sábado, 16 de mayo de 2015

Fragmento del texto: “Análisis terminable e interminable”. Freud, S. (1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 229 [Segunda parte del comentario]

“¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, y cuya neo-creación  constituye la diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado?”

Comentario:

Freud no perdía la esperanza de erradicar los síntomas neuróticos. Sin embargo, eso no significa que el modo en que dicha esperanza se expresaba se mantuviese invariable a lo largo de sus elaboraciones. De hecho, los cambios fueron abundantes y de una riqueza notable. Lo que le hacía posible la reinvención y reformulación constante de su teoría era que no escatimaba esfuerzos en trabajar por aquello que movía su deseo de saber y, por ello, no temía renunciar a los presupuestos que le habían permitido sostener argumentos acerca de sus conjeturas en tiempos anteriores, si es que la lógica de su construcción le develaba nuevos y más prometedores horizontes.

Es así como, en un primer momento, encontramos en sus trabajos su convicción en que habría, por un lado personas “normales” y por otro lado neuróticos. Freud insistía en ello basado en el presupuesto de que la normalidad psíquica sería equivalente a la unidad del yo como una entidad consciente. En ese orden de ideas, lo inconsciente sería el resultado de una operación de defensa inadecuada del yo que derivaba en la formación de un grupo psíquico segundo en el cual se alojaba la representación perturbadora que había generado conflicto y displacer. Los síntomas, por tanto, eran la manifestación de dicha operación de defensa fallida; formaciones de compromiso efectuadas a partir de falsos enlaces entre diversos modos de representaciones.

Dado que el monto de afecto no podía reprimirse, quedaba flotante en el yo generando un estado de angustia efecto del divorcio que había sufrido, dicho monto, de afecto de su representación. Así, el monto de afecto debía enlazarse a una nueva representación, sustitutiva, que guardase alguna relación (significante) con la representación original. La formación de ese nuevo enlace se expresaba en las formaciones del inconsciente: actos fallidos, sueños, lapsus, trastabarse en el habla, trastrabarse en la escritura, trastrabarse en la escucha, chistes y, evidentemente, en síntomas. Este modelo no ha perdido completamente su vigencia. De hecho, la formación de enlaces y falsos enlaces siguió siendo crucial a lo largo de su obra, como también lo fue para Lacan quien intentó formalizarlo a través de sus postulados acerca de las “cadenas de significantes”. Sin embargo, la concepción de inconsciente, tal como ella era concebida en los primeros trabajos de Freud, era la de una anormalidad que debía corregirse. De ese modo, algunas personas serían portadoras de un grupo psíquico segundo, inconsciente, transitorio, que generaba fenómenos extraños y sintomáticos y, por otra parte, habría personas normales, es decir, aquellas para quienes el yo operaba como una entidad unificada.

Como veremos en el próximo comentario, este presupuesto inicial no tardaría en perder su consistencia dando paso al desvanecimiento de las claridades ingenuas respecto de la falsa oposición normalidad/anormalidad.


John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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