Fragmento del texto: Conferencia 16ª: Psicoanálisis y
Psiquiatría. Freud, S. (1916). Conferencias de introducción al psicoanálisis.
En: Obras Completas, vol. XVI. Amorrortu Editores, Buenos Aires. 1986. Pág. 226.
[Primera parte del comentario]
“El analista no atina a hacer gran cosa con la gente que lo
visita en su consultorio médico para desplegar frente a él, en un cuarto de
hora, las lamentaciones de su larga vida. Su saber más profundo le impide
pronunciar el veredicto a que recurriría otro médico: «Lo que usted tiene no es
nada», e impartir el consejo: «Tome una ligera cura de aguas»”.
Comentario:
¿Qué valor tienen las palabras para un psicoanalista?
Hemos interrogado en otro momento la manera en que se
propone brindar, desde el campo de la salud mental, respuestas que cumplen,
sobre todo, la función de calmar la angustia de los profesionales que reciben
en sus consultorios a personas que les hablan de un sufrimiento que no cuenta
con otro soporte que la materialidad del lenguaje. Dichas respuestas, por otro
lado, sirven para apaciguar transitoriamente los corazones de esas mismas
personas que no saben cómo articular algún saber sobre aquello que los aqueja.
Darle un nombre, a través de un diagnóstico, constituye ese modo ingenuo pero
harto extendido de responder, buscando apaciguar corazones y calmar angustias
entre quienes suponen enfermedades y anormalidades incomprensibles allí donde
el cuerpo sufriente es más que simples funciones biológicas.
En este orden de ideas, las palabras de un psicoanalista no
tienen como propósito responder con un conocimiento que antecede los
acontecimientos propios del sujeto del inconsciente que se produce al interior
de la experiencia analítica. Ningún conocimiento ni ninguna experiencia previa
permiten anticipar lo desconcertante de las formaciones del inconsciente, entre
ellas, aquellas a las que llamamos síntomas.
Es así que, para los psicoanalistas, las palabras cuentan
con un valor excepcional; adjetivo que resulta bastante preciso. Según la RAE,
excepcional significa: "1. adj. Que constituye excepción de la regla
común. 2. adj. Que se aparta de lo ordinario, o que ocurre rara vez."
Entonces, la excepcionalidad constituyente del valor de las palabras para un
psicoanalista reside en el reconocimiento de que ellas no hacen más que
intentar dar sentido allí donde el sinsentido acecha, esa es, precisamente, la
función imaginaria del falo simbólico, razón por la cual apresurarse a
responder no puede más que obturar cualquier posibilidad de surgimiento de lo
inconsciente. Un psicoanalista, pues, reconoce que el valor de las palabras solo
puede devenir excepcional allí donde el silencio ha constituido un lugar para
el enigma.
John James Gómez G.
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