Fragmento del texto: La transitoriedad. Freud, S. (1916).
En: Obras Completas, vol. XIV. Amorrortu Editores, 1986, pág. 309.
(Segunda parte. La primera parte de este comentario es del
10 de marzo de 2016 http://leyendopsicoanalisis.blogspot.com.co/2016/03/fragmento-del-texto-la-transitoriedad.html)
“El valor de la transitoriedad es el de la escasez en el
tiempo. La restricción en la posibilidad del goce lo torna más apreciable.
Declaré incomprensible que la idea de la transitoriedad de lo bello hubiera de
empañarnos su regocijo.”
Comentario:
El horror que despierta en algunos la transitoriedad de lo
bello puede presentarse, a veces, bajo la forma de aquello que los
antiguos denominaban taedium vitae
(hastío de la vida). El hastío, el abatimiento, la posición a veces
melancólica, asoma con el rostro del espanto. Ante ello, el neurótico suele
tomar la vía imposible: intenta huir de
sí mismo. Freud reconocía ese intento tan propio del Yo en las neurosis y
lo dejó indicado en el primer párrafo de su texto La represión: “En el caso de la pulsión, de nada vale la huida,
pues el yo no puede escapar de sí mismo.” (1915, pág. 141). Tal intento puede
ir desde el más sutil descuido, por el cual alguien no logra reconocerse en lo
que elige pues padece la paradójica condición de no querer lo que desea, hasta
la insoportable omnipresencia de la muerte que no cesa de acechar, también
paradójicamente, pues constituye a la vez aquello que quiere olvidarse para
vivir con la ilusión de que se podría llegar a ser eterno, mientras asume
también el rostro de un fantasma que se ofrece de modo siniestro con la promesa de librarnos del
dolor de existir.
La transitoriedad
tiene el valor de recordarnos la escasez del tiempo, decía Freud en el texto
que tituló con ese calificativo relativo a la finita duración de las cosas. Mientras
que su amigo, un joven poeta, no podía regocijarse con la belleza de la
naturaleza que los circundaba mientras caminaban en un paseo de verano, pues le
preocupaba que todo aquello estuviese destinado a desaparecer, Freud, por su
parte, no podía hacer equivaler la transitoriedad a la banalidad, lo
despreciable o lo lamentable. Por el contrario, veía en esa escasez del tiempo
un motivo para exaltar con mayor ahínco la grandiosidad de la belleza de la
vida misma. El límite que impone la finitud, a pesar de lo tedioso que pueda llegar a parecer ante los ojos del neurótico, es
lo que imprime sentido a nuestra existencia. “La restricción en la posibilidad
del goce lo torna más apreciable.” (Freud, 1916, pág. 309).
Lo que se vela con la exigencia de eternidad es la ambigüedad
de nuestra posición ante el deseo. Esta palabra proviene del antiguo vocablo desidium y comparte su origen, por vía
del verbo latino desidere, con la
palabra desidia, la cual indica algo opuesto al deseo: la negligencia, la falta
de aplicación. Asumir el deseo con desidia, hace de la eternidad una exigencia
que, a su vez, justifica la desidia misma: si
se dispone de la eternidad, para qué apurarse en poner en marcha el deseo. Es la
trampa que se tiende el neurótico a sí mismo y por la cual el valor de lo
transitorio puede tornarse, en ocasiones, en taedium
vitae.
John James Gómez G.
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