Fragmento del texto: Conferencia 16ª: Psicoanálisis y
Psiquiatría. Freud, S. (1916). Conferencias de introducción al psicoanálisis.
En: Obras Completas, vol. XVI. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág.
226. [Segunda parte del comentario]
“El analista no atina a hacer gran cosa con la gente que lo
visita en su consultorio médico para desplegar frente a él, en un cuarto de
hora, las lamentaciones de su larga vida. Su saber más profundo le impide
pronunciar el veredicto a que recurriría otro médico: «Lo que usted tiene no es
nada», e impartir el consejo: «Tome una ligera cura de aguas»”.
Comentario:
La función imaginaria del falo simbólico nos ubica en la
relación de la palabra con el pudor. ¿Cómo entenderlo? El pudor, de acuerdo con
lo que el psicoanálisis permite constatar, se constituye a partir de los modos
en que se inviste libidinalmente el espacio-tiempo. Hacemos el uso de esta
noción, propia de la relatividad descripta por Einstein, para no incurrir en el
error craso de suponer que nuestra libido se centra en el territorio como
entidad natural. Un animal no humano se orienta en el territorio gracias a las
marcas que puede reconocer con sus sentidos, las cuales produce
usando sus propios fluidos corporales o dejando huellas de percepción en el
territorio derivadas de acciones propias de su especie. En el caso humano,
nuestro territorio no se limita a la geografía vista desde la perspectiva
natural. La libido se mueve a través del espacio-tiempo, es decir, ella inviste
significantes que nos permiten orientarnos en un universo hecho de lenguaje.
Nuestro espacio–tiempo, entonces, se trata de la inscripción
simbólica en un universo de discurso. Nuestros recorridos dan cuenta de esa
inscripción, es decir, del pudor como modalidad inconsciente de elegir qué
ocultamos y qué mostramos ante el Otro, y en qué lugares lo hacemos. Con ello
nos orientamos a invocar un nombre que dé sentido a nuestra vacua existencia,
merced del deseo de reconocimiento.
Hablar, por tanto, es un acto fundamentalmente pudoroso que
depende del modo en que nos hemos constituido como sujetos de lenguaje, que es
la condición del sujeto del inconsciente y, a partir de allí, actuamos una
serie de escenas que tienen como destinatario siempre a Otro del cual esperamos
una respuesta. Perder esto de vista, implica dejar de lado, por completo, el
valor que tienen la función de la palabra y el campo del lenguaje en el
psicoanálisis.
Reconocer en las palabras del yo sufriente que demanda un alivio,
el modo en que su demanda está inscrita como manifestación del pudor que tiene
como destinatario al Otro a quién se dirige, es el punto de partida para
reconocer los movimientos significantes del sujeto del inconsciente en el
espacio-tiempo del universo de discurso. Los consejos, la comprensión del otro,
las buenas intenciones, el deseo de ayudar, son manifestaciones del pudor y,
por tanto, nada tienen que ver con la lectura que el analista podría hacer de
lo inconsciente que se manifiesta en el decir del analizante; esas
manifestaciones, si se presentan del lado de quien oferta una escucha analítica
implicarían, sobre todo, el hecho de que “un analista”, al desconocer la
función de la palabra y el campo del lenguaje, se vería empujado a hablar para
tratar de encontrar en su analizante la respuesta ante la pregunta acerca de su
propio lugar de inscripción ante el Otro, su-misión en el mundo, cuestión de la
que necesariamente, para devenir analista, tendría que haberse ocupado en su
propio análisis.
John James Gómez G.
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