viernes, 29 de mayo de 2015

Fragmento del texto: “Análisis terminable e interminable”. Freud, S. (1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 229 [Quinta parte del comentario]

“¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, y cuya neo-creación  constituye la diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado?”

Comentario:

Si queremos avanzar en un intento por responder a la pregunta acerca de qué diferencia a una persona que ha transitado la experiencia analítica de una que no lo ha hecho, resulta necesario considerar algunas cuestiones más sobre los avatares a los que Freud se vio en la obligación de enfrentarse.

¿Cómo fue posible que fracasara el proyecto de una psicología de ciencia natural, tal como Freud la anhelaba en 1895? Varias fueron las razones. Seguramente sean muchas más de las que aquí enunciaré. La primera que salta a la vista, tiene que ver con las dificultades que plantea el intento de hacer encajar lo psíquico en la matriz anatomo-funcional de un organismo biológico si se considera la particularidad del síntoma conversivo. El hecho de que dicho síntoma no contara con ningún rastro de daño orgánico ni de alteración propiamente funcional, conllevaba al menos cuatro posibilidades: 1. Las histéricas eran las mismas brujas medievales que seguían siendo poseídas por el demonio. 2. Las histéricas mentían deliberadamente; eran harpías que buscaban engañar a esos "buenos hombres" que eran los médicos. 3. Las histéricas hacían parte de lo que se consideraba en aquella época como locura y sinrazón. O bien, 4. Las histéricas hablaban de un cuerpo que no era exclusivamente orgánico; un cuerpo inédito que dejaba atónitos a los médicos quienes, al tener que mantenerse en el campo de la ciencia, no podían alegar posesión y, al verse interrogados en su saber, solo encontraban paz en su corazón si se mantenían dentro de los límites de las ciencias positivistas y, entonces, juzgaban a las llamadas histéricas como locas que mentían sin-razón. Por fortuna, como en todo, eran no-todos, los médicos que tomaban tal posición. Algunos decidieron escuchar ese Otro escenario extraño que interrogaba sus ínfulas de sabios.


Sabemos entonces que Freud, así como algunos otros entre quienes se puede contar a Fliess, Charcot y a Breuer, por mencionar solo algunos de los personajes cruciales para el surgimiento del psicoanálisis, intuían esa Otra escena. Así, la segunda razón por la cual el proyecto de una psicología de ciencia natural fracasó, responde precisamente al reconocimiento de un cuerpo que no es susceptible de abordarse por vía de una clínica de la mirada. Mientras el organismo es algo que debe observarse para tratar de colegir explicaciones de sus funcionamientos normales y anormales a partir de los signos que se manifiestan en él, el cuerpo erógeno, aquel que da cuenta de la pulsión, es decir, de la continuidad entre lo psíquico y lo somático, requiere otro tipo de clínica, a saber, aquella que reclama una escucha acerca de una satisfacción que es siempre paradójica. Ese nuevo cuerpo, entonces, habla. Y si se quiere saber algo de él, observarlo como si fuese mero organismo, es algo que sirve para muy poco.


John James Gómez G.

lunes, 25 de mayo de 2015

Fragmento del texto: “Análisis terminable e interminable”. Freud, S. (1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 229 [Cuarta parte del comentario]

“¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, y cuya neo-creación  constituye la diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado?”

Comentario:

De acuerdo con lo que hemos avanzando hasta el momento en nuestro comentario, podemos colegir que la diferencia entre el hombre analizado y el no analizado nada tiene que ver con la diferencia entre normalidad y anormalidad o entre salud y enfermedad. Estas oposiciones, en lo que al psicoanálisis concierne a  la luz de los descubrimientos freudianos, constituyen una falacia orientada más por la moral que por la cientificidad, si se considera que la estructura en juego, cuando se trata de lo psíquico, tiene un carácter paradójico que se ubica por fuera de los ideales y los estándares de normalidad estadística.

