Fragmento del texto: “Análisis terminable e interminable”.
Freud, S. (1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1986.
pp. 229 [Primera parte del comentario]
“¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de producir
un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, y
cuya neo-creación constituye la
diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado?”
Comentario:
¿Cuál sería ese estado que nunca preexistió de manera
espontánea en el interior del yo y que sería introducido por la experiencia
analítica, al que se refería Freud? Y ¿Cuál sería la diferencia esencial entre
una persona que ha pasado por la experiencia analítica y una que no? Estas dos
preguntas no pueden creerse superadas en nuestros días. De hecho, constituyen
una interrogación constante a la práctica psicoanalítica, que de ser dejada de
lado conllevaría la ilusión falaz de que se sabe con exactitud lo que se hace y
cuáles serían los medios para conseguir un fin prefabricado, lejos de toda
incertidumbre. Si algo podemos constatar pasados más de 100 años desde la
invención del psicoanálisis es que, en efecto, la práctica analítica se trata
del encuentro permanente con el no saber, con la incertidumbre, y del esfuerzo
que implica aprender a leer en la dificultad, sirviéndose de la equivocación
como modo de construir un saber inédito.
Sabemos que, en principio, la tarea a la que Freud se abocaba
no era otra que el intento de erradicar los síntomas neuróticos. Incluso, si
somos poco indulgentes, podemos reconocer esa misma aspiración en los últimos
momentos de su construcción. Los textos escritos hacia el final de su vida lo
atestiguan tanto como los primeros esbozos de su teoría elaborados a finales
del siglo XIX. Es cierto que muchas cosas cambiaron y dieron grandes frutos en
la medida en que Freud, enfrentando las dificultades de su investigación y las
limitaciones que le imponía ser un digno hijo de su época, atado a las ciencias
y a la moral sexual cultural de su tiempo, lograba dar pasos de gigante
sirviéndose de todo su genio, allí donde muchos jamás pudieron siquiera asomar
sus ojos. Negar el valor de su descubrimiento, así como su valentía, osadía y
genialidad, sería algo tan absurdo como suponer por ello que todo lo que
construyó carecería de falta alguna. Freud fue un hombre que vio al mundo más
allá de los límites que su época le imponía, pero, en todo caso, no más allá de
los límites que su propia condición como sujeto le imponía. Esto no demerita
su descubrimiento; sólo da cuenta de que, al igual que todos los seres humanos
lo estamos, Freud se encontraba limitado por una estructura del saber que es
siempre no-toda.
Trataremos entonces de aventurarnos en el intento por
encontrar algunas respuestas hechas como todas, a medias, acerca de las
preguntas que hemos traído a cuentas a partir de la cita.
John James Gómez G.
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