lunes, 9 de febrero de 2015

Fragmento del texto “El psicoanálisis y su enseñanza”. Lacan, J. (1957). En: Escritos 1. Siglo XXI editores. 2ª ed, Argentina. 2008. pp. 413. [Segunda parte del comentario]

“El inconsciente es ese discurso del Otro en el que el sujeto recibe, bajo la forma invertida que conviene a la promesa, su propio mensaje olvidado.”

Comentario:

¿De qué manera el inconsciente sería un discurso? ¿Cómo articular la noción de discurso? Y, en caso que eso que llamamos discurso cuente con alguna efectividad, ¿dónde podría evidenciarse algo de su realización?

No prescindiré del equívoco como punto de partida, pues la equivocidad es lo que hace, por el lenguaje, a la estructura de lo inconsciente. Disque-course, podríamos escribir, orientados por la lengua francesa, y encontraríamos que hay un disco (disque) que marcha (course), que hace un recorrido. No cualquier disco, digamos, para no perder de vista que hay falta, que se trata de un disco agujereado; podemos imaginar un disco compacto, de esos que hoy, en la era digital, parecen destinados al ostracismo. Ese disco, por el agujero que le es estructural, puede hacer un recorrido que es entendible como un esfuerzo (drang) constante.

Aprovechemos un poco más la riqueza de la equivocidad. Ese “disque”, sale al encuentro en nuestra lengua española por dos vías. Como imperativo de discar, de ejercer una práctica que pone en marcha algo que puede tener un destinatario, como discar un número telefónico, por ejemplo, muy a pesar que esos discos ya no giren más en nuestros días. También, si nos permitimos la homofonía a pesar de la diferencia en la grafía, podríamos tomarlo por un “dizque”: un dicho, una murmuración, un rumor, algo presunto; digamos, un supuesto.

Permitámonos juguetear un poco más. Un disco agujereado que se mueve merced de su agujero en un esfuerzo constante y sobre el cual el sujeto insiste en buscar un destinatario para lo que dicho esfuerzo produce. Un disco sobre el cual hay un supuesto, una murmuración, un “chamullo”, si queremos, porqué no, coquetear con el lunfardo. Eso habla, rumora, en voz baja pero sin dejar de insistir. Es ahí cuando tenemos un discurso, a saber, un modo de que las cosas marchen con cierta estructura de fuerza inercial. Puede ser que marchen para bien o para mal, eso es secundario. Lo relevante allí es que la fuerza inercial solo alterará su modo de marchar, sí y solo sí, otra fuerza interviene. Por tanto, las fuerzas pueden converger y engendrar ciertas variantes, ciertas modulaciones de disque-curse. Si lo inconsciente opera de algún modo particular; si marcha de cierta manera inercial como ese disque, dizque, haciendo un recorrido, entonces, ¿por qué no suponerle el estatuto de un discurso?


John James Gómez G.

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