lunes, 28 de septiembre de 2015

Fragmento del texto: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”. Freud, S. (915). En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1986. pág. 163 [Segunda parte del comentario]. 

“Acaso todo principiante en el psicoanálisis tema al comienzo las dificultades que le depararán la interpretación de las ocurrencias del paciente y la tarea de reproducir lo reprimido. Pero pronto aprenderá a tenerlas en poco y a convencerse, en cambio, de que las únicas realmente serias son aquellas con las que se tropieza en el manejo de la trasferencia.”

Comentario:

El énfasis puesto por Freud en el carácter asintótico de la cura, cuando se refería a su paciente “E” en la carta dirigida a Fliess, con fecha del 16 de abril de 1900, tiene un notable valor. Por un lado, se trata del cuestionamiento de los objetivos del análisis y, por otro, del reconocimiento del valor y el estatuto del síntoma. Es por ello que ni la catarsis ni la hipnosis permitían articular lo más propio y a la vez extraño (unheimlich) del padecimiento neurótico, pues  el objetivo con ambas técnicas apuntaba a la eliminación del síntoma. El levantamiento de la amnesia histérica, por su parte, tampoco lograba el objetivo de eliminar el síntoma, pero abrió una nueva puerta que permitió el acceso a un saber inédito, con el cual cambió por completo la comprensión que, hasta el momento, se tenía acerca de lo psíquico. Desde aquel entonces lo psíquico no puede ser tomado como algo opuesto a lo somático, sino como el efecto de la fusión entre organismo y lenguaje, que constituye un nuevo cuerpo, a saber, el cuerpo erógeno, también llamado cuerpo pulsional. Como si esto fuera poco, ese nuevo saber trajo consigo una nueva herida narcisista para nuestras infatuadas ínfulas humanas, pues hizo caer la ilusión de que la conciencia era el centro de lo psíquico y el único modo de razón. Así, lo inconsciente vio la luz gracias al cuerpo erógeno de las histéricas que motivaba la pluma de Freud, quien, por cierto, jamás retrocedió ante su deseo de saber.

Entonces, vemos que cuando Freud se refiere a las dificultades a las que probablemente teman todos los principiantes en el psicoanálisis, alude a quienes inician el ejercicio de su oficio como psicoanalistas y a los tropiezos que les depara la técnica, pero también al carácter asintótico de la cura, imposibilidad que interroga el lugar y el manejo de la transferencia en el análisis, tanto como la interroga también esa resistencia del superyó a la  que Freud denominó “reacción terapéutica negativa”.

Sin embargo, vale la pena aclarar que, a nuestro juicio, las dificultades comienzan en el momento en que alguien decide analizarse; dificultades que atañen no al psicoanalista, sino a quien ha elegido dar el paso hacia la pregunta por ese saber no sabido que lo habita. Es por ello que la formación del analista no tiene otro comienzo que la entrada en el propio análisis, denominado también análisis personal, pues lo que está en juego allí es, sobre todo, la posición del sujeto respecto de las formaciones del inconsciente. A partir de ese momento, quien ha comenzado a analizarse está exhortado a no retroceder ante el saber que puede ser formulado y construido a partir del olvido, la equivocación, el sueño, el síntoma, la angustia y, sobre todo, la incertidumbre, pues su oficio, si elige prestar su oreja a otros que deseen iniciar un análisis, consistirá a inventar un modo de saber leer en la dificultad y saber hacer con lo imposible.

John James Gómez G. 

viernes, 25 de septiembre de 2015


Fragmento del texto: “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”. Freud, S.  (915). En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1986. pág. 163 [Primera parte del comentario].


“Acaso todo principiante en el psicoanálisis tema al comienzo las dificultades que le depararán la interpretación de las ocurrencias del paciente y la tarea de reproducir lo reprimido. Pero pronto aprenderá a tenerlas en poco y a convencerse, en cambio, de que las únicas realmente serias son aquellas con las que se tropieza en el manejo de la trasferencia.”

Comentario:

Me referí en el comentario anterior a esa vía regia de acceso al inconsciente que es, según Lacan, el libro “La interpretación de los sueños” (1900). Lo cual, entonces, hace resonar nuevamente la pregunta por la interpretación, cuestión central y problemática en lo que a la técnica se refiere.

