lunes, 30 de marzo de 2015

Fragmento del texto: “Acerca de la causalidad psíquica”. Lacan, J. (1946). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores. 2ª edición argentina, revisada. 2008. pp. 174. [Segunda parte del comentario]

“Porque el riesgo de la locura se mide por el atractivo mismo de las identificaciones en las que el hombre compromete a la vez su verdad y su ser.
Lejos, pues, de ser la locura el hecho contingente de las fragilidades de su organismo, es la permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia.
Lejos de ser un insulto para la libertad, es su más fiel compañera; sigue como una sombra su movimiento.
Y al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aun sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad."

Comentario:

Tomar a la locura por algo ajeno, extraño o anormal, es un supuesto, cuando menos, ingenuo. Que el término se haya excluido de los usos comunes del lenguaje psiquiátrico, en las aspiraciones de dicha práctica de tratamiento moral por alcanzar un lenguaje científico, solo agrava las cosas. En tal sentido, vale la pena -y lo sugiero al lector- revisar el texto “Clasificar en Psiquiatría”, autoría de Néstor Braunstein, pues brinda un panorama de las imposibilidades y los absurdos a los que la psiquiatría se ha destinado al construir una fenomenología que busca aparentar una nosología, allí donde se sigue encubriendo la moralidad de un discurso capitalista que se sirve de la teratología para formular objetos de consumo.

La locura no es sin razón, como tampoco lo son las psicosis, las neurosis o las perversiones, si es que queremos, un poco abusivamente, seguir usando las clasificaciones freudianas que, como sabemos, hoy merecen ser tratadas con el mayor cuidado para no caer en juicios, también, teratológicos. La sin razón no puede concebirse sino por una vía a través de la cual podría encontrarse en ella un modo de razón que, no por parecer extraño, sería insensato. Fue el trabajo de Freud, precisamente, hallar la razón ahí donde todos suponían simples fenómenos del azar o anormalidades sin más razón que la de una enfermedad del sistema nervioso. El mérito de Freud fue, sin lugar a dudas, ocuparse de eso que la psiquiatría había tomado como objeto, excluyendo a su sujeto, al intentar resguardarse en las ciencias naturales a la vez que se constituía en heredera de los tratamientos morales del catolicismo. Freud no dudó en lanzar su crítica a la psiquiatría en sus “Conferencias de Introducción al Psicoanálisis”: “He ahí la laguna que el psicoanálisis se empeña en llenar. Quiere dar a la psiquiatría esa base psicológica que se echa de menos, y espera descubrir el terreno común desde el cual se vuelva inteligible el encuentro de la perturbación corporal con la perturbación anímica.” (Freud, 1915: 18. O.C. Vol XV. Amorrortu Editores). 


John James Gómez G.

viernes, 20 de marzo de 2015

Fragmento del texto: “Acerca de la causalidad psíquica”. Lacan, J. (1946). En: Escritos 1. Siglo XXI Editores. 2ª edición argentina, revisada. 2008. pp. 174.  [Primera parte del comentario]

“Porque el riesgo de la locura se mide por el atractivo mismo de las identificaciones en las que el hombre compromete a la vez su verdad y su ser.
Lejos, pues, de ser la locura el hecho contingente de las fragilidades de su organismo, es la permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia.
Lejos de ser un insulto para la libertad, es su más fiel compañera; sigue como una sombra su movimiento.
Y al ser del hombre no sólo no se lo puede comprender sin la locura, sino que ni aun sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad."

Comentario:

Locura, curiosamente, es una de las palabras de las cuales ha sido más difícil ubicar su procedencia. En ese sentido, me remito a la filología, una de las pocas disciplinas que, a mi juicio, merecen ser consideradas serias, más aún en ese campo.

