Fragmento del texto: Variantes de la cita-tipo. Lacan, J.
1955. En: Escritos 1. Buenos Aires: Paidós. 2008; 2ª ed., págs. 345-346 [Primera parte del comentario]
“...para situar el análisis en el lugar eminente que los
responsables de la educación pública están en el deber de reconocerle, hay que
abrirlo a la crítica de sus fundamentos, a falta de lo cual se degrada en
efectos de soborno colectivo."
Comentario:
No estoy seguro, mucho menos convencido, de que la educación
pública tenga “el deber”, como lo expresara Lacan, de reconocerle un lugar
eminente al psicoanálisis. La cuestión está, sin duda, abierta a discusión en
una época en que, además, merced del discurso capitalista, pocos rastros quedan
de la educación y de lo público. Sin embargo, la necesidad de abrirlo a la
crítica de sus fundamentos me parece una tarea necesaria y, honestamente, cada
vez menos frecuente. Es probable que este comentario resulte, entonces, algo
indignante para muchos psicoanalistas y que, por ello, me haga merecedor de sus
reproches, empero, ¿no es menester aplicar el psicoanálisis al psicoanálisis si
es que queremos estar a la altura que su ética nos exhorta? Partiré, pues, de
una premisa: nada se parece más a una institución religiosa que algunas
instituciones psicoanalíticas en las que el dogmatismo es actuado sin ser por
ello reconocido.
El dogmatismo está a la orden del día y se apuntala en la
creencia en aquella fantasía que sostiene la existencia de un padre
omnipotente, el mismo que Freud supo ubicar en “Tótem y Tabú”. Por tanto, lo
que sorprende, entonces, no es el dogmatismo, sino la ausencia de su
reconocimiento. Un matemático, por ejemplo, si es que quiere ir más allá de los
límites que le impone su disciplina, se verá en la necesidad de reconocer en la
matemática un dogma del cual debe prescindir a condición de servirse de él. ¿No
fue ésa la apuesta lacaniana, que por su estructura paradójica parece algo tan
difícil de sostener, al punto de preferir usarla para reproducir aquello a lo
cual, por principio, interroga?
Es así como hablando en nombre de un padre omnipotente, y
tomándose a sí mismo por heredero de su palabra, suele haber quien forja
grandes congregaciones en las que los feligreses hacen fila esperando se les
otorgue el Don que los hará, finalmente, psicoanalistas legítimos, es decir,
militantes abnegados que defenderán una práctica sin cuestionar sus
fundamentos, a fin de no ser excomulgados. Y es que el significante
“excomunión”, con el cual Lacan nombró su salida de la I.P.A., revela
retroactivamente la exigencia dogmática de aquella institución que no soportaba
la crítica de sus fundamentos. No obstante, lo que fuese subversión en manos de
Lacan, terminó por devenir revolución para buena parte de los lacanianos;
revolución que es siempre retorno al punto de inicio, el de la degradación del
psicoanálisis a los efectos de un soborno colectivo.
John James Gómez G.
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