De acuerdo con la historia que conocemos del psicoanálisis a partir de la misma obra freudiana, en un primer momento, la catarsis, técnica usada por Breuer y Freud en sus inicios, hacía parecer que la descarga de los afectos que no habían sido abreaccionados en el momento de la vivencia traumática, y que se revivían en el tratamiento, era suficiente para la desaparición de los síntomas. Vale señalar, entonces, que lo imaginario, es decir, el significado afectivo de la experiencia, actualizado junto con la descarga emocional, bastaba, según se creía, para deshacer lo traumático y con ello destituir el síntoma. Sin embargo, como sabemos, la cuestión es mucho más problemática. Al igual que ocurría con la hipnosis, los síntomas retornaban, incluso con mayor severidad. La descarga afectiva solo proporcionaba un alivio de la tensión psíquica, pero no había en ello ninguna elaboración a nivel subjetivo. Era el tratamiento de lo imaginario por lo imaginario: hacer equivaler el sentido del síntoma al significado afectivo de la vivencia que se encontraba acumulado sin posibilidad de descarga.

Un segundo momento consistió en atribuir la eficacia del tratamiento a la rememoración. El problema ya no era tanto la descarga emocional sino la “formación de símbolo” que se traducía en un síntoma y que debía ser recuperada como recuerdo para llenar las lagunas de esa “amnesia histérica”, que tenía como consecuencia el padecimiento de un síntoma sustitutivo de la experiencia “olvidada”. La cosa tampoco marchaba del todo bien por ese camino, pero Freud era un hombre optimista y no retrocedía ante su deseo de desentrañar los secretos de la causalidad psíquica. Tal vez por esa razón se atrevía a afirmar su esperanza en el éxito del procedimiento aunque, por otro lado, escribía a su amigo Fliess, una carta fechada el 16 de abril de 1900, relatando sus preocupaciones acerca de la “conclusión asintótica de la cura”:

«E. concluyó, por fin, su carrera como paciente mío con una invitación a cenar en mi casa. Su enigma está casi totalmente resuelto; se siente perfectamente bien y su manera de ser ha cambiado por completo; de los síntomas subsiste todavía un resto. Comienzo a comprender que el carácter en apariencia interminable {Endlosigkeit} de la cura es algo acorde a ley y depende de la trasferencia. Espero que ese resto no menoscabe el éxito práctico. En mis manos estaba continuar la cura, pero vislumbré que ese es un compromiso entre salud y enfermedad, compromiso que los propios enfermos desean, y por eso mismo el médico no debe entrar en él. La conclusión asintótica de la cura a mí me resulta en esencia indiferente; decepciona más bien a los profanos. En todo caso, mantendré́ un ojo vigilante sobre este hombre. . . ».1

John James Gómez G.

1.     Este fragmento puede encontrarse en la nota introductoria realizada por James Strachey al texto “Análisis terminable e interminable”. Vol. XXIII en la versión de Amorrortu editores, pág. 217.
  

sábado, 19 de septiembre de 2015

Fragmento del texto: “El deseo y su interpretación”. Lacan, J. (1958-1959). En: El seminario, libro 6. Editorial Paidós. 2014. Pág. 24. [Tercera parte del comentario]

“Si esta experiencia del deseo del Otro es esencial, se debe a que permite al sujeto realizar ese más allá de la articulación lingüística alrededor de la cual gira esto: que el Otro es quien hará que un significante u otro esté presente o no en la palabra.”

Comentario:

Lacan mencionó, parafraseando a Freud, que la interpretación de los sueños es la vía regia para acceder al inconsciente. En su momento, Freud se refería al sueño mismo como acto psíquico de pleno derecho, al que atribuía al menos dos funciones clave, a saber, el cumplimiento de un deseo y la misión de servir como guardián del dormir.

Gracias a su trabajo sobre el sueño, Freud logró articular su primera tópica y el modelo del circuito pulsional a través de su comprensión del efecto atractivo y retroactivo de lo inconsciente respecto de las huellas mnémicas, así como del movimiento progrediente que había usado como punto de partida sirviéndose del modelo fisiológico del arco reflejo, pero que modificó con la introducción de las huellas mnémicas, las percepciones signo, –a las que se refiere en su carta 52 a Fliess y a las que diferencia de las percepciones como mera función orgánica– y del deseo que, dicho sea de paso, es, según nos dice, indestructible, pues ese circuito pulsional no cesa de trabajar, producir retoños y establecer nuevas conexiones, cuestión que postuló con todo rigor en su texto de 1915 sobre la represión.

