miércoles, 4 de octubre de 2017

Fragmento y comentario del texto: Breve discurso en la O.R.F.T. En: Lacan, J. (1966). Intervenciones y textos 2. Buenos Aires: Manantial. 1988, págs. 38-39. [Tercera parte del comentario]

“El deseo es, propiamente, la pasión del significante, es decir, el efecto del significante en el animal al que signa, y en el cual la práctica del lenguaje hace surgir un sujeto –un sujeto no simplemente descentrado, sino condenado a sostenerse tan sólo con un significante que se repite, es decir a sostenerse dividido.
De allí la fórmula: el deseo del hombre (por así decir) es el deseo del Otro. En el Otro está la causa del deseo, de donde el hombre se desprende como resto.”

Comentario:

¿Es posible concebir un enunciado más ingenuo que aquel que se profiere reclamando la propiedad de las palabras? Oímos decir, no pocas veces, como un clamor en medio de una discusión, la frase: “esas palabras son mías”. Reclamo de un decir (désir-deseo en francés, parónimo de decir en español) que busca en el significante alguna garantía según la cual existiría, en el mundo de ficciones donde vive, algo que le sería realmente propio. Sin embargo, al proferir tales palabras, ese Yo herido desconoce, con más empeño que fortuna, la ilusión que lo sostiene en la trama de identificaciones con significantes, cada uno de ellos, venidos desde fuera.

Entonces, la ilusión del Yo demanda garantías en su afán de procurarse el estatuto de un ser completo, sin falta, exento de herida narcisista. Sin embargo, la fragilidad lo ronda de tal manera que su posición constituyentemente paranoica no cesa de aparecer cada vez que el otro especular parece amenazarlo, a riesgo de arrebatarle esos banales emblemas con los cuales ostenta una potencia que sólo reina en sus añoranzas de retornar a un paraíso perdido. El dolor, que a menudo lo agobia, por tanto, no proviene de lo inconsciente sino de su pasión por la ignorancia.

Así, la ignorancia lo conmina a reencontrarse una y otra vez con su falacia, palabra que comparte la raíz con “falo”, siendo así que el falo no puede ser más que falaz. En su fascinación –que también comparte la raíz con la palabra “falo”– quiere gobernar en el fascismo –otra palabra que proviene de la misma raíz–. No obstante sus anhelos, por el efecto del significante, ese Yo, impotente, está destinado a no ser amo en su propia casa.

John James Gómez G.

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