Así, el costo subjetivo que Freud tuvo que pagar fue supremamente alto. Mientras se enfrentaba a la necesidad de concebir una nueva epistemología de acuerdo con las exigencias de su praxis y de la satisfacción paradójica expresada por los neuróticos, merced del empuje de la pulsión, pagaba el precio de ser tomado por charlatan e inmoral, a la vez que era excluido de la comunidad médica, renunciando así al prestigio y la respetabilidad de la que gozaba en ese campo. Pero su tenacidad era tal y su posición en cuanto al deseo y la responsabilidad subjetiva superaba tan ampliamente el dolor de su herida narcisista, que todo eso a lo que se enfrentaba no fue excusa suficiente para renunciar ni retroceder en su esfuerzo por saber de acerca de aquello enigmático que lo convocaba. 

Lo primero que Freud se vio en la necesidad de sostener, de acuerdo con los descubrimientos de la experiencia psicoanalítica, era que los procesos anímicos considerados patológicos estaban presentes también en la vida anímica de aquellos a quienes se consideraba normales. Las formaciones del inconsciente constituyen el indicio fundamental que permite inferir esa conclusión. El sueño, el lapsus, el olvido, entre otros, dan cuenta de que el conflicto psíquico, es decir, la falta de unidad y armonía en el “aparato” es una constante. No es necesaria la presencia de un síntoma, en el sentido en que la medicina lo entendía en la época de Freud –y aún ahora–, para que pueda constatarse la presencia de la satisfacción paradójica que se encuentra en la tendencia al displacer y en la ligadura entre culpabilidad y erotismo, así como la complejidad de los procesos inconscientes que se manifiestan en la mayor parte de los ámbitos humanos, tanto en los avatares de la vida subjetiva como en los malestares de la cultura.

Como si eso fuera poco, el encuentro con la dificultad que representa la sexualidad,  desviada de sus fines naturales por el traumatismo que implica el lenguaje, aparecía como una de las piedras angulares para la comprensión de la etiología de los síntomas neuróticos, además de jugar un papel fundamental en la constitución de un cuerpo erógeno para el cual la biología no es, necesariamente, factor determinante en lo que concierne al sufrimiento, los modos de hacer lazo social y de producir y reproducir la cultura y sus malestares.

Era comprensible, entonces, que todo ello provocara rechazo y horror en los ideales de perfección y completo dominio de sí que habitan en el ser humano, pues dichos ideales son, precisamente, los ideales de ese yo que se defiende insistentemente de los embates de la pulsión.


John James Gómez G.

sábado, 23 de mayo de 2015

Fragmento del texto: “Análisis terminable e interminable”. Freud, S. (1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 229 [Tercera parte del comentario]

“¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, y cuya neo-creación  constituye la diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado?”

Comentario:

Poco a poco el límite entre lo normal y lo anormal se hacía difuso. Ocurría lo mismo con el ideal de un psiquismo que gozara del estatuto de una unidad integrada; un conjunto universo imposible de sostener. Y no es que Freud no creyese que era deseable apostar tanto por la diferencia entre normalidad y anormalidad como por el ideal de la unidad psíquica, sino que su descubrimiento y su deseo por saber de eso que se manifestaba como enigmático, esa satisfacción paradójica que revelaban los síntomas histéricos, lo empujaban a ir cada vez más allá en búsqueda de respuestas con una magnitud en sus consecuencias, para las cuales, incluso él mismo, no estaba necesariamente preparado.

El Proyecto de psicología para neurólogos(1895/1950), temprano en su escritura y tardío en su publicación, pues no vio la luz editorial hasta poco más de diez años después de la muerte de Freud, fue el primer encuentro con el fracaso como triunfo, si queremos deformar un poco aquel título de ese otro fabuloso texto freudiano: “Los que fracasan cuando triunfan”, que aparece en “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico” (1916) . Su proyecto de psicología científica que buscaba: brindar una psicología de ciencia natural, a saber, presentar procesos psíquicos como estados cuantitativamente comprobables, y hacerlo de modo que esos procesos se vuelvan intuibles y exentos de contradicción” (1895/1950; pág. 339), fue no-todo un fracaso. Si bien el fracaso aparente se manifiesta en que el psicoanálisis no brindó una psicología de ciencia natural, ni logró presentar procesos psíquicos cuantitativamente comprobables, ni mucho menos logró mostrar procesos que estuviesen exentos de contradicción, ese fracaso fue el triunfo de un descubrimiento inédito, acorde con los modos de la lógica y las matemáticas más actuales, campos subversivos para los cuales la estructura es la paradoja y la unidad es siempre una imposibilidad; el uno es, por definición, un no-todo.

