Fragmento del texto: “Lo ominoso”. Freud, S. (1919). En:
Obras Completas, vol. XIX. Amorrortu Editores. 1979. pp. 221. [Primera parte del comentario]
“Lo ominoso sería siempre, en verdad, algo dentro de lo cual
uno no se orienta, por así decir. Mientras mejor se oriente un hombre dentro de
su medio, más difícilmente recibirá de las cosas o sucesos que hay en él la
impresión de lo ominoso.”
Comentario:
“Unheimliche”, es la palabra alemana que intitula un texto
de Freud, el cual vio la luz, por primera vez, en 1919. Dicha palabra ha sido traducida al español por
“ominoso” o también por “siniestro”; en todo caso, se intenta mostrar con las
traducciones que a través de ella se presentifica algo con estatuto terrorífico.
Diré algunas cosas más a este respecto en la segunda parte del comentario. Por lo
pronto, dejaré consignada la particularidad de esta palabra antinómica, que
pone de relieve cómo lo más familiar e íntimo (Heimlich), no deja de contener,
en sí mismo, un carácter ominoso (Unheimlich), debido a que si existe algo
respecto de lo cual al ser humano cuesta sumo trabajo orientarse, es,
justamente, aquello más intimo, más familiar pero que, al mismo tiempo, se empeña
en desconocer. Los más intimo y familiar puede ser, entonces, lo más extraño,
deviniendo en ex–timidad. No es necesario haber leído el mito bíblico de Caín y Abel para tomar noticia de ello.
Por otro lado, es menester recordar que fue, precisamente 1919, el año en que Freud publicó también su texto “Pegan a un niño” y, un año
después, en 1920, apareció su “Más allá del principio del placer”, obra que
marcó un giro fundamental en sus elaboraciones debido a la introducción de las
nociones de “compulsión a la repetición” y de “pulsión de muerte”. Fueron años,
consecutivos, además, a la primera guerra mundial; momentos reveladores, sin
duda, no solo para Freud, sino también para la humanidad entera, pues ningún
esfuerzo alcanzaba para ocultar el hecho de que, más allá de los ideales del yo
que apuntan a formular la ilusión ingenua de que el ser humano sería bueno por
naturaleza, existe por estructura una tendencia destructiva, siniestra,
ominosa, inherente a la condición humana. No hay tal cosa como la naturaleza
humana, pues, en la naturaleza, no hay nada de ominoso. En lo humana, en
cambio, abunda lo ominoso, precisamente porque en relación con lo más íntimo, a saber, la pulsión, el ser que habla y usa
letras (parlêtre), no sabe como orientarse. El problema, en sí, no es la
existencia de la pulsión de muerte, sino el rechazo de ella que la hace
retornar con un rostro aterrorizante.
Así, se intenta imputar maldad y crueldad a la naturaleza con
el fin de desalojar, del discurso común, el reconocimiento de la pulsión de
muerte. El discurso común nos dice, por ejemplo, que debemos temer al ébola y
al chikungunya, mientras los seres humanos se matan unos a otros de maneras
atroces y desenfrenadas. Se atribuye así a la naturaleza una maldad que no
existe en ella, mientras se vela el hecho de que, debido a la estupidez de la
ambición humana y al rechazo de lo más íntimo, nadie está dispuesto a
interrogarse acerca de cómo podría saber hacer con la pulsión de muerte sin que
ella signifique el afán por la destrucción propia y de los otros. Sin duda, el
discurso común es la cosa más ingenua pero mejor distribuida de todas.
John James Gómez G.
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