Fragmento del texto: Más
allá del principio de realidad. Lacan, J. (2008). En: Escritos 1. Argentina: Siglo Veintiuno Editores, 2ª ed., pág. 88. [Primera parte del comentario]
“De ese modo se constituye lo que podemos llamar la experiencia analítica.
Su primera condición se formula en una ley de no omisión, que promueve al nivel
del interés, reservado a lo notable, todo aquello que “se comprende de suyo”:
lo cotidiano y lo ordinario, ley que es, no obstante, incompleta sin una
segunda, esto es, la ley de no sistematización, que concede, al plantear la
incoherencia como condición de la experiencia, una presunción de significación
a todo un desecho de la vida mental, es decir, no sólo a las representaciones
cuyo sinsentido es lo único que ve la psicología de escuela: libreto del sueño,
presentimientos, fantasías de la ensoñación, delirios confusos o lúcidos, sino
también a esos fenómenos que por el hecho de ser completamente negativos
carecen, por asé decir, de estado civil: lapsus del lenguaje y fallas de la
acción.”
Comentario:
La experiencia analítica funda su praxis en una regla que resulta
subversiva y provoca rechazo cuando ella es vista con los ojos del positivismo
y sus exigencias de rígida sistematicidad. Que se invite al sujeto a
comunicarnos toda ocurrencia que pase por su cabeza, prescindiendo de sus
intereses, así como de los nuestros, por organizar la información e intentando
librarse de las restricciones que la propia moral y el afán por comprender imponen,
parecen cosas completamente ajenas al “buen procedimiento científico”. En la
época de Freud, como ahora, el encuentro con un paciente, bien sea por parte de
un médico, un psiquiatra o un psicólogo, se presenta bajo la forma de un ritual
cada vez más sistemático. En nuestros días, ya no sólo en un sentido procedimental
en el quehacer de la auscultación por parte del profesional hacia su paciente.
Si así fuera, tal vez la sistematicidad no primaría sobre la inteligencia.
Pero, lo que encontramos cuando la sistematicidad se impone como premisa
rígida, no solamente a los fines de las ciencias positivistas, sino también de
los intereses capitalistas, es que la tecnología se convierte en aquello que
dice al médico, al psiquiatra y al psicólogo, qué hacer. Cualquiera que haya
visitado una EPS (Obra Social), puede constatar que la clínica de la mirada,
otrora del médico sobre el paciente, se ha convertido en una clínica del
software, cada vez que el profesional que recibe a su paciente, a veces incluso
sin mirarlo si quiera para brindarle el saludo, se encuentra atado
irremediablemente a la fascinación que la pantalla de la computadora ejerce
sobre él, ubicándolo en una posición servil con respecto a cada uno de los espacios
que debe llenar para que quede registro sistemático de que ha hecho “bien” su
trabajo. ¿Cómo hablar de clínica en un panorama tal?
Así, el decir del sujeto queda suprimido o es relegado a un plano
secundario, accesorio. Y todo lo que se espera que diga, debe poder
sistematizarse a fin de llenar esa casilla obligatoria, incluso para los
psicólogos que trabajan en instituciones de salud, destinada a un código que
dicta un manual y que rubrica un diagnóstico. Nadie se libra de ello. Basta con
entrar en el consultorio y ser atendido por un profesional de la salud, para
que, por imposición de la rígida sistematicidad tecnológica, dicho profesional esté
obligado a asignar un código y la palabra del sujeto quede excluida, rechazada como
saber que podría servir a los fines de su propia curación.
El psicoanálisis, por su parte, encuentra en el decir del sujeto una
insistencia de algo que, a pesar de no parecer sistemático, no cesa de retornar
indicando aquello que para él, en su singularidad, más allá de todo software,
tecnología o técnica, habla de lo más propio de su sufrimiento y, a partir de lo
cual, bien podría encontrar un modo de saber hacer con eso. No ha de extrañarnos,
que ante la sumisión que exige el discurso capitalista cuando hace de la técnica
y de la tecnología ideales incuestionables de la sistematicidad, muchos entre
quienes administran la salud y sus instituciones indiquen, como condición a
quienes llegan a ejercer allí su práctica, que el psicoanálisis está “terminantemente
prohibido”.
John James Gómez G.
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