miércoles, 9 de agosto de 2017

Fragmento del texto: La transitoriedad. Freud, S. (1916). En: Obras Completas, vol. XIV. Amorrortu Editores, 1986, pág. 309.
(Tercera parte. La primera parte de este comentario es del 10 de marzo de 2016 http://leyendopsicoanalisis.blogspot.com.co/2016/03/fragmento-del-texto-la-transitoriedad.html)

“El valor de la transitoriedad es el de la escasez en el tiempo. La restricción en la posibilidad del goce lo torna más apreciable. Declaré incomprensible que la idea de la transitoriedad de lo bello hubiera de empañarnos su regocijo.”

Comentario:

Bram Stoker hizo famosa la palabra Nosferatu. De ella no hay mucho que pueda decirse con certeza cuando se trata de su origen; su etimología ha eludido los esfuerzos de quienes han intentado determinarlo. Sin embargo, si le brindamos el valor de un neologismo, el cual Stoker asume con el significado de “no muerto”, toma para nosotros un interés mayor. Sabemos que Nosferatu, en la personificación del vampiro, y particularmente de Drácula, no deja de causar fascinación. La idea de tener la eternidad para gozar parece un regalo irresistible. Lo hemos visto en la literatura y el cine desde el clásico basado en la Obra de Stoker, hasta la banalización despojada de sus pasiones más propias en el personaje de las novelas adolescentes de Stephenie Meyer: incluso ante la negativa de Edward, Bella rogó por el regalo de la eternidad aunque eso significara devenir no muerta, pues fantasea que así lograría alcanzar lo imposible de la relación sexual. Pero, ¿de qué se trata el horror por la transitoriedad tal y como Nosferatu logra ponerlo de manifiesto?

La negación antes de la palabra muerto no constituye una afirmación de la vida. “No muerto” indica que algo se resiste al destino irrefrenable por el que lo vivo, en la belleza de su transitoriedad, llega a su fin. Nosferatu es aquél que, aun sin saberlo, renuncia a su vida y, con ella, a la incompletitud que el saber sobre su final mortal conlleva. Claro está, se trata de un personaje de ficción, por tanto, representa una fantasía humana; un anhelo que pone de manifiesto el horror ante la transitoriedad de nuestra existencia. Si asumir la vida implica reconocer la muerte, entonces, vivir como si se estuviera muerto corresponde al anhelo de desconocer la vida para no llegar el destino irrefrenable de la muerte. Este anhelo que implica poner el deseo como signo vital en un aplazamiento con el que se busca engañar a la muerte, habita en nosotros  de ciertas maneras y, en algunos, bajo esa forma que Freud denominó neurosis obsesiva.

El obsesivo suele ponerse en el lugar de Nosferatu. Podríamos decir que el neurótico obsesivo es un ejemplo de Nosferatu; pero sería todavía más preciso decir que Nosferatu es la ficción que revela cómo el obsesivo hace de su deseo un deseo imposible. Creerse eterno, como un no muerto, lo lleva tanto a la inhibición con la cual se prohíbe hacer cualquier cosa para no correr el riesgo de morir, como a enfrentarse temerariamente desafiando la muerte por creerse inmortal, pasando por el lugar que asume aquel que aparenta una absoluta invulnerabilidad con la cual quiere hacer creer al Otro que no lo requiere, aunque en silencio no haga otra cosa que esperar su clemencia. Se trata, pues, de aquél que sufre para sostener la ficción de su no muerte.

John James Gómez G. 

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¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

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