Fragmento del texto: “Puntualizaciones sobre el amor de
transferencia”. Freud, S. (915). En:
Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1986. pág. 163 [Primera parte
del comentario].
“Acaso todo principiante en el psicoanálisis tema al comienzo
las dificultades que le depararán la interpretación de las ocurrencias del
paciente y la tarea de reproducir lo reprimido. Pero pronto aprenderá a tenerlas
en poco y a convencerse, en cambio, de que las únicas realmente serias son
aquellas con las que se tropieza en el manejo de la trasferencia.”
Comentario:
Me referí en el comentario anterior a esa vía regia de
acceso al inconsciente que es, según Lacan, el libro “La interpretación de los
sueños” (1900). Lo cual, entonces, hace resonar nuevamente la pregunta por la
interpretación, cuestión central y problemática en lo que a la técnica se
refiere.
De acuerdo con la historia que conocemos del psicoanálisis a
partir de la misma obra freudiana, en un primer momento, la catarsis, técnica
usada por Breuer y Freud en sus inicios, hacía parecer que la descarga de los
afectos que no habían sido abreaccionados en el momento de la vivencia
traumática, y que se revivían en el tratamiento, era suficiente para la
desaparición de los síntomas. Vale señalar, entonces, que lo imaginario, es
decir, el significado afectivo de la experiencia, actualizado junto con la
descarga emocional, bastaba, según se creía, para deshacer lo traumático y con
ello destituir el síntoma. Sin embargo, como sabemos, la cuestión es mucho más
problemática. Al igual que ocurría con la hipnosis, los síntomas retornaban,
incluso con mayor severidad. La descarga afectiva solo proporcionaba un alivio
de la tensión psíquica, pero no había en ello ninguna elaboración a nivel
subjetivo. Era el tratamiento de lo imaginario por lo imaginario: hacer
equivaler el sentido del síntoma al significado afectivo de la vivencia que se
encontraba acumulado sin posibilidad de descarga.
Un segundo momento consistió en atribuir la eficacia del
tratamiento a la rememoración. El problema ya no era tanto la descarga
emocional sino la “formación de símbolo” que se traducía en un síntoma y que
debía ser recuperada como recuerdo para llenar las lagunas de esa “amnesia
histérica”, que tenía como consecuencia el padecimiento de un síntoma
sustitutivo de la experiencia “olvidada”. La cosa tampoco marchaba del todo bien por ese
camino, pero Freud era un hombre optimista y no retrocedía ante su deseo de
desentrañar los secretos de la causalidad psíquica. Tal vez por esa razón se
atrevía a afirmar su esperanza en el éxito del procedimiento aunque, por otro
lado, escribía a su amigo Fliess, una carta fechada el 16 de abril de 1900,
relatando sus preocupaciones acerca de la “conclusión asintótica de la cura”:
«E. concluyó, por fin, su carrera como paciente mío con una
invitación a cenar en mi casa. Su enigma está casi totalmente resuelto; se
siente perfectamente bien y su manera de ser ha cambiado por completo; de los
síntomas subsiste todavía un resto. Comienzo a comprender que el carácter en
apariencia interminable {Endlosigkeit} de la cura es algo acorde a ley y
depende de la trasferencia. Espero que ese resto no menoscabe el éxito
práctico. En mis manos estaba continuar la cura, pero vislumbré que ese es un
compromiso entre salud y enfermedad, compromiso que los propios enfermos
desean, y por eso mismo el médico no debe entrar en él. La conclusión
asintótica de la cura a mí me resulta en esencia indiferente; decepciona más
bien a los profanos. En todo caso, mantendré́ un ojo vigilante sobre este
hombre. . . ».1
John James Gómez G.
1.
Este fragmento puede encontrarse en la nota
introductoria realizada por James Strachey al texto “Análisis terminable e
interminable”. Vol. XXIII en la versión de Amorrortu editores, pág. 217.
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