lunes, 16 de marzo de 2015

Fragmento del texto: “El deseo y su interpretación”. Lacan, J. (1959). En: El seminario, libro 6, clase del 1 de julio. Editorial Paidós. 2014. pp. 526. [Tercera parte del comentario]

“Esa pulsión, ese grito, ese empuje, es algo que para nosotros no vale, no existe, no está definido, no está articulado, más que en la medida en que está atrapado en una secuencia temporal de una naturaleza especial, que denominamos cadena significante.”

Comentario:

Pero, ¿de qué se tratan esas leyes del deseo y del goce, es decir, esas leyes de lo inconsciente? ¿Qué es lo que se introduce a partir de ellas en esa condición de un animal que habla y usa letras haciendo con ello un semblante de ser? Y bien, para comprender sus implicaciones, es necesario orientarse por una vía distinta a la que proponía Aristóteles en cuanto a las relaciones posibles entre los cuerpos, que, como sabemos, eran las de continente/contenido. Es así que de seguir la idea del cerebro como continente, por ejemplo, y la mente como contenido, llegaremos irremediablemente al extravío por el cual será imposible dar con la lógica que permita tomar noticia de que no somos un cuerpo biológico, sino que tenemos un cuerpo erógeno, fusión de organismo y lenguaje, un cuerpo que es, sobretodo, sustancia gozante.

Vale decir también: cuerpo pulsional. Ya hemos mencionado antes la definición freudiana según la cual la pulsión (trieb) sería un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático. También puede verse a la pulsión como una desviación (trieb)  de la meta natural orgánica que estaría orientada por el principio del placer, cuestión indicada en el esquema freudiano presentado en “La interpretación de los sueños”, por el cual, en lugar de mantenerse un movimiento progrediente desde el polo sensorio-perceptual hacia el polo motor, se produce una desviación regrediente que hace trabajar al aparato en un circuito de esfuerzo constante por reencontrar satisfacciones de las cuales solo se cuenta con unas huellas significantes que no logran representar lo perdido. Es así que la pulsión no es el instinto, sino el desvío que en éste se introduce merced de la fusión entre el organismo y el lenguaje. Es así que debemos prestar atención a los estoicos y rendirles homenaje por haber notado esa otra relación según la cual dos cuerpos pueden fundirse, siendo, al mismo tiempo, uno y dos,  y a partir de lo cual se produce, como resto, un incorporal. La intuición de Freud fue, sin lugar a dudas, certera. Merced de esa fusión se establece una secuencia temporal que opera por retroacción y que hace consistir un circuito infinito; una recta infinita; una D.I. (Dei) que llevó a Lacan a la conclusión lógica, y topológica: “Dios es inconsciente”.


John James Gómez G.

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