Fragmento y comentario del texto: Función y Campo de la
Palabra y del Lenguaje en Psicoanálisis. En: Lacan, J. (1953). Buenos Aires:
Siglo XXI. 2009, págs. 234. [Segunda parte del comentario]
“…nadie es menos exigente que un psicoanalista sobre lo que
puede dar su estatuto a una acción que no está lejos de considerar él mismo
como mágica, a falta de saber dónde situarla en una concepción de su campo que
no se le ocurre hacer concordar con su práctica.”
Comentario:
¿Cuándo comienza la formación psicoanalítica? Si nos
orientásemos exclusivamente por el discurso universitario, responderíamos que
inicia con el ingreso a lo que solemos llamar “instituciones de educación superior”.
Lógicamente, es algo sabido, la formación de los psicoanalistas no se efectúa
en ese espacio, lo que no evita que el psicoanálisis tenga un lugar allí,
haciendo escuchar el eco de lo que el saber inconsciente, inaugurado por Freud,
ha develado sobre el sujeto y los malestares de la cultura durante más de cien
años.
Si no es en el discurso universitario que se hace posible la
formación psicoanalítica, es porque el saber inconsciente y el conocimiento son
cosas diferentes, y el psicoanálisis se ocupa, ante todo, de lo primero, que
es, regularmente, dejado de lado en el campo de la ciencia, sobre todo cuando
ella se enmarca en lo que se conoce como “positivismo”. Por tanto, es necesaria
la producción de un discurso propiamente psicoanalítico para que exista eso a
lo que denominamos formación analítica, que no es una práctica basada en el
método científico sino estructurada como un lenguaje, condición del saber que
atañe al sujeto del inconsciente. Así las cosas, no hay más formación del
psicoanalista que la que acontece a partir de las formaciones del inconsciente.
Afirmo, por tanto, que la práctica del lenguaje orientada
por las formaciones del inconsciente, es condición necesaria para inaugurar la
formación psicoanalítica. Sin embargo, que sea una condición necesaria no quiere
decir que es suficiente. Pasarlo por alto sería algo tan irresponsable, como
suponer que leer a Freud y a Lacan, y asistir a grupos o escuelas de
psicoanálisis es la garantía de una “adecuada” formación analítica. Ninguna
otra institución, como la que se erige en nombre del psicoanálisis, es más
propensa a pasar de lo sublime a lo ridículo. Es entonces cuando se pone a
prueba la rigurosidad de una práctica que nos exige estar a la altura de las
circunstancias, es decir, de no ceder en el deseo y de procurarnos los medios
para reconocer, sirviéndonos de la ley del no-todo que hace a la lógica menos
imprecisa, que no se trata de acciones mágicas y que el inconsciente es una
racionalidad que tiene a la paradoja como condición estructurante.
John James Gómez G.
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