Sugiero para seguir esta breve exposición, la revisión del Diccionario Etimológico de Joan Coromines, tal vez el más interesante filólogo de la lengua castellana, hasta la fecha. Él señala la extrema dificultad para captar el origen del término locura y se aboca a devanarse los sesos en su búsqueda, cosa hoy poco común y que, considero, harta falta hace. Y es que cuando se cree comprender demasiado rápido y se despachan las cosas con definiciones de manual, se pierde toda posibilidad de reencontrar su riqueza. Ya nos ha enseñado la historia de la filosofía y de la ciencia, que los mayores descubrimientos no llegan por hallar algo ex nihilo, sino por la revisión y reinvención de los viejos postulados y axiomas. Bien lo muestra también, así, el fabuloso término Aufhebung, al que Hegel prestó tanta atención y brindó tanta impotancia, al igual que lo hicieron Freud y Lacan.

Veamos pues el asunto y tomemos al toro por los cuernos.

De entrada, Coromines rechaza el término italiano “locco”, que puede traducirse como idiotez. No encuentra en él una línea filológica que lo ligue etimológicamente al término locura. Claro, Pinel usó el término "idiotez" para referirse en sus primeros trabajos a algunas formas de clasificación de la locura, pero eso no significa que, por ello, deba suponerse simbiosis alguna entre las dos expresiones.

Tampoco encuentra razones suficientes para suponer como origen del vocablo locura a la palabra árabe “lawqa”, que bien puede traducirse por “tonta”. Y es que, además de las razones etimológicas, lo que comúnmente se llama locura, nada tiene de tonta...

Coromines considera mucho más cercanas las raíces “clocca” y “locca”, de las que derivan “clueca” y “llueca”, como también el vasco “lokatu” que significa, por un lado, “ponerse clueca” (sí, como la gallina) y, por otro, dislocarse, moverse, lo que indica claramente su relación con el verbo latín “locare” (localizar), que procede de “locus”, es decir, de “lugar”. Tal vez valdría la pena retomar el estatuto de la locura para intentar localizarla, ubicarla, antes que darla por caduca.

¿Cómo pretender entonces que algo tan escurridizo como la locura, -no solo el término-, pueda despacharse de un tajo, e incluso calificarlo de caduco? Claro, caduco también es una muy interesante palabra, que viene del latín “caducus”, o sea, lo que tiende a caer. Es cierto que hay palabras, como "locura", que siempre tienden a caer, pero es distinto si cae propiamente, en cuyo caso, continuando por la misma línea etimológica, llegaríamos a la expresión “cadáver”. Pero bueno, si algo es claro hasta hoy, a pesar que uno quiera “hacerse el loco”, es que la locura no es aún un cadáver.

En ese sentido, difiero significativamente de quienes viven en afanes por despachar palabras así como así, esforzando por desalojarlas, pues sería desconocer que nada hace más herencia que el lenguaje. Ya sabemos lo que el esfuerzo de desalojo conlleva, a saber, su retorno por otra vía, la que Lacan llamó: lo real. Por ello, como mencioné antes, la expresión Aufhebung reviste en ese sentido gran interés. Se trata de una palabra antinómica que indica que cuando algo se transforma siempre algo se suprime pero, al mismo tiempo, algo se conserva. La historia nos ha mostrado que eso es cierto desde la partícula hasta las transformaciones culturales. Así, es cierto que la palabra locura fue suprimida del, a mi juicio, volátil lenguaje teórico de la psiquiatría, pero eso no ha cambiado el hecho de que los psiquiatras siguen volviéndose locos por no saber qué hacer con ella; mucho menos con los criterios para diagnosticar alguna cosa; de lo que tampoco los ha salvado manual alguno, a pesar que ya se publicó la quinta versión del DSM (hay versión en español) al que, incluso ellos mismos (los psiquiatras), ya miran con ojeriza.

