viernes, 27 de febrero de 2015

Fragmento del texto: “32ª Conferencia. Angustia y vida pulsional”. Freud, S. (1933). En: Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis. Obras Completas, vol. XXII. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1991. pp. 89. [Cuarta parte del comentario]

“Una pulsión se distingue de un estímulo, pues, en que proviene de fuentes de estímulo situadas en el interior del cuerpo, actúa como una fuerza constante y la persona no puede sustraérsele mediante la huida, como es posible en el caso del estímulo externo.”

Comentario:

La estructura de la pulsión es paradójica, decíamos, siguiendo la afirmación freudiana de que ella, al igual que la angustia, es no sin objeto.  En su texto de 1915, intitulado “Lo Inconsciente”, Freud señalaba que, en lo concerniente al sistema Icc, las “…mociones pulsionales están coordinadas entre sí, subsisten unas junto a las otras sin influirse y no se contradicen entre ellas. Cuando son activadas al mismo tiempo dos mociones de deseo cuyas metas no podrían menos que parecernos inconciliables, ellas no se quitan nada ni se cancelan recíprocamente…” (Freud, 1915, pp. 183). Según esto, el principio de no contradicción, al menos en su sentido estricto, resulta excluido de lo inconsciente. Y si bien Freud suponía que las mociones pulsionales que resultaban contradictorias entre sí tendían a confluir en una meta intermedia, por ejemplo, un acto fallido o un síntoma, esto no debe ser comprendido como una función de síntesis que resolvería la oposición entre una tesis y una antítesis, sino, como un modo de solución que permitiría, gracias a los mecanismos de condensación y desplazamiento, el logro de una descarga parcial de la moción pulsional. De ese modo la cualidad consciente del Yo no tomaría noticia directa de las implicaciones inconscientes del acontecimiento.


Así, la función primordial del Yo es el desconocimiento. Esto implica una condición diversa a la de su núcleo inconsciente, no-todo reprimido. Por un lado lo inconsciente como aquello que es susceptible de crear retoños y, por otro lado, lo no reconocido que está atado a mociones pulsionales enlazadas en diversas transcripciones que se sostienen en la inscripción de un agujero del cual habría una huella que no cesa de no escribirse. Ese inconsciente no-todo reprimido, esfuerza por hacerse reconocer. Esto no significa que de dichas mociones pueda hacerse una traducción, mucho menos que puedan conciliarse con la lógica del Yo que clama por encontrar un sentido pleno. De lo que se trata es de un esfuerzo constante que obliga al aparato a trabajar sin cesar. Ese esfuerzo constante de las mociones pulsionales, también llamadas por Freud mociones de deseo, que pujan por hacerse reconocer, retornando una y otra vez en un circuito ligado a la imposibilidad de la traducción -razón por la cual el deseo siempre queda irrealizado-, es a lo que Lacan llamo lo real.


John James Gómez G.

lunes, 23 de febrero de 2015

Fragmento del texto: “32ª Conferencia. Angustia y vida pulsional”. Freud, S. (1933). En: Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis. Obras Completas, vol. XXII. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1991. pp. 89. [Tecera parte del comentario]

“Una pulsión se distingue de un estímulo, pues, en que proviene de fuentes de estímulo situadas en el interior del cuerpo, actúa como una fuerza constante y la persona no puede sustraérsele mediante la huida, como es posible en el caso del estímulo externo.”

Comentario:

La pulsión implica una desviación de la meta natural de la satisfacción. Como consecuencia de ello se produce una pérdida que es de carácter estructural. Es innegable que en la medida en que somos organismos vivos la necesidad está siempre presente. Comer, por ejemplo, es una condición necesaria, ineludible. Recordemos que lo necesario, en términos lógicos, tiene la particularidad de ser no negociable; se trata de algo que  no puede no ocurrir. De no saciarse dicha necesidad las condiciones para que el sistema pueda mantenerse vivo se ponen en riesgo. Esto es así para todos los animales. Este es un modo de definir el principio del placer que prima en los organismos vivos. Pero, de otro lado, algo puede ser necesario y no por ello ser razón suficiente; y si aquí hay una razón en juego es, sin duda, la razón freudiana. Así, ese animal afectado por el lenguaje, al que llamamos, siguiendo a Lacan, “parlêtre”, -un ser que habla y usa letras-, no se mueve exclusivamente por la necesidad, muy a pesar que ella esté siempre ahí.

