Fragmento del texto: “Análisis terminable e interminable”.
Freud, S. (1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1986.
pp. 229 [Quinta parte del comentario]
“¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de
producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del
yo, y cuya neo-creación constituye la
diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado?”
Comentario:
Si queremos avanzar en un intento por responder a la
pregunta acerca de qué diferencia a una persona que ha transitado la experiencia
analítica de una que no lo ha hecho, resulta necesario considerar algunas
cuestiones más sobre los avatares a los que Freud se vio en la obligación de
enfrentarse.
¿Cómo fue posible que fracasara el proyecto de una psicología de
ciencia natural, tal como Freud la anhelaba en 1895? Varias fueron las razones.
Seguramente sean muchas más de las que aquí enunciaré. La primera que salta a
la vista, tiene que ver con las dificultades que plantea el intento de hacer
encajar lo psíquico en la matriz anatomo-funcional de un organismo biológico si
se considera la particularidad del síntoma conversivo. El hecho de que dicho
síntoma no contara con ningún rastro de daño orgánico ni de alteración
propiamente funcional, conllevaba al menos cuatro posibilidades: 1. Las
histéricas eran las mismas brujas medievales que seguían siendo poseídas por el
demonio. 2. Las histéricas mentían deliberadamente; eran harpías que buscaban
engañar a esos "buenos hombres" que eran los médicos. 3. Las
histéricas hacían parte de lo que se consideraba en aquella época como locura y sinrazón. O bien, 4. Las histéricas hablaban de un cuerpo que no
era exclusivamente orgánico; un cuerpo inédito que dejaba atónitos a los
médicos quienes, al tener que mantenerse en el campo de la ciencia, no podían
alegar posesión y, al verse interrogados en su saber, solo encontraban paz en
su corazón si se mantenían dentro de los límites de las ciencias positivistas
y, entonces, juzgaban a las llamadas histéricas como locas que mentían
sin-razón. Por fortuna, como en todo, eran no-todos, los médicos que tomaban tal
posición. Algunos decidieron escuchar ese Otro escenario extraño que
interrogaba sus ínfulas de sabios.
Sabemos entonces que Freud, así como algunos otros entre
quienes se puede contar a Fliess, Charcot y a Breuer, por mencionar solo
algunos de los personajes cruciales para el surgimiento del psicoanálisis,
intuían esa Otra escena. Así, la segunda razón por la cual el proyecto de una
psicología de ciencia natural fracasó, responde precisamente al reconocimiento
de un cuerpo que no es susceptible de abordarse por vía de una clínica de la
mirada. Mientras el organismo es algo que debe observarse para tratar de
colegir explicaciones de sus funcionamientos normales y anormales a partir de
los signos que se manifiestan en él, el cuerpo erógeno, aquel que da cuenta de
la pulsión, es decir, de la continuidad entre lo psíquico y lo somático,
requiere otro tipo de clínica, a saber, aquella que reclama una escucha acerca
de una satisfacción que es siempre paradójica. Ese nuevo cuerpo, entonces,
habla. Y si se quiere saber algo de él, observarlo como si fuese mero
organismo, es algo que sirve para muy poco.
John James Gómez G.