Pero tal vez uno de los puntos más asombrosos entre todos los hallazgos logrados por Freud, es haber definido cuáles son las leyes de ese Otro escenario, el inconsciente, que hacen que en lo humano las conductas y los comportamientos estén supeditados al valor del acto, entendido este último en el sentido de aquello que surge de un conflicto psíquico constante entre diversas instancias, –muy a pesar de las ilusiones del yo de ser una unidad plena y consciente de sí–, que se dirige a su vez a otro y que busca ser leído, es decir, interpretado, porque, precisamente, se trata de los efectos de la fusión entre el cuerpo del lenguaje y el cuerpo biológico que constituyen un cuerpo Otro: el cuerpo erógeno-pulsional, un cuerpo textual. Es lo que vemos formulado en sus avances, con las tres versiones del modelo óptico, también llamado esquema del peine, el cual presentó en el apartado B, intitulado La regresión, que hace parte del capítulo VII de La interpretación de los sueños (1900)1. A esas leyes propuestas en su interpretación de los sueños, y que rigen esos actos propios de la falta de unidad psíquica, o sea, de la spaltung, a la que se refirió en el texto Die Ichspaltung im Abwehrvorgang (La división del yo en el proceso defensivo) que redactaba en 1938 y que quedó inconcluso, las llamó: condensación y desplazamiento.

Así, a lo que Lacan se refería no era tanto al sueño mismo como vía regia para el acceso al inconsciente, sino, al libro La interpretación de los sueños. Ése libro es la vía para acceder a las propiedades lógicas de ese saber que se juega en aquel Otro escenario. Era tal la contundencia que Lacan atribuía al trabajo freudiano sobre el sueño, que en la entrevista que le realizaron en 1970 y que aparece publicada en sus Otros escritos bajo el título Radiofonía, afirmó que: “Si se sigue mi topología, hecha groseramente, se puede reencontrar en ella el primer enfoque freudiano…”

John James Gómez G.

1. Freud, S. (1900). La interpretación de los sueños. En: Obras Completas. (J. Etcheverry, Trad. Vols. IV y V). Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2ª ed. 1986.

2. Lacan, J. (1970). Radiofonía. En: Otros escritos (págs. 425-472). Editorial Paidós, Buenos Aires. 2012.


lunes, 14 de septiembre de 2015

Fragmento del texto: “El deseo y su interpretación”. Lacan, J. (1958-1959). En: El seminario, libro 6. Editorial Paidós. 2014. Pág. 24. [Segunda parte del comentario]

“Si esta experiencia del deseo del Otro es esencial, se debe a que permite al sujeto realizar ese más allá de la articulación lingüística alrededor de la cual gira esto: que el Otro es quien hará que un significante u otro esté presente o no en la palabra.”

Comentario:

Retomemos la idea de Ricoeur acerca de la equivalencia entre la intención del sujeto hablante y el significado del discurso. Decíamos al respecto que ello implica excluir cualquier supuesto acerca de lo que Freud llamó unwebusst (inconsciente). El sujeto hablante sería, pues, dueño de su intención y, por tanto, aprehender dicha intención tendría como consecuencia la comprensión del significado mismo del discurso en juego. En una perspectiva tal, el deseo sería también algo movido por un objeto positivo susceptible de hallar en el mundo sensible, es decir, un referente. De hecho, Ricoeur afirmó que el lenguaje no tiene otra finalidad que representar un referente, o sea, algo que existe de manera concreta en el mundo sensible. Ese fue el resultado de su esfuerzo por reintroducir el problema del discurso que, según su criterio, había sido dejado de lado como consecuencia de los postulados de Saussure. Resulta difícil de creer que Ricoeur no haya tenido oportunidad de enterarse de que, por su lado, Lacan había trabajado arduamente en función del mismo problema, solo que sus conclusiones resultaron harto diversas, en la medida en que estaban orientadas por su lectura de Freud, o como Lacan mismo lo llamó, su retorno a Freud.