Ahora, es cierto que Freud no equivocó completamente al suponer que la angustia fundadora de ese principio que está más allá o, de manera más precisa, del otro lado [jenseits] del principio del placer, implica un corte en la relación con un objeto imaginario, por ejemplo, el pecho, pero no porque tal conjetura sea cierta podemos perder de vista que hay allí una imprecisión. Claro, ese objeto imaginario cuenta con un valor fundamental, pero solo porque intenta representar a un objeto que es, por definición, irrepresentable. Este es un punto de particular dificultad en la elaboración freudiana, pero estructurante para que sea concebible un sujeto del inconsciente. En primer lugar, es necesario reconocer que Freud daba muestras de intuir la condición lógica, irrepresentable, de dicho objeto, a pesar de no contar con los medios para precisarlo. Sin embargo, nos dejó un rastro preciso de esa intuición cuando indicó que tanto la pulsión como la angustia son no sin objeto. Vemos que la proposición en cuestión presenta una estructura paradójica; indica que para la pulsión y la angustia, lo común entre ellas es que estén fijadas a un objeto que es, al mismo tiempo, ningún objeto. ¿Cómo comprender entonces el estatuto de esta paradoja y sus implicaciones en cuanto a lo que diferencia a ese animal parlêtre del resto de los animales?


John James Gómez G.

lunes, 16 de febrero de 2015

Fragmento del texto: “32ª Conferencia. Angustia y vida pulsional”. Freud, S. (1933). En: Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis. Obras Completas, vol. XXII. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1991. pp. 89. [Segunda parte del comentario]

“Una pulsión se distingue de un estímulo, pues, en que proviene de fuentes de estímulo situadas en el interior del cuerpo, actúa como una fuerza constante y la persona no puede sustraérsele mediante la huida, como es posible en el caso del estímulo externo.”

Comentario:

Si con el concepto de pulsión (trieb) Freud apuesta por reunir lo que desde Descartes había estado separado, hemos de colegir con ello que la pulsión no puede ser otra cosa que una desviación introducida por el lenguaje, articulador material de esa continuidad entre soma y psique. De hecho, “desviación” sería otro modo posible de traducir el “trieb” freudiano. Pero, ¿desviación de qué? Freud se topa precozmente con la respuesta: de una meta natural. Tal vez fue esa respuesta el leitmotiv que lo exhortó a continuar estudiando las consecuencias de una desviación tal, muy a pesar de las dificultades que se presentaban en su pedregoso camino. 

Vemos consecuencias de la introducción del concepto de pulsión, por parte de Freud, en la postura lacaniana acerca de que sería falso afirmar que la sexualidad humana es natural, pero que también sería falso afirmar que no lo es. Esa paradoja se produce, a nuestro juicio, como conclusión lógica de la premisa pulsional como desviación de la meta natural a causa de la materialidad del lenguaje. Precisamente, esta consecuencia pondría en cuestión la idea moral, tomada como si fuese una condición natural, de que la meta “normal” de la sexualidad humana sería la reproducción. Freud hace tambalear con sus elaboraciones, no solo la dualidad cartesiana sino, sobretodo, los pilares morales sobre los cuales se sostenía desde el siglo III d.C. la moralidad católica, apostólica y romana. No es otra cosa que el espíritu mismo de la subversión freudiana lo que está, allí, en juego. Así, no hay nada que pueda considerarse normal en la sexualidad humana, precisamente porque su meta natural ha sido desviada por el lenguaje hacia la satisfacción como meta en sí misma. Satisfacción, por supuesto, que es la de un cuerpo erógeno y no solamente biológico. Esto explica en buena medida la interrogación y el interés de Freud por la sexualidad infantil.

Tendremos pues, que avanzar en comprender un poco más esa lógica de la pulsión que denuncia una pérdida estructural derivada de la desviación de la meta natural.

John James Gómez G. 

viernes, 13 de febrero de 2015

Fragmento del texto: “32ª Conferencia. Angustia y vida pulsional”. Freud, S. (1933). En: Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis. Obras Completas, vol. XXII. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1991. pp. 89. [Primera parte del comentario]

“Una pulsión se distingue de un estímulo, pues, en que proviene de fuentes de estímulo situadas en el interior del cuerpo, actúa como una fuerza constante y la persona no puede sustraérsele mediante la huida, como es posible en el caso del estímulo externo.”