Así pues, el trabajo de Freud, a partir de ese momento, consistió en pagar el costo de fundar una nueva epistemología para una práctica que revelaba un saber siempre subversivo. Veremos en el próximo comentario algunas cuestiones centrales de dicho trabajo y sus consecuencias que, aún hoy, no paran de sorprendernos.


John James Gómez G.

sábado, 16 de mayo de 2015

Fragmento del texto: “Análisis terminable e interminable”. Freud, S. (1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 229 [Segunda parte del comentario]

“¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, y cuya neo-creación  constituye la diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado?”

Comentario:

Freud no perdía la esperanza de erradicar los síntomas neuróticos. Sin embargo, eso no significa que el modo en que dicha esperanza se expresaba se mantuviese invariable a lo largo de sus elaboraciones. De hecho, los cambios fueron abundantes y de una riqueza notable. Lo que le hacía posible la reinvención y reformulación constante de su teoría era que no escatimaba esfuerzos en trabajar por aquello que movía su deseo de saber y, por ello, no temía renunciar a los presupuestos que le habían permitido sostener argumentos acerca de sus conjeturas en tiempos anteriores, si es que la lógica de su construcción le develaba nuevos y más prometedores horizontes.

Es así como, en un primer momento, encontramos en sus trabajos su convicción en que habría, por un lado personas “normales” y por otro lado neuróticos. Freud insistía en ello basado en el presupuesto de que la normalidad psíquica sería equivalente a la unidad del yo como una entidad consciente. En ese orden de ideas, lo inconsciente sería el resultado de una operación de defensa inadecuada del yo que derivaba en la formación de un grupo psíquico segundo en el cual se alojaba la representación perturbadora que había generado conflicto y displacer. Los síntomas, por tanto, eran la manifestación de dicha operación de defensa fallida; formaciones de compromiso efectuadas a partir de falsos enlaces entre diversos modos de representaciones.

Dado que el monto de afecto no podía reprimirse, quedaba flotante en el yo generando un estado de angustia efecto del divorcio que había sufrido, dicho monto, de afecto de su representación. Así, el monto de afecto debía enlazarse a una nueva representación, sustitutiva, que guardase alguna relación (significante) con la representación original. La formación de ese nuevo enlace se expresaba en las formaciones del inconsciente: actos fallidos, sueños, lapsus, trastabarse en el habla, trastrabarse en la escritura, trastrabarse en la escucha, chistes y, evidentemente, en síntomas. Este modelo no ha perdido completamente su vigencia. De hecho, la formación de enlaces y falsos enlaces siguió siendo crucial a lo largo de su obra, como también lo fue para Lacan quien intentó formalizarlo a través de sus postulados acerca de las “cadenas de significantes”. Sin embargo, la concepción de inconsciente, tal como ella era concebida en los primeros trabajos de Freud, era la de una anormalidad que debía corregirse. De ese modo, algunas personas serían portadoras de un grupo psíquico segundo, inconsciente, transitorio, que generaba fenómenos extraños y sintomáticos y, por otra parte, habría personas normales, es decir, aquellas para quienes el yo operaba como una entidad unificada.

Como veremos en el próximo comentario, este presupuesto inicial no tardaría en perder su consistencia dando paso al desvanecimiento de las claridades ingenuas respecto de la falsa oposición normalidad/anormalidad.


John James Gómez G.

lunes, 11 de mayo de 2015


Fragmento del texto: “Análisis terminable e interminable”. Freud, S. (1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. 1986. pp. 229 [Primera parte del comentario]

“¿Acaso nuestra teoría no reclama para sí el título de producir un estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo, y cuya neo-creación  constituye la diferencia esencial entre el hombre analizado y el no analizado?”