La vía tomada por Lacan pone en el lugar del discurso al inconsciente. Su afirmación: el inconsciente es el discurso del Otro, plantea una condición de principio por la cual ese Otro es un espacio que está más allá de los cálculos posibles de las cualidades conscientes del yo acerca de la intención de su decir, y en el cual se articula toda trama discursiva. Se trata, de manera estricta, del Otro escenario descripto por Freud en su texto de 1900 sobre la interpretación de los sueños. Desde esa perspectiva, el sujeto hablante es, propiamente, el sujeto del inconsciente, mientras que el yo sería la proyección imaginaria de ese sujeto. Ese yo estaría enfrentado a la dificultad de reconocer el saber y la verdad de su intención, pues se esfuerza por desconocer el deseo que lo habita y el hecho estructural de su determinación, ya que él mismo está constituido por mociones pulsionales, razón por la cual intenta huir de sí mismo, pero, como bien afirma Freud, huir de sí mismo es imposible, así que lo inconsciente siempre retorna, esforzando por ser reconocido. Esa postura lacaniana, derivada del trabajo freudiano, no solo es subversiva e interroga toda lingüística, sino que exhorta a diferenciar registros diversos en las lógicas de los enunciados, separando así lo imaginario de lo simbólico. De tal modo, la misma crítica realizada por Lacan a sus colegas postfreudianos, resulta, pues, aplicable a la comprensión que Paul Ricoeur hace de la relación entre la intención del sujeto hablante y el discurso.


John James Gómez G.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Fragmento del texto: “El deseo y su interpretación”. Lacan, J. (1958-1959). En: El seminario, libro 6. Editorial Paidós. 2014. Pág. 24. [Primera parte del comentario]

“Si esta experiencia del deseo del Otro es esencial, se debe a que permite al sujeto realizar ese más allá de la articulación lingüística alrededor de la cual gira esto: que el Otro es quien hará que un significante u otro esté presente o no en la palabra.”

Comentario:

Paul Ricoeur, se interesó en establecer una comprensión del discurso que permitiera establecer el estatuto y las propiedades del lenguaje. Testimonio de ello son los ensayos que podemos encontrar agrupados bajo el título: “Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de sentido”. Allí, se esforzó por identificar las diferencias entre el lenguaje hablado y el lenguaje escrito, así como por esclarecer lo que, a su juicio, resulta problemático en la propuesta de Saussure, quien habría llevado al abandono del estudio del discurso, debido a que su trabajo se centraba en la distinción entre langue y parole: “El abandono del problema del discurso en el estudio del lenguaje es el precio que debemos pagar por los resultados a que dio lugar el famoso Curso de lingüística general del lingüista suizo Ferdinand de Saussure.”1

Es evidente que el esfuerzo de Ricoeur no carece de mérito. Sin embargo, las conclusiones a las que arriba presentan una equivalencia problemática entre la intención subjetiva del hablante y el sentido del discurso: “…la intención subjetiva del hablante y el sentido del discurso se traslapan de tal manera que es lo mismo comprender lo que el hablante quiere decir y lo que su discurso significa”.2 ¿Qué implicaciones tiene llegar al supuesto de una equivalencia tal? Pues bien, se trata, por un lado, de sostener que el sujeto hablante podría reconocer y expresar con plena claridad la intencionalidad de aquello que dice. Por otro, que sería posible captar el significado del decir, tanto para el hablante como para quien escucha, haciendo posible, entonces, la comprensión del significado mismo del discurso en juego. Si es así, todo supuesto acerca del sujeto del inconsciente queda excluido. Es por ello que en el comentario anterior mencioné que, en la perspectiva de Ricoeur, hay un desconocimiento fundamental del lenguaje como condición de lo inconsciente y de este último como condición de la lingüística; condiciones señaladas enfáticamente por Lacan, que determinan la diferencia central por la cual la interpretación en psicoanálisis no se sostiene en la búsqueda de comprender el significado del discurso, ni en el supuesto de algún sentido claramente aprehensible, presente en la intencionalidad del sujeto hablante.

John James Gómez G.