Comentario:

Que el concepto de “pulsión” es crucial en el psicoanálisis, parece algo plenamente sabido. Más aún a raíz de la popularidad alcanzada por el seminario del año 1964, en el que Lacan se refirió a los conceptos fundamentales del psicoanálisis. Ése fue el primero de los seminarios que se publicó como libro. Allí, Lacan otorgó un lugar crucial a la pulsión junto a otros conceptos tales como inconsciente, transferencia y repetición. Por su parte, fue Jacques-Alain Miller quien decidió nombrar la publicación restringiendo a esos cuatro los conceptos fundamentales del psicoanálisis. Que yo sepa, sólo Juan David Nasio ha cuestionado, indirectamente, esa decisión de Miller; lo hizo con su texto “Enseñanza de siete conceptos cruciales del psicoanálisis”.  Lamentablemente, la decisión de Miller parece haber inhibido a una buena parte de la comunidad psicoanalítica en  la tarea del estudio juicioso de los fundamentos psicoanalíticos. Tal vez se deba a que, de algún modo, algunos han asumido que Miller habla en nombre del padre.

En tal sentido, no debemos fascinarnos hasta enceguecer y creer que la importancia de un  concepto radicaría en que se considere a Lacan, a Freud, y algunos incluso a Miller, referencias de autoridad. Bien vale la pena tratar de entender las razones por las cuales un concepto contaría o no con un valor fundamental en un sistema teórico. Es así que no podemos eludir la pregunta acerca de porqué la pulsión, al igual que algunos otros conceptos, sería merecedora de un lugar fundamental en la teoría psicoanalítica.  Intentemos entonces plantear algunas cuestiones al respecto.

En tal sentido, no debemos fascinarnos hasta enceguecer y creer que la importancia de un  concepto radicaría en que se considere a Lacan, a Freud, y algunos incluso a Miller, referencias de autoridad. Bien vale la pena tratar de entender las razones por las cuales un concepto contaría o no con un valor fundamental en un sistema teórico. Es así que no podemos eludir la pregunta acerca de porqué la pulsión, al igual que algunos otros conceptos, sería merecedora de un lugar fundamental en la teoría psicoanalítica. Intentemos, entonces, plantear algunas cuestiones al respecto.

Son harto conocidas las dificultades a las que Freud se enfrentó para establecer la lógica pulsional. No solamente para definirla conceptualmente sino, sobretodo, para entender de qué modo opera en relación con lo inconsciente y con el yo. De hecho, en varias ocasiones se ve en la necesidad de cambiar su posición en relación a lo que llamó “dualidad pulsional”. Pero, más difícil aún, le resultó aceptar la existencia de una pulsión de muerte. Entonces, ¿Por qué empeñarse en sostener un concepto tan problemático? ¿Qué justificaba la empresa titánica de reelaborar permanentemente un concepto tan esquivo? Sería apresurado intentar responder a estas preguntas basándonos en el argumento de que Freud era un hombre obstinado en sostener aquello de lo que estaba convencido, a pesar que, en efecto, lo fuera.

Diré en principio que, a mi juicio, un valor crucial -no sé si intuido en un primer momento por Freud, o no-, es que con la apuesta por la pulsión, la separación entre lo psíquico y lo somático, consecuencia de la separación cartesiana entre la res extensa y las res cogitans, por la cual la psiquiatría y la neurología se esforzaban en explicar lo psíquico prescindiendo de lo psíquico, queda interrogada. Esas disciplinas buscaban encontrar todas las causas de los fenómenos anímicos en las condiciones anatomo-funcionales del sistema nervioso, todo ello con el único fin de parecer científicas; posición que conservan aún en nuestros días. Freud fue un duro crítico de esa inconsistencia y señaló la falacia presente en el hecho de que la psiquiatría no se ocupara de lo psíquico. Así, Freud se empeñó en explicar lo psíquico por lo psíquico o, para ser menos imprecisos, se ocupó de reconstruir una relación de continuidad entre lo psíquico y lo somático allí donde la ciencia se empeñaba en sostener la separación entre lo uno y lo otro. Es así que la definición que ofreció de la pulsión como “un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático” expresa, de manera clara, ese empeño.


John James Gómez G.

lunes, 9 de febrero de 2015

Fragmento del texto “El psicoanálisis y su enseñanza”. Lacan, J. (1957). En: Escritos 1. Siglo XXI editores. 2ª ed, Argentina. 2008. pp. 413. [Segunda parte del comentario]

“El inconsciente es ese discurso del Otro en el que el sujeto recibe, bajo la forma invertida que conviene a la promesa, su propio mensaje olvidado.”

Comentario:

¿De qué manera el inconsciente sería un discurso? ¿Cómo articular la noción de discurso? Y, en caso que eso que llamamos discurso cuente con alguna efectividad, ¿dónde podría evidenciarse algo de su realización?

