunciar a la satisfacción pulsional que suponen dicho malestar y la posibilidad de perpetuarse en la queja.

No basta, entonces, "asistir" para que un psicoanálisis acontezca. Y si hablo de un acontecimiento es porque, precisamente, comenzar un psicoanálisis lo es en sentido estricto. Mientras llega ese momento, el psicoanalista no puede hacer otra cosa que sostener la pregunta acerca de si acaso será posible y, de otro lado, si interrogarse acerca de si, en realidad, es adecuado que se produzca esa ruptura en el sentido que hace que una persona se encuentre con el sujeto del inconsciente y comience su trabajo como analizante.

Las entrevistas preliminares no son, pues, una cuestión secundaria. Tampoco son el espacio para realizar alguna clase de interrogatorio al consultante, como si se tratase de una indagatoria forense. Las entrevistas constituyen algo que es al mismo tiempo banal y excepcional, a saber, la posibilidad de una contingencia que cuente como acontecimiento y la responsabilidad del psicoanalista de estar atento a saber hacer con aquello para lo cual no necesariamente está preparado.


John James Gómez G.

lunes, 3 de agosto de 2015

Fragmento del texto: “Sobre la iniciación del tratamiento”.  Freud, S . (1913). En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 125-126 [Primera parte del comentario]


“…con los enfermos de quienes sé poco, he tomado la costumbre de aceptarlos primero sólo provisionalmente, por una semana o dos. Si uno interrumpe dentro de ese lapso, le ahorra al enfermo la impresión penosa de un intento de curación infortunado; uno sólo ha emprendido un sondeo a fin de tomar conocimiento del caso y decidir si es apto para el psicoanálisis.”

Comentario:

Con este comentario retomo el trabajo sobre los textos de Freud y de Lacan, para el segundo semestre de este año. A diferencia de las ocasiones anteriores en las que el ejercicio era en cierta medida aleatorio, pues no seguía un derrotero temático específico, sino que seleccionaba algunas citas con intereses particulares de exposición corta, he optado en esta ocasión por un derrotero con fines más precisos sobre un tema específico, a saber, la práctica psicoanalítica. Alguien podría objetar que, entones, no hay diferencia alguna con lo realizado anteriormente, ya que todo lo que concierne a la experiencia psicoanalítica tiene que ver, necesariamente, con su praxis, y tal vez esa objeción sea cierta en alguna medida. Sin embargo, el modo en que abordaré el tema se orienta a inquietudes más específicas acerca del quehacer práctico, es decir, a cuestiones que regularmente llamamos “técnicas”, como derivación del griego τεχνικοσ (técnicos), que se refiere a alguien que hace algo, es decir, que practica un oficio. Y qué bien nos viene esa palabra, oficio, para destacar que la práctica psicoanalítica, en tal sentido, no se refiere a las tareas que desempeña un profesional formado en una institución universitaria. Veremos a lo largo de nuestro trabajo que, en no pocas ocasiones, las profesiones como efecto de “la producción en serie”, hija de la revolución industrial, han dado al traste con el arte que implica saber hacer a partir de la experiencia reflexiva pues la profesionalización parece, cada vez con más notoriedad, circunscribirse al aprendizaje de tareas mecánicas que deben repetirse con el menor margen de reflexión posible. Ya nos iremos aproximando a ello.

Comencemos pues por la cita traída a cuentas. Se trata de un texto del año 1913, período en el que Freud está redactando, además, el conjunto de textos conocidos como “Trabajos sobre metapsicología”, y recién ha publicado “Tótem y Tabú”. Se aproximaba, como si fuera poco, a la formulación de su primer texto a propósito del narcisismo, de 1914, que, como sabemos, marcó un giro crucial en el reconocimiento preliminar del yo como una entidad fundamentalmente inconsciente. En general, el tomo XII de la edición de las Obras Completas, publicadas por Amorrortu, cuenta con un número importante de textos dedicados a cuestiones técnicas. Esto no es algo azaroso. En realidad, Freud venía devanándose los sesos con las dificultades que acarrea profundizar en lo inconsciente. En la medida en que dicha instancia dejaba de ser vista como accidental y mostraba su rostro estructural, la esperanza que otrora Freud hubiese mostrado en sus primeros casos, en los que las curaciones parecían casi milagrosas, menguaba significativamente. Así, Freud parecía más cauto y ya no gobernado por los ímpetus de años más jóvenes en los que se arrojaba sin recelo al tratamiento con una confianza casi orgullosa.

Por otra parte, el circulo de discípulos que lo rodeaban exigían, seguramente, claves cada vez más precisas al maestro, en la búsqueda de orientarse en su práctica. Así que los textos sobre técnica cumplían, a la vez, finalidades didácticas y pedagógicas orientadas a aconsejar a los neófitos.

Ahora, el aspecto más notorio de esta cita extraída de “Sobre la iniciación del tratamiento”, es la aparición, todavía tímida, del lugar que poco a poco tendrían lo que hoy conocemos con el nombre de “entrevistas preliminares”. Y bien, ¿qué las hizo necesarias? ¿Por qué Freud requería ese recorrido previo a manera de ensayo para decidir sobre la conveniencia o no de que alguien ingresara en la experiencia psicoanalítica propiamente dicha?


John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....