Por otro lado, es importante distinguir la locura, de las psicosis; cuestión que permite afinar en la clínica de la escucha, lo que la clínica de la mirada no permite vislumbrar. Es cierto que la psicosis es un término clave, pero sus criterios diagnósticos no son tan claros, particularmente para la psiquiatría. La comorbilidad es el fantasma que ronda por los hospitales psiquiátricos, mientras los psiquiatras "enloquecen" porque no saben cómo hacer para localizar (locare) las sutiles diferencias de la locura y de las psicosis. Y es que la proliferación de los manuales y el desprecio por la semiología clínica, dieron al traste con la clínica misma. Por un lado, es importante tener en cuenta que las psicosis no siempre muestran la supuesta ruptura con “la realidad” que indican los manuales y las definiciones rápidas que se encuentran por doquier. De hecho, no quiero atizar hogueras, pero ya bastante difícil es definir lo que sería la realidad, incluso, para los físicos más fervorosos. De otro lado, no siempre en la psicosis hay alucinaciones y delirios. Existen también silenciosos y sorprendentes fenómenos elementales entre los cuales se encuentra lo que, Gaëtan de Cleramboult, uno de los más interesantes psiquiatras y etnólogos, llamó “automatismo mental”. Bien vale la pena estudiarlo con detalle.

No hay tal cosa como criterios claros para un diagnóstico de las psicosis en los manuales que dan esos supuestos tips, en apariencia tan sencillos pero que, abogando por una nosología, aún conservan su raíz en la teratología...  ¿Por qué suponer entonces la caducidad en aquello que, a pesar de las pretensiones del discurso de la ciencia, aún no llega a ser localizado con suficiente precisión?...

John James Gómez G. 

lunes, 16 de marzo de 2015

Fragmento del texto: “El deseo y su interpretación”. Lacan, J. (1959). En: El seminario, libro 6, clase del 1 de julio. Editorial Paidós. 2014. pp. 526. [Tercera parte del comentario]

“Esa pulsión, ese grito, ese empuje, es algo que para nosotros no vale, no existe, no está definido, no está articulado, más que en la medida en que está atrapado en una secuencia temporal de una naturaleza especial, que denominamos cadena significante.”

Comentario:

Pero, ¿de qué se tratan esas leyes del deseo y del goce, es decir, esas leyes de lo inconsciente? ¿Qué es lo que se introduce a partir de ellas en esa condición de un animal que habla y usa letras haciendo con ello un semblante de ser? Y bien, para comprender sus implicaciones, es necesario orientarse por una vía distinta a la que proponía Aristóteles en cuanto a las relaciones posibles entre los cuerpos, que, como sabemos, eran las de continente/contenido. Es así que de seguir la idea del cerebro como continente, por ejemplo, y la mente como contenido, llegaremos irremediablemente al extravío por el cual será imposible dar con la lógica que permita tomar noticia de que no somos un cuerpo biológico, sino que tenemos un cuerpo erógeno, fusión de organismo y lenguaje, un cuerpo que es, sobretodo, sustancia gozante.

Vale decir también: cuerpo pulsional. Ya hemos mencionado antes la definición freudiana según la cual la pulsión (trieb) sería un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático. También puede verse a la pulsión como una desviación (trieb)  de la meta natural orgánica que estaría orientada por el principio del placer, cuestión indicada en el esquema freudiano presentado en “La interpretación de los sueños”, por el cual, en lugar de mantenerse un movimiento progrediente desde el polo sensorio-perceptual hacia el polo motor, se produce una desviación regrediente que hace trabajar al aparato en un circuito de esfuerzo constante por reencontrar satisfacciones de las cuales solo se cuenta con unas huellas significantes que no logran representar lo perdido. Es así que la pulsión no es el instinto, sino el desvío que en éste se introduce merced de la fusión entre el organismo y el lenguaje. Es así que debemos prestar atención a los estoicos y rendirles homenaje por haber notado esa otra relación según la cual dos cuerpos pueden fundirse, siendo, al mismo tiempo, uno y dos,  y a partir de lo cual se produce, como resto, un incorporal. La intuición de Freud fue, sin lugar a dudas, certera. Merced de esa fusión se establece una secuencia temporal que opera por retroacción y que hace consistir un circuito infinito; una recta infinita; una D.I. (Dei) que llevó a Lacan a la conclusión lógica, y topológica: “Dios es inconsciente”.