No prescindiré del equívoco como punto de partida, pues la equivocidad es lo que hace, por el lenguaje, a la estructura de lo inconsciente. Disque-course, podríamos escribir, orientados por la lengua francesa, y encontraríamos que hay un disco (disque) que marcha (course), que hace un recorrido. No cualquier disco, digamos, para no perder de vista que hay falta, que se trata de un disco agujereado; podemos imaginar un disco compacto, de esos que hoy, en la era digital, parecen destinados al ostracismo. Ese disco, por el agujero que le es estructural, puede hacer un recorrido que es entendible como un esfuerzo (drang) constante.

Aprovechemos un poco más la riqueza de la equivocidad. Ese “disque”, sale al encuentro en nuestra lengua española por dos vías. Como imperativo de discar, de ejercer una práctica que pone en marcha algo que puede tener un destinatario, como discar un número telefónico, por ejemplo, muy a pesar que esos discos ya no giren más en nuestros días. También, si nos permitimos la homofonía a pesar de la diferencia en la grafía, podríamos tomarlo por un “dizque”: un dicho, una murmuración, un rumor, algo presunto; digamos, un supuesto.

Permitámonos juguetear un poco más. Un disco agujereado que se mueve merced de su agujero en un esfuerzo constante y sobre el cual el sujeto insiste en buscar un destinatario para lo que dicho esfuerzo produce. Un disco sobre el cual hay un supuesto, una murmuración, un “chamullo”, si queremos, porqué no, coquetear con el lunfardo. Eso habla, rumora, en voz baja pero sin dejar de insistir. Es ahí cuando tenemos un discurso, a saber, un modo de que las cosas marchen con cierta estructura de fuerza inercial. Puede ser que marchen para bien o para mal, eso es secundario. Lo relevante allí es que la fuerza inercial solo alterará su modo de marchar, sí y solo sí, otra fuerza interviene. Por tanto, las fuerzas pueden converger y engendrar ciertas variantes, ciertas modulaciones de disque-curse. Si lo inconsciente opera de algún modo particular; si marcha de cierta manera inercial como ese disque, dizque, haciendo un recorrido, entonces, ¿por qué no suponerle el estatuto de un discurso?


John James Gómez G.

viernes, 6 de febrero de 2015

Fragmento del texto “El psicoanálisis y su enseñanza”. Lacan, J. (1957). En: Escritos 1. Siglo XXI editores. 2ª ed, Argentina. 2008. pp. 413. [Primera parte del comentario]

“El inconsciente es ese discurso del Otro en el que el sujeto recibe, bajo la forma invertida que conviene a la promesa, su propio mensaje olvidado.”

Comentario:

Es común hablar como si aquello que se dice no tuviese implicación alguna sobre la propia condición de sujeto. Cuanto menos creemos que nuestro decir tendría algo que ver con nosotros mismos, más feroz es el juicio que emitimos, más mordaz, más creativo y más ingenioso parece todo aquello a lo que se apunta. El esfuerzo por parecer agudo no se escatima cuando el objeto de la observación es algo que, según nuestra vanidosa imagen, solo atañe al otro. En esa pequeña fortaleza, de ingenuo aislamiento, nos creemos muy seguros, protegidos de toda interrogación. Se trata la cotidianidad del desconocimiento, de nuestra pasión por la ignorancia. ¿Y qué es eso que se ignora? Que toda palabra que proferimos habla de algo que el propio yo se empeña en desconocer sobre aquello que le es constituyente.

Es así que el descubrimiento freudiano tuvo la consecuencia de convocar a cada uno a responder por sus palabras. No porque el psicoanálisis sirva para acusar a alguien de injusto, ni de cometer injuria o calumnia sobre otro; ese es campo de la indagación jurídica, en la que se tiene como tarea proteger el buen nombre de las personas. Si el psicoanálisis convoca a responder a cada uno por sus palabras, es porque se funda en una experiencia en la que todo aquello que es dicho retorna para interrogar a ese Yo que habla, regularmente, haciéndose el loco, como si nada de lo que dice lo implicase en modo alguno. En esa experiencia, las palabras resuenan, perturbadoras, causando sorpresa cuando se reconoce en ellas un decir que va más allá de lo calculado. Resuenan con un mensaje que, independientemente a quien se suponga como destinatario, solo se realiza como discurso en la medida en que retorna para interrogar a quien lo ha proferido. Es ahí donde algo de lo inconsciente puede producirse como saber, donde se descubre que quejarse de otro, acusar a otro, implorar a otro, o hacerse el loco sobre los propios asuntos, son modos de insistir en el desconocimiento de la condición mi-ser-hable de la propia existencia.


John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....