viernes, 10 de octubre de 2014


Fragmento del texto: “Lo ominoso”. Freud, S. (1919). En: Obras Completas, vol. XIX. Amorrortu Editores. 1979.  pp. 221. [Primera parte del comentario]

“Lo ominoso sería siempre, en verdad, algo dentro de lo cual uno no se orienta, por así decir. Mientras mejor se oriente un hombre dentro de su medio, más difícilmente recibirá de las cosas o sucesos que hay en él la impresión de lo ominoso.”

Comentario:

“Unheimliche”, es la palabra alemana que intitula un texto de Freud, el cual vio la luz, por primera vez, en 1919.  Dicha palabra ha sido traducida al español por “ominoso” o también por “siniestro”; en todo caso, se intenta mostrar con las traducciones que a través de ella se presentifica algo con estatuto terrorífico. Diré algunas cosas más a este respecto en la segunda parte del comentario. Por lo pronto, dejaré consignada la particularidad de esta palabra antinómica, que pone de relieve cómo lo más familiar e íntimo (Heimlich), no deja de contener, en sí mismo, un carácter ominoso (Unheimlich), debido a que si existe algo respecto de lo cual al ser humano cuesta sumo trabajo orientarse, es, justamente, aquello más intimo, más familiar pero que, al mismo tiempo, se empeña en desconocer. Los más intimo y familiar puede ser, entonces, lo más extraño, deviniendo en ex–timidad. No es necesario haber leído el mito bíblico de Caín y Abel  para tomar noticia de ello. 

Por otro lado, es menester recordar que fue, precisamente 1919, el año en que Freud publicó también su texto “Pegan a un niño” y, un año después, en 1920, apareció su “Más allá del principio del placer”, obra que marcó un giro fundamental en sus elaboraciones debido a la introducción de las nociones de “compulsión a la repetición” y de “pulsión de muerte”. Fueron años, consecutivos, además, a la primera guerra mundial; momentos reveladores, sin duda, no solo para Freud, sino también para la humanidad entera, pues ningún esfuerzo alcanzaba para ocultar el hecho de que, más allá de los ideales del yo que apuntan a formular la ilusión ingenua de que el ser humano sería bueno por naturaleza, existe por estructura una tendencia destructiva, siniestra, ominosa, inherente a la condición humana. No hay tal cosa como la naturaleza humana, pues, en la naturaleza, no hay nada de ominoso. En lo humana, en cambio, abunda lo ominoso, precisamente porque en relación con lo más íntimo,  a saber, la pulsión, el ser que habla y usa letras (parlêtre), no sabe como orientarse. El problema, en sí, no es la existencia de la pulsión de muerte, sino el rechazo de ella que la hace retornar con un rostro aterrorizante.

Así, se intenta imputar maldad y crueldad a la naturaleza con el fin de desalojar, del discurso común, el reconocimiento de la pulsión de muerte. El discurso común nos dice, por ejemplo, que debemos temer al ébola y al chikungunya, mientras los seres humanos se matan unos a otros de maneras atroces y desenfrenadas. Se atribuye así a la naturaleza una maldad que no existe en ella, mientras se vela el hecho de que, debido a la estupidez de la ambición humana y al rechazo de lo más íntimo, nadie está dispuesto a interrogarse acerca de cómo podría saber hacer con la pulsión de muerte sin que ella signifique el afán por la destrucción propia y de los otros. Sin duda, el discurso común es la cosa más ingenua pero mejor distribuida de todas.


John James Gómez G.

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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