John James Gómez G.

viernes, 13 de marzo de 2015

Fragmento del texto: “El deseo y su interpretación”. Lacan, J. (1959). En: El seminario, libro 6, clase del 1 de julio. Editorial Paidós. 2014. pp. 526. [Segunda parte del comentario]

“Esa pulsión, ese grito, ese empuje, es algo que para nosotros no vale, no existe, no está definido, no está articulado, más que en la medida en que está atrapado en una secuencia temporal de una naturaleza especial, que denominamos cadena significante.”

Comentario:

Esa propuesta freudiana de un movimiento regrediente que, articulado al movimiento progrediente, constituye un circuito, fue, tal vez, el modo más lúcido posible de plantear lo que acontece en la vida psíquica que Freud hubiese podido concebir. Acaso sean las consecuencias de lo que allí llega a encontrarse, lo que motivó a Lacan para que afirmara, en más de una ocasión, que el libro “La interpretación de los sueños” es la vía regia de acceso al inconsciente -y no el sueño mismo como pensaba Freud-,  como también afirmaba que para reencontrar su topología era necesario remitirse al primer enfoque freudiano. Y es que ese circuito pulsional pone al descubierto los avatares propios de un ser que, siendo un animal, no es, exactamente, un completo animal. De hecho, se trata de un animal incompleto pues ha perdido, por el lenguaje, las coordenadas del instinto, quedando ligado a una imposibilidad, a saber, la de encontrar la cuota exacta de mesura que se espera del funcionamiento orgánico cuando es orientado por el principio del placer. En ese punto, el animal que habla y usa letras para aparentar un ser (parlêtre), está anclado a unas leyes que ya no son exclusivamente las de la naturaleza, sino las leyes del goce y del deseo.

Es por esas leyes de lo inconsciente (del goce y del deseo) que el circuito insiste. Los efectos del lenguaje se expresan en una búsqueda insaciable del reencuentro con un objeto imposible. Esto es realmente afortunado, pues hace soportable una existencia que no tiene más destino que acabarse, a la vez que es la muerte misma, como punto de finitud, lo que lleva a cada uno a inventar sentidos que hagan semblante de que el futuro, por más incierto que resulte, vale la pena. No es pues allí donde radican los motivos del sufrimiento que, en no pocas ocasiones, irrumpe en la vida de una persona, aunque, por cierto, el sufrimiento sea, en sí mismo, el modo en que algunos logran hacer soportable el dolor de existir, sin importar cuán paradójico pueda parecer esto.

John James Gómez G. 

lunes, 9 de marzo de 2015

Fragmento del texto: “El deseo y su interpretación”. Lacan, J. (1959). En: El seminario, libro 6, clase del 1 de julio. Editorial Paidós. 2014. pp. 526. [Primera parte del comentario]


“Esa pulsión, ese grito, ese empuje, es algo que para nosotros no vale, no existe, no está definido, no está articulado, más que en la medida en que está atrapado en una secuencia temporal de una naturaleza especial, que denominamos cadena significante.

Comentario:

La pulsión puede ser tomada como un modo de ordenamiento a la manera de un circuito. Si se observa, por ejemplo, el capítulo 7 de la “Interpretación de los sueños”, particularmente el apartado B, intitulado “La regresión”, puede encontrarse el modo en que Freud se ve forzado a ir más allá de la condición natural del arco reflejo y de todo movimiento progrediente como condición natural ligada al principio del placer. No basta el recorrido desde un polo sesorio-motriz hasta una respuesta motora, muy a pesar de las ilusiones que siguiendo a la fisiología puedan construirse los mismos fisiólogos pero, sobre todo, ciertas psicologías. En el ser humano, ese animal que habla y usa letras, no todo marcha hacia delante. Vale decir, incluso, que no todo progresa. Lo que se ha llamado civilización debería bastar para tomar noticia de esas involuciones que solo pueden darse en un mundo hecho de significantes.

