Fragmento del texto: “El deseo y su interpretación”. Lacan,
J. (1958-1959). En: El seminario, libro 6. Editorial Paidós. 2014. Pág. 24.
[Segunda parte del comentario]
“Si esta experiencia del deseo del Otro es esencial, se debe
a que permite al sujeto realizar ese más allá de la articulación lingüística
alrededor de la cual gira esto: que el Otro es quien hará que un significante u
otro esté presente o no en la palabra.”
Comentario:
Retomemos la idea de Ricoeur acerca de la equivalencia entre
la intención del sujeto hablante y el significado del discurso. Decíamos al
respecto que ello implica excluir cualquier supuesto acerca de lo que Freud
llamó unwebusst (inconsciente). El sujeto hablante sería, pues,
dueño de su intención y, por tanto, aprehender dicha intención tendría como
consecuencia la comprensión del significado mismo del discurso en juego. En una
perspectiva tal, el deseo sería también algo movido por un objeto positivo
susceptible de hallar en el mundo sensible, es decir, un referente. De hecho,
Ricoeur afirmó que el lenguaje no tiene otra finalidad que representar un
referente, o sea, algo que existe de manera concreta en el mundo sensible. Ese fue el resultado de su esfuerzo por
reintroducir el problema del discurso que, según su criterio, había sido dejado
de lado como consecuencia de los postulados de Saussure. Resulta difícil de
creer que Ricoeur no haya tenido oportunidad de enterarse de que, por su lado,
Lacan había trabajado arduamente en función del mismo problema, solo que sus
conclusiones resultaron harto diversas, en la medida en que estaban orientadas
por su lectura de Freud, o como Lacan mismo lo llamó, su retorno a Freud.
La vía tomada por Lacan pone en el lugar del discurso al
inconsciente. Su afirmación: el inconsciente es el discurso del Otro, plantea
una condición de principio por la cual ese Otro es un espacio que está más allá
de los cálculos posibles de las cualidades conscientes del yo acerca de la
intención de su decir, y en el cual se articula toda trama discursiva. Se
trata, de manera estricta, del Otro escenario descripto por Freud en su texto
de 1900 sobre la interpretación de los sueños. Desde esa perspectiva, el sujeto
hablante es, propiamente, el sujeto del inconsciente, mientras que el yo sería
la proyección imaginaria de ese sujeto. Ese yo estaría enfrentado a la
dificultad de reconocer el saber y la verdad de su intención, pues se esfuerza
por desconocer el deseo que lo habita y el hecho estructural de su
determinación, ya que él mismo está constituido por mociones pulsionales, razón
por la cual intenta huir de sí mismo, pero, como bien afirma Freud, huir de sí
mismo es imposible, así que lo inconsciente siempre retorna, esforzando por ser
reconocido. Esa postura lacaniana, derivada del trabajo freudiano, no solo es
subversiva e interroga toda lingüística, sino que exhorta a diferenciar
registros diversos en las lógicas de los enunciados, separando así lo
imaginario de lo simbólico. De tal modo, la misma crítica realizada por Lacan a
sus colegas postfreudianos, resulta, pues, aplicable a la comprensión que Paul
Ricoeur hace de la relación entre la intención del sujeto hablante y el
discurso.
John James Gómez G.
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