Fragmento del texto: “La ciencia y la verdad”. Lacan, J.
(1966). En: Escritos 2. Siglo XXI Editores, 2ª ed. 2008. pp. 89 [Segunda parte
del comentario]
La oposición de las ciencias exactas a las ciencias
conjeturales no puede sostenerse ya desde el momento en que la conjetura es
susceptible de un cálculo exacto (probabilidad) y en que la exactitud no se
funda sino en un formalismo que separa axiomas y leyes de agrupamientos de
símbolos”… “…hemos indicado también que esa cuestión [la del psicoanálisis dentro
o fuera de la ciencia] no podría resolverse sin que sin duda se modifique en
ella la cuestión del objeto en la ciencia como tal.
El objeto del
psicoanálisis (muestro mi juego y ustedes lo ven venir con él) no es otro sino
lo que he señalado ya de la función que desempeña en él el objeto a. ¿El saber
sobre el objeto a sería entonces la ciencia del psicoanálisis?
Es muy precisamente la fórmula que se trata de evitar,
puesto que se objeto a debe insertarse, ya lo sabemos, en la división del
sujeto por donde se estructura muy especialmente, de eso es de donde hemos
partido hoy, el campo psicoanalítico"
Comentario:
El psicoanálisis es una experiencia singular. No hay en esa
experiencia nada parecido a las ideas religiosas y dogmáticas de la replicación
que se intentan hacer equivaler a las nociones de la validez y la confiabilidad
que la ciencia sostiene como su porvenir, es decir, como porvenir de su
ilusión, pues, para que un horizonte así sea posible, se requiere prescindir
del sujeto que es, justamente, lo que con Descartes llevó a la fundación de
la ciencia moderna. El psicoanálisis acoge a ese sujeto excluido y silenciado
por la ciencia y, cuando se hace una apuesta como esta, es necesario estar
advertidos del valor inédito que se pone en juego, pues no se trata de la
impostura de un saber que haga apariencia de verdad, sino del reconocimiento de la
estructura enigmática de la verdad que no puede ser dicha toda, y de la
interrogación que parte desde lo no sabido, poniendo al descubierto la falta en
ser. Así, no hay en el psicoanálisis recetas ni fórmulas mágicas, mucho menos
promesas de autosuperación ni felicidad; tampoco pastillas mágicas, que son hoy
el equivalente moderno de la fascinación ominosa por los frijoles mágicos. El
psicoanálisis pone al descubierto lo reprimido, lo censurado del malestar
humano, la división del sujeto y, con ello, abre la posibilidad de un saber que
interrogue la repetición del sufrimiento y de la destrucción como destino.
En este orden de ideas, un caso, entonces, habla de la
singularidad, es decir, de lo que no entra en el cálculo anticipado; aquello
que sale al encuentro y no aquello que es buscado como destino o como origen;
como decía Picasso, y lo cita Lacan en su seminario sobre Joyce: “Yo no busco,
encuentro”. (pág. 89), aunque reconozca, allí mismo, Lacan, que cada vez le es
más difícil abrirse camino por esa vía. Sea como fuere, suponer que se puede
generalizar alguna verdad a partir de un caso, plantearía el problema del
rechazo de la singularidad y, de nuevo, como en la ciencia, el rechazo de todo
sujeto. En ese sentido, es menester estar atentos al hecho de que la cuestión
en psicoanálisis no apunta a la búsqueda de alguna generalización como
garantía que haga consistir, por ejemplo, una técnica estandarizada, sino a un
intento de formalización de la lógica del caso, aunque no se trate de
algo sencillo pues, lo que está allí en juego, es tratar de leer y
escribir, de la mejor manera posible, lo que se sostiene en el agujero que
anuda lo real, lo simbólico y lo imaginario.
Lógicamente, para que algo así sea posible, es necesario
haber descubierto en el propio análisis la lógica del espacio-tiempo en tanto
sujeto del acontecimiento, sujeto del inconsciente, a eso es a lo que se ha
llamado topología del sujeto. De poco sirven los títulos universitarios y de
casi nada las "buenas intenciones" o la "vocación por servir al
otro", modos estos de sostener la fantasía en la cual habría un amo, un
salvador o un redentor de almas, incluso un sabio. La posición del
psicoanalista requiere de la destitución de esos fatuos lugares.
John James Gómez G.
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