lunes, 23 de mayo de 2016

Fragmento del texto: Conferencia 16ª: Psicoanálisis y Psiquiatría. Freud, S. (1916). Conferencias de introducción al psicoanálisis. En: Obras Completas, vol. XVI. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 226. [Segunda parte del comentario]

“El analista no atina a hacer gran cosa con la gente que lo visita en su consultorio médico para desplegar frente a él, en un cuarto de hora, las lamentaciones de su larga vida. Su saber más profundo le impide pronunciar el veredicto a que recurriría otro médico: «Lo que usted tiene no es nada», e impartir el consejo: «Tome una ligera cura de aguas»”.

Comentario:

La función imaginaria del falo simbólico nos ubica en la relación de la palabra con el pudor. ¿Cómo entenderlo? El pudor, de acuerdo con lo que el psicoanálisis permite constatar, se constituye a partir de los modos en que se inviste libidinalmente el espacio-tiempo. Hacemos el uso de esta noción, propia de la relatividad descripta por Einstein, para no incurrir en el error craso de suponer que nuestra libido se centra en el territorio como entidad natural. Un animal no humano se orienta en el territorio gracias a las marcas que puede reconocer con sus sentidos, las cuales produce usando sus propios fluidos corporales o dejando huellas de percepción en el territorio derivadas de acciones propias de su especie. En el caso humano, nuestro territorio no se limita a la geografía vista desde la perspectiva natural. La libido se mueve a través del espacio-tiempo, es decir, ella inviste significantes que nos permiten orientarnos en un universo hecho de lenguaje.

Nuestro espacio–tiempo, entonces, se trata de la inscripción simbólica en un universo de discurso. Nuestros recorridos dan cuenta de esa inscripción, es decir, del pudor como modalidad inconsciente de elegir qué ocultamos y qué mostramos ante el Otro, y en qué lugares lo hacemos. Con ello nos orientamos a invocar un nombre que dé sentido a nuestra vacua existencia, merced del deseo de reconocimiento.

Hablar, por tanto, es un acto fundamentalmente pudoroso que depende del modo en que nos hemos constituido como sujetos de lenguaje, que es la condición del sujeto del inconsciente y, a partir de allí, actuamos una serie de escenas que tienen como destinatario siempre a Otro del cual esperamos una respuesta. Perder esto de vista, implica dejar de lado, por completo, el valor que tienen la función de la palabra y el campo del lenguaje en el psicoanálisis.

Reconocer en las palabras del yo sufriente que demanda un alivio, el modo en que su demanda está inscrita como manifestación del pudor que tiene como destinatario al Otro a quién se dirige, es el punto de partida para reconocer los movimientos significantes del sujeto del inconsciente en el espacio-tiempo del universo de discurso. Los consejos, la comprensión del otro, las buenas intenciones, el deseo de ayudar, son manifestaciones del pudor y, por tanto, nada tienen que ver con la lectura que el analista podría hacer de lo inconsciente que se manifiesta en el decir del analizante; esas manifestaciones, si se presentan del lado de quien oferta una escucha analítica implicarían, sobre todo, el hecho de que “un analista”, al desconocer la función de la palabra y el campo del lenguaje, se vería empujado a hablar para tratar de encontrar en su analizante la respuesta ante la pregunta acerca de su propio lugar de inscripción ante el Otro, su-misión en el mundo, cuestión de la que necesariamente, para devenir analista, tendría que haberse ocupado en su propio análisis.

John James Gómez G. 

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