1    Ricoeur, P. 1995. Teoría de la interpretación. Discurso y excedente de sentido. Siglo XXI Editores. pág. 16.

2    Ibídem, pág. 42.  

lunes, 7 de septiembre de 2015


Fragmento del texto: “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”. (1912). En: Obras Completas, vol. XII. Amorrortu Editores. 1986. pps. 111-112. [Tercera parte del comentario]


“...esa técnica es muy simple. Desautoriza todo recurso auxiliar, aun el tomar apuntes, según luego veremos, y consiste meramente en no querer fijarse [merken] en nada en particular y en prestar a todo cuanto uno escucha la misma «atención parejamente flotante», como ya una vez la he bautizado.  De esta manera uno se ahorra un esfuerzo de atención que no podría sostener día tras día a lo largo de muchas horas, y evita un peligro que es inseparable de todo fijarse deliberado. Y es este: tan pronto como uno tensa adrede su atención hasta cierto nivel, empieza también a escoger entre el material ofrecido; uno fija {fixieren} un fragmento con particular relieve, elimina en cambio otro, y en esa selección obedece a sus propias expectativas o inclinaciones. Pero eso, justamente, es ilícito; si en la selección uno sigue sus expectativas, corre el riesgo de no hallar nunca más de lo que ya sabe; y si se entrega a sus inclinaciones, con toda seguridad falseará la percepción posible. No se debe olvidar que las más de las veces uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con posterioridad {nachträglich} discernirá.”

Comentario:

En la medida en que las perspectivas asumidas por las tendencias en psicoanálisis acerca de la interpretación son diversas, resulta necesario insistir en la pregunta por su estatuto. Podemos suponer que las premisas respecto del objeto y los objetivos de los que se parte, pueden brindarnos alguna luz para entender el porqué de tal diversidad. Pero, antes de entrar en esas importantes y necesarias diferencias, retomemos el asunto freudiano, a saber, lo inconsciente.

Sin importar cuántas vueltas diese Freud en sus intentos por justificar el estatuto orgánico de lo inconsciente, había algo que siempre retornaba como eje central sobre el cual operaba todo aquello que ponía de manifiesto la condición misma de los actos fallidos, incluido el síntoma, a saber, el lenguaje. Incluso, al revisar su “Proyecto de psicología”, publicado póstumamente, en el cual se esforzó por establecer redes entre diferentes grupos de neuronas que dieran cuenta del paso y de los obstáculos que llevaban a la formación del síntoma y de los actos fallidos, es notable que, en solo cuatro páginas, el lenguaje lograra tomar el protagonismo suficiente como para que toda aspiración biologicista perdiera su consistencia. Me refiero de manera específica al apartado intitulado “La proton pseudos histérica”, en el que Freud presentó el caso de una mujer a la que llamó Emma y quien sufría de una histeria de angustia (fobia) que le impedía ir a una tienda.

Para explicar la causalidad de dicha fobia, Freud estableció una red, pero, a pesar de que el “proyecto” aspiraba a dar cuenta de redes de neuronas, Freud construyó, en realidad, un esquema casi topológico de redes de palabras que puede encontrarse en la página 402 del volumen I de la Edición de Amorrortu:

 

De igual manera en sus historiales clínicos, así como en “La interpretación de los sueños”, “Psicopatología de la vida cotidiana”, "El chiste y su relación con lo inconsciente”, para nombrar solo algunos de los ejemplos más conocidos, Freud se encontraba siempre frente a la necesidad de entender las articulaciones de esas “representaciones palabra”, como él solía llamarlas. De hecho, si se observan las primeras cuatro conferencias de sus “Conferencias de introducción del psicoanálisis”, se encontrará un derrotero detallado de las variantes para esas condiciones del lenguaje que, de acuerdo con sus hallazgos, rigen la lógica inconsciente.

Es esa la razón por la cual, en el comentario anterior, señalé el interés que puede representar para nosotros un pensador como Paul Ricoeur. No porque él tuviese interés en torno al psicoanálisis, sino porque en su interés por comprender el estatuto del lenguaje, por un lado a partir de la obra de Saussure y, por otro, a partir de su deseo de hacer entrar en juego el discurso, puede permitirnos, dadas sus elaboraciones, pero también dadas sus notorias dificultades debido a su desconocimiento acerca de que si bien el lenguaje es la condición del inconsciente, sería este último la condición de la lingüística, ideas interesantes para entender la posición de Lacan respecto de la interpretación. Veremos algunas cuestiones sobre ello en el próximo comentario.


John James Gómez G.

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....