viernes, 8 de mayo de 2015

Fragmento del texto: “Acerca de la causalidad psíquica”. Lacan, J. (1946). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores, 2ª ed. 2008. pp. 171. [Segunda parte del comentario]

“Lo que ocurre es que Alcestes está loco, y Molière lo muestra como tal, justamente porque aquel no reconoce en su bella alma que también él contribuye al desorden contra el cual se subleva.”

Comentario:

¿Por qué se insiste en el desconocimiento? La clínica permite constatar la pasión por la ignorancia, tal vez, la pasión por excelencia del yo; aquella por la cual está dispuesto a esforzarse tanto como sea necesario para desalojar todo indicio de su responsabilidad en lo que atañe al deseo. Si algo se desconoce es, precisamente, el deseo. Pero ¿por qué el deseo sería algo perturbador para el yo, al punto de no parar de trabajar, incluso de padecer, para deshacerse de él? Uno puede creer que nada haría más feliz a alguien que la realización de su deseo y, sin embargo, pocos están dispuestos a hacer lo necesario para aventurarse en el intento.

Sea como fuere, no hay que hacerse demasiadas ilusiones. El deseo es perturbador, precisamente, porque no hay nada que pueda colmarlo. Su estatuto es equivalente a la “singularidad” matemática propia de los agujeros negros que tanto misterio y curiosidad provocan en los físicos. De esa singularidad nada puede saberse, salvo que ella existe. El deseo es singular en la medida en que no puede generalizarse ni tampoco definirse como relativo a un objeto sensible. Es fácil decir “yo deseo”, pero eso no significa que se tenga alguna idea de lo que eso significa. Es por esa razón que resulta de suma importancia diferenciar entre el deseo y el anhelo. El anhelo se constituye en el modo como el yo fantasea y se regocija en las ilusiones, siempre imaginarias, de aquello que, según cree, le brindaría la felicidad. El deseo, en cambio, opera como esa singularidad que, al igual que en los agujeros negros, cuenta con un grado incalculable de atracción pero no llega a colmarse. Se trata de una imposibilidad, no se sabe lo que se desea precisamente porque no hay conocimiento posible de ello. Así, el desconocimiento del yo apunta a desalojar la perturbación que esa falta de garantía conlleva. Reconocer el deseo es reconocer la falta, cosa nada fácil de soportar. Por eso el anhelo tiene tanto valor para las ilusiones del yo, ya que allí puede resguardarse en la promesa de que habría la garantía de encontrar el objeto gracias al cual nada faltaría. Ese resguardo en la ilusión de garantía es el motor de su pasión por la ignorancia.

Desear es servirse del hecho de que puede reconocerse que hay una falta indefinible, no de la creencia en que habría un buen objeto o un orden del mundo que coincidiría de manera perfecta con las ilusiones y vanidades del yo.

John James Gómez G. 

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