viernes, 6 de febrero de 2015

Fragmento del texto “El psicoanálisis y su enseñanza”. Lacan, J. (1957). En: Escritos 1. Siglo XXI editores. 2ª ed, Argentina. 2008. pp. 413. [Primera parte del comentario]

“El inconsciente es ese discurso del Otro en el que el sujeto recibe, bajo la forma invertida que conviene a la promesa, su propio mensaje olvidado.”

Comentario:

Es común hablar como si aquello que se dice no tuviese implicación alguna sobre la propia condición de sujeto. Cuanto menos creemos que nuestro decir tendría algo que ver con nosotros mismos, más feroz es el juicio que emitimos, más mordaz, más creativo y más ingenioso parece todo aquello a lo que se apunta. El esfuerzo por parecer agudo no se escatima cuando el objeto de la observación es algo que, según nuestra vanidosa imagen, solo atañe al otro. En esa pequeña fortaleza, de ingenuo aislamiento, nos creemos muy seguros, protegidos de toda interrogación. Se trata la cotidianidad del desconocimiento, de nuestra pasión por la ignorancia. ¿Y qué es eso que se ignora? Que toda palabra que proferimos habla de algo que el propio yo se empeña en desconocer sobre aquello que le es constituyente.

Es así que el descubrimiento freudiano tuvo la consecuencia de convocar a cada uno a responder por sus palabras. No porque el psicoanálisis sirva para acusar a alguien de injusto, ni de cometer injuria o calumnia sobre otro; ese es campo de la indagación jurídica, en la que se tiene como tarea proteger el buen nombre de las personas. Si el psicoanálisis convoca a responder a cada uno por sus palabras, es porque se funda en una experiencia en la que todo aquello que es dicho retorna para interrogar a ese Yo que habla, regularmente, haciéndose el loco, como si nada de lo que dice lo implicase en modo alguno. En esa experiencia, las palabras resuenan, perturbadoras, causando sorpresa cuando se reconoce en ellas un decir que va más allá de lo calculado. Resuenan con un mensaje que, independientemente a quien se suponga como destinatario, solo se realiza como discurso en la medida en que retorna para interrogar a quien lo ha proferido. Es ahí donde algo de lo inconsciente puede producirse como saber, donde se descubre que quejarse de otro, acusar a otro, implorar a otro, o hacerse el loco sobre los propios asuntos, son modos de insistir en el desconocimiento de la condición mi-ser-hable de la propia existencia.


John James Gómez G.

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