Fragmento del texto: “Acerca de la causalidad psíquica”.
Lacan, J. (1946). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores, 2ª ed. 2008. pp. 171.
[Segunda parte del comentario]
“Lo que ocurre es que Alcestes está loco, y Molière lo
muestra como tal, justamente porque aquel no reconoce en su bella alma que
también él contribuye al desorden contra el cual se subleva.”
Comentario:
¿Por qué se insiste en el desconocimiento? La clínica
permite constatar la pasión por la ignorancia, tal vez, la pasión por
excelencia del yo; aquella por la cual está dispuesto a esforzarse tanto como
sea necesario para desalojar todo indicio de su responsabilidad en lo que atañe
al deseo. Si algo se desconoce es, precisamente, el deseo. Pero ¿por qué el
deseo sería algo perturbador para el yo, al punto de no parar de trabajar,
incluso de padecer, para deshacerse de él? Uno puede creer que nada haría más
feliz a alguien que la realización de su deseo y, sin embargo, pocos están
dispuestos a hacer lo necesario para aventurarse en el intento.
Sea como fuere, no hay que hacerse demasiadas ilusiones. El
deseo es perturbador, precisamente, porque no hay nada que pueda colmarlo. Su
estatuto es equivalente a la “singularidad” matemática propia de los agujeros
negros que tanto misterio y curiosidad provocan en los físicos. De esa
singularidad nada puede saberse, salvo que ella existe. El deseo es singular en
la medida en que no puede generalizarse ni tampoco definirse como relativo a un
objeto sensible. Es fácil decir “yo deseo”, pero eso no significa que se tenga
alguna idea de lo que eso significa. Es por esa razón que resulta de suma
importancia diferenciar entre el deseo y el anhelo. El anhelo se constituye en
el modo como el yo fantasea y se regocija en las ilusiones, siempre
imaginarias, de aquello que, según cree, le brindaría la felicidad. El deseo,
en cambio, opera como esa singularidad que, al igual que en los agujeros
negros, cuenta con un grado incalculable de atracción pero no llega a colmarse.
Se trata de una imposibilidad, no se sabe lo que se desea precisamente porque
no hay conocimiento posible de ello. Así, el desconocimiento del yo apunta a
desalojar la perturbación que esa falta de garantía conlleva. Reconocer el
deseo es reconocer la falta, cosa nada fácil de soportar. Por eso el anhelo
tiene tanto valor para las ilusiones del yo, ya que allí puede resguardarse en
la promesa de que habría la garantía de encontrar el objeto gracias al cual
nada faltaría. Ese resguardo en la ilusión de garantía es el motor de su pasión
por la ignorancia.
Desear es servirse del hecho de que puede reconocerse que
hay una falta indefinible, no de la creencia en que habría un buen objeto o un orden del mundo
que coincidiría de manera perfecta con las ilusiones y vanidades del yo.
John James Gómez G.
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