miércoles, 11 de octubre de 2017

Fragmento y comentario del texto: Función y Campo de la Palabra y del Lenguaje en Psicoanálisis. En: Lacan, J. (1953). Buenos Aires: Siglo XXI. 2009, págs. 234. [Primera parte del comentario]
  
“…nadie es menos exigente que un psicoanalista sobre lo que puede dar su estatuto a una acción que no está lejos de considerar él mismo como mágica, a falta de saber dónde situarla en una concepción de su campo que no se le ocurre hacer concordar con su práctica.”

Comentario:

Lacan afirmó, como testigo de la práctica del psicoanálisis en su época, que nadie era menos exigente que un psicoanalista cuando se trataba de situar el  estatuto de su experiencia y de los efectos ocurridos en su campo. Los tildaba, sin decirlo explícitamente, de hechiceros, mientras denunciaba que, quienes ejercían el psicoanálisis, consideraban los efectos producidos en su experiencia como mágicos. Ese señalamiento revelaba la pasión por la ignorancia que habitaba en aquellos quienes se tomaban a sí mismos por representantes de un saber inconsciente que, no por eludir las intuiciones de la consciencia, está exento de la exigencia de articularse por las razones de la lógica.

Fue así que uno de los mayores propósitos de Lacan se centró en devolver al psicoanálisis el estatuto de un proyecto científico que Freud había inaugurado. Que los tropiezos derivados de las vías por las que Freud quería llevar adelante tal proyecto fueran innegables, por haber querido hacer del psicoanálisis una ciencia natural, no disuadió en ningún momento a Lacan de re-tornar para reformular aquella “disciplina que no debe su valor científico sino a los conceptos teóricos que Freud forjó en el progreso de su experiencia.” (Lacan, 1953, pág. 233). Y quien lea con atención el primer párrafo del “Proyecto de psicología para neurólogos”, a la luz del retorno a Freud, de Lacan, podrá reconocer al instante que le bastó sustituir solo la segunda idea rectora propuesta por Freud para reencauzar su descubrimiento hacia vías que permitieran dar cuenta de su lógica.

Así pues, aquellos conceptos que, por otra parte, Lacan consideraba poco estudiados y mal criticados, tanto por los psicoanalistas de su época como por quienes hallaban su goce en defenestrar tanto al psicoanálisis como a los restos significantes que quedaban de la persona que había sido Freud, requerían una rigurosa atención. Podemos constatar que no renunció un sólo día a su deseo de actualizarlos y reencauzar las vías por las que los psicoanalistas pueden, si es que están dispuestos a ir más allá de su pasión por la ignorancia, salir de su-posición de hechiceros para aprender a leer y escribir ese saber que habla de una razón que pone “patas arriba” las verdades que parecen más evidentes, sin renunciar a la rigurosidad. Sin embargo, a pesar de ello, la hechicería sigue estando presente entre quienes se llaman a sí mismos psicoanalistas, y se revela en cuestiones tan aparentemente ínfimas, como al suponer que su práctica depende de la presencia de un diván en su consultorio. Si el diván constituye un objeto ritual que otorga eficacia simbólica a las acciones del autodenominado psicoanalista, sin importar si una escuela de psicoanálisis lo avala o, incluso, lo “garantiza”, es poco probable que lo que allí se produzca sea un acto analítico, y mucho menos aún que él cumpla otra función que la de un hechicero que se niega a reconocerse a sí mismo en esa posición.

John James Gómez G.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Qué poca humanidad hay a veces en ese “gran espíritu científico”!

 “Se abre paso la vida con la misma terquedad con la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para sacar la cabeza....