Comentario:

¿Cuál sería ese estado que nunca preexistió de manera espontánea en el interior del yo y que sería introducido por la experiencia analítica, al que se refería Freud? Y ¿Cuál sería la diferencia esencial entre una persona que ha pasado por la experiencia analítica y una que no? Estas dos preguntas no pueden creerse superadas en nuestros días. De hecho, constituyen una interrogación constante a la práctica psicoanalítica, que de ser dejada de lado conllevaría la ilusión falaz de que se sabe con exactitud lo que se hace y cuáles serían los medios para conseguir un fin prefabricado, lejos de toda incertidumbre. Si algo podemos constatar pasados más de 100 años desde la invención del psicoanálisis es que, en efecto, la práctica analítica se trata del encuentro permanente con el no saber, con la incertidumbre, y del esfuerzo que implica aprender a leer en la dificultad, sirviéndose de la equivocación como modo de construir un saber inédito.

Sabemos que, en principio, la tarea a la que Freud se abocaba no era otra que el intento de erradicar los síntomas neuróticos. Incluso, si somos poco indulgentes, podemos reconocer esa misma aspiración en los últimos momentos de su construcción. Los textos escritos hacia el final de su vida lo atestiguan tanto como los primeros esbozos de su teoría elaborados a finales del siglo XIX. Es cierto que muchas cosas cambiaron y dieron grandes frutos en la medida en que Freud, enfrentando las dificultades de su investigación y las limitaciones que le imponía ser un digno hijo de su época, atado a las ciencias y a la moral sexual cultural de su tiempo, lograba dar pasos de gigante sirviéndose de todo su genio, allí donde muchos jamás pudieron siquiera asomar sus ojos. Negar el valor de su descubrimiento, así como su valentía, osadía y genialidad, sería algo tan absurdo como suponer por ello que todo lo que construyó carecería de falta alguna. Freud fue un hombre que vio al mundo más allá de los límites que su época le imponía, pero, en todo caso, no más allá de los límites que su propia condición como sujeto le imponía. Esto no demerita su descubrimiento; sólo da cuenta de que, al igual que todos los seres humanos lo estamos, Freud se encontraba limitado por una estructura del saber que es siempre no-toda.

Trataremos entonces de aventurarnos en el intento por encontrar algunas respuestas hechas como todas, a medias, acerca de las preguntas que hemos traído a cuentas a partir de la cita. 

John James Gómez G.

viernes, 8 de mayo de 2015

Fragmento del texto: “Acerca de la causalidad psíquica”. Lacan, J. (1946). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores, 2ª ed. 2008. pp. 171. [Segunda parte del comentario]

“Lo que ocurre es que Alcestes está loco, y Molière lo muestra como tal, justamente porque aquel no reconoce en su bella alma que también él contribuye al desorden contra el cual se subleva.”

Comentario:

¿Por qué se insiste en el desconocimiento? La clínica permite constatar la pasión por la ignorancia, tal vez, la pasión por excelencia del yo; aquella por la cual está dispuesto a esforzarse tanto como sea necesario para desalojar todo indicio de su responsabilidad en lo que atañe al deseo. Si algo se desconoce es, precisamente, el deseo. Pero ¿por qué el deseo sería algo perturbador para el yo, al punto de no parar de trabajar, incluso de padecer, para deshacerse de él? Uno puede creer que nada haría más feliz a alguien que la realización de su deseo y, sin embargo, pocos están dispuestos a hacer lo necesario para aventurarse en el intento.

Sea como fuere, no hay que hacerse demasiadas ilusiones. El deseo es perturbador, precisamente, porque no hay nada que pueda colmarlo. Su estatuto es equivalente a la “singularidad” matemática propia de los agujeros negros que tanto misterio y curiosidad provocan en los físicos. De esa singularidad nada puede saberse, salvo que ella existe. El deseo es singular en la medida en que no puede generalizarse ni tampoco definirse como relativo a un objeto sensible. Es fácil decir “yo deseo”, pero eso no significa que se tenga alguna idea de lo que eso significa. Es por esa razón que resulta de suma importancia diferenciar entre el deseo y el anhelo. El anhelo se constituye en el modo como el yo fantasea y se regocija en las ilusiones, siempre imaginarias, de aquello que, según cree, le brindaría la felicidad. El deseo, en cambio, opera como esa singularidad que, al igual que en los agujeros negros, cuenta con un grado incalculable de atracción pero no llega a colmarse. Se trata de una imposibilidad, no se sabe lo que se desea precisamente porque no hay conocimiento posible de ello. Así, el desconocimiento del yo apunta a desalojar la perturbación que esa falta de garantía conlleva. Reconocer el deseo es reconocer la falta, cosa nada fácil de soportar. Por eso el anhelo tiene tanto valor para las ilusiones del yo, ya que allí puede resguardarse en la promesa de que habría la garantía de encontrar el objeto gracias al cual nada faltaría. Ese resguardo en la ilusión de garantía es el motor de su pasión por la ignorancia.

