Fragmento del texto “El psicoanálisis y su enseñanza”.
Lacan, J. (1957). En: Escritos 1. Siglo XXI editores. 2ª ed, Argentina. 2008.
pp. 413. [Primera parte del comentario]
“El inconsciente es ese discurso del Otro en el que el
sujeto recibe, bajo la forma invertida que conviene a la promesa, su propio
mensaje olvidado.”
Comentario:
Es común hablar como si aquello que se dice no tuviese
implicación alguna sobre la propia condición de sujeto. Cuanto menos creemos
que nuestro decir tendría algo que ver con nosotros mismos, más feroz es el
juicio que emitimos, más mordaz, más creativo y más ingenioso parece todo
aquello a lo que se apunta. El esfuerzo por parecer agudo no se escatima cuando
el objeto de la observación es algo que, según nuestra vanidosa imagen, solo atañe
al otro. En esa pequeña fortaleza, de ingenuo aislamiento, nos creemos muy
seguros, protegidos de toda interrogación. Se trata la cotidianidad del
desconocimiento, de nuestra pasión por la ignorancia. ¿Y qué es eso que se ignora?
Que toda palabra que proferimos habla de algo que el propio yo se empeña en desconocer sobre aquello que le es constituyente.
Es así que el descubrimiento freudiano tuvo la consecuencia
de convocar a cada uno a responder por sus palabras. No porque el psicoanálisis
sirva para acusar a alguien de injusto, ni de cometer injuria o calumnia sobre
otro; ese es campo de la indagación jurídica, en la que se tiene
como tarea proteger el buen nombre de las personas. Si el psicoanálisis convoca
a responder a cada uno por sus palabras, es porque se funda en una experiencia en
la que todo aquello que es dicho retorna para interrogar a ese Yo que habla,
regularmente, haciéndose el loco, como si nada de lo que dice lo implicase en
modo alguno. En esa experiencia, las palabras resuenan, perturbadoras, causando
sorpresa cuando se reconoce en ellas un decir que va más allá de lo calculado.
Resuenan con un mensaje que, independientemente a quien se suponga como
destinatario, solo se realiza como discurso en la medida en que retorna para
interrogar a quien lo ha proferido. Es ahí donde algo de lo inconsciente puede
producirse como saber, donde se descubre que quejarse de otro, acusar a otro,
implorar a otro, o hacerse el loco sobre los propios asuntos, son modos de
insistir en el desconocimiento de la condición mi-ser-hable de la propia existencia.
John James Gómez G.
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