Pues bien, Freud introdujo en su esquema, famoso por constituir el modelo óptico sobre el que fundó su primera tópica, llamado popularmente “esquema del peine”, un movimiento regrediente que se anuda al movimiento de tendencia progrediente. Ese movimiento regrediente tiene como finalidad la búsqueda del reencuentro con unas satisfacciones primitivas, ancladas en unas huellas que han dejado allí su marca pero de las cuales no queda más constancia que el propio movimiento regrediente derivado de sus efecto por retroacción. Huellas borradas que al dejar en su lugar un agujero, atraen todo hacia sí, como si fuesen un agujero negro que no para de absorber energía; solo para usar una analogía que no necesariamente dista de lo que se juega en el aparato psíquico de la primera tópica freudiana. Así, en esa ida y regreso entre el movimiento progrediente y el regrediente, se configura un circuito que no cesa de trabajar; el circuito pulsional.

John James Gómez G. 

lunes, 2 de marzo de 2015

Fragmento del texto: “Análisis terminable e interminable”. Freud, S. (1937). En: Obras Completas, vol. XXIII. Amorrortu Editores. pp. 248.


“Una conferencia de rico contenido, pronunciada por S. Ferenczi en 1927, «El problema de la terminación de los análisis»,"'" concluye con esta consoladora seguridad: «. . .el análisis no es un proceso sin término, sino que puede ser llevado a un cierre natural si el analista tiene la pericia y paciencia debidas». Opino que ese trabajo equivale más bien a una advertencia de no poner como meta del análisis su abreviación, sino su profundización.”

Comentario:

Sandor Ferenczi fue, sin duda, uno de los psicoanalistas más sobresalientes entre todos aquellos formados junto a Freud. Murió en el año 1933, seis años antes que Freud. En lo que a la historia del psicoanálisis atañe, suele señalarse a Jung como el discípulo en que Freud habría puesto la esperanza de contar con un sucesor en la construcción del andamiaje en que se sostendría esa experiencia inaugurada por él. Igualmente, se indica con frecuencia la desilusión expuesta de forma manifiesta por Freud ante las sendas tomadas por Jung. Sin embargo, si se presta atención a los rumbos tomados por Freud, como a muchas de las apuestas lacanianas, no es difícil colegir que buena parte de los avances logrados en torno a la tarea psicoanalítica fueron acompañados de manera decidida por Ferenczi.  Ese deseo decidido de Ferenzci, al parecer, solo fue suficientemente reconocido por Freud luego de la muerte de su discípulo. Si hubo alguien que instó a Freud para apostar por una concepción del psicoanálisis que atravesara los límites que le imponían las aspiraciones médicas de una cura que debía hallarse rápida y eficientemente, fue, precisamente, Sandor Ferenzci. 

Ferenzci reconocía el valor de evitar el furor sanandi tanto como el de evitar el afán por comprender. Además, consideraba el análisis personal una condición necesaria para escuchar de modo responsable a otros en la práctica analítica. No es difícil reconocer en estas premisas buena parte de los principios que constituyen el soporte mismo de la experiencia psicoanalítica. Esto fue, de hecho, subrayado por Lacan, quien reconocía en ello la rúbrica por la cual, en el psicoanálisis, la cura no es algo que deba buscarse pero que, en todo caso, si la experiencia transcurre de modo tal que el saber inconsciente pueda desplegarse, entonces, puede suponerse que llegará por añadidura. Sin embargo, no debemos entender con esto que la cura sería, en modo alguno, la desaparición de los síntomas, mucho menos la “buena” adaptación de un sujeto a la sociedad en la que vive. De ser así, el psicoanálisis no sería más que un discurso moral y los psicoanalistas serían sacerdotes sin sotana. Claro está, que los hay, los hay.


John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....