Desear es servirse del hecho de que puede reconocerse que hay una falta indefinible, no de la creencia en que habría un buen objeto o un orden del mundo que coincidiría de manera perfecta con las ilusiones y vanidades del yo.

John James Gómez G. 

lunes, 4 de mayo de 2015

Fragmento del texto: “Acerca de la causalidad psíquica”. Lacan, J. (1946). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores, 2ª ed. 2008. pp. 171. [Primera parte del comentario]

“Lo que ocurre es que Alcestes está loco, y Molière lo muestra como tal, justamente porque aquel no reconoce en su bella alma que también él contribuye al desorden contra el cual se subleva.”

Comentario:

La locura de la bella alma radica en su desconocimiento de las implicaciones derivadas de que su deseo no es otro que ser el deseo del Otro. Este es un punto crucial por el cual la psicosis no necesariamente es la locura, ni la neurosis es necesariamente la cordura. La locura es ante todo el desconocimiento del lugar que como sujeto se juega en el lazo con los otros y, sobretodo, en cuando al propio padecimiento. Ese desconocimiento es más común de lo que pudiera creerse. Podríamos atrevernos sin temor a decir que es, muy probablemente, el sentido común mejor distribuido, pues pocos están dispuestos a interrogarse por el lugar que ocupan en aquello de lo cual se quejan; ni que decir de si están o no dispuestos a reconocer su posición en tanto agentes de su propio malestar, hay muy pocas probabilidades de que se advenga a un reconocimiento de tales magnitudes.

Llama la atención que en torno al tema de la locura Lacan se refiera a una “agresión suicida del narcisismo” (1946, pp. 172). ¿Qué querría decir con una expresión como esa? Uno puede suponer ingenuamente que el narcisismo, en la medida en que desde Freud es planteado, en principio, como el hecho de dar al propio cuerpo el estatuto de un objeto de índole sexual, no tendría otra finalidad que el placer. Pero no debemos olvidar que, muy a su pesar, Freud descubrió el carácter paradójico de la pulsión que bien puede encontrar la satisfacción en la propia autodestrucción. De hecho, es eso lo que señala, no sin preocupación, en el último párrafo de su texto “El problema económico del masoquismo”.

La locura tiene como consecuencia, precisamente, esa agresión suicida del narcisismo. Ese yo infatuado, fascinado en su identificación a un cierto ideal que lo definiría como un ser sin falta, completo en sí mismo, se considera a sí mismo la víctima de los desórdenes y las injusticias del mundo. Cree que él está en ese mundo para darle un orden que, según su fantasía, es bueno y coherente con su voluntad. Los demás serían, así, sus deudores, pues deben darle el reconocimiento ya que él sería el dueño de la "buena voluntad". No es necesario ser psicótico para tener una creencia como esta, pero a veces ella sí resulta más estridente en las psicosis en la meidida en que el mensaje retorna invertido de modo invasivo, como certeza delirante. En el caso de la locura del neurótico el mensaje retorna a través de lo que Lacan mismo llamó un “rebote social”, con el cual se golpea a sí mismo y a partir ello puede volver a quejarse de las injusticias del mundo del cual se considera víctima. Es un circuito constante, un ciclo de retornos de la locura que, por su insistencia en el desconocimiento y por sus ímpetus de sostener el ideal de un narcisismo sin herida originaria, padece como una agresión suicida de ese mismo narcisismo del que se sirve para "hacerse el loco".

John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....