Fragmento del texto:
“La ciencia y la verdad”. Lacan, J. (1966). En: Escritos 2. Argentina:
Editorial Siglo XXI, 2ª ed. 2008, pág. 828. [Primera parte del comentario]
“Digamos que el
religioso le deja a Dios la carga de la causa, pero que con ello corta su
propio acceso a la verdad. Así, se ve arrastrado a remitir a Dios la causa de
su deseo, lo cual es propiamente el objeto del sacrificio. Su demanda está
sometida al deseo supuesto de un Dios al que entonces hay que seducir. El juego
del amor entra por ahí.
El religioso
instala así la verdad en un estatuto de culpabilidad.”
Comentario:
En los
comentarios anteriores, en los que abordé el fragmento del análisis del pequeño
Hans, concluí escribiendo que “la práctica psicoanalítica no consiste en otra
cosa que en la transmisión de esa posición ética por la cual el sujeto puede
reconocer su deseo para ir más allá del padre de su fantasía.” Retomo el hilo
dejado allí, con este fragmento que traigo ahora a cuentas, proveniente del
escrito de Lacan, intitulado: La ciencia
y la verdad.
Que Lacan se refiera al religioso no debe prestarse a malos entendidos por el afán de huir ante el miedo a la creencia. No se trata de algo que atañe exclusivamente al fanático, ni al practicante de algún culto religioso. Recordemos que en el texto Acciones obsesivas y prácticas religiosas (1907), Freud calificó “a la neurosis como una religiosidad individual, y a la religión, como una neurosis obsesiva universal.”[1] Por su parte, Lacan, en su seminario sobre los conceptos fundamentales, afirmó que “la verdadera fórmula del ateísmo no es Dios ha muerto –pese a fundar el origen de la función del padre en su asesinato, Freud protege al padre–, la verdadera fórmula del ateísmo es Dios es inconsciente.”[2] De acuerdo con ello, cabe suponer a la religiosidad como condición estructurante en la neurosis, incluso si un neurótico se declara ateo –lo cual ocurre con alguna frecuencia–, pues para ello debe reconocer que la creencia en Dios, como causa, habita en lo más inapelable del mito en que se sostiene el más ínfimo sentido de su banal existencia.
Así, el neurótico renuncia al saber y con él a su acceso a la verdad, para dejar a Dios el lugar de una causalidad eficiente. Magia y religión, en tal sentido, pueden no ser relevantes para el sujeto de la ciencia, pero sí para el sujeto sufriente. En la práctica analítica es necesario sopesar y asumir las consecuencias de algo como esto. ¿Cómo es posible ir más allá de ese Dios como causa eficiente, para orientarse por una causalidad material del lenguaje que destituya toda aspiración teleológica? Es algo que cada analizante interroga, a su modo, pues, de no ser así, el saber se mantendrá inescrutable mientras espera la curación mágica, implorando que ojalá (¡oh Alá!) su sufrimiento se vaya como consecuencia de alguna retribución por su sacrificio. Ese paso hacia la causalidad material del lenguaje es condición necesaria, tanto como lo fue el paso del mito al lôgos para Tales de Mileto. El deseo de analista se juega en hacer posible ese paso hacia lo imposible de una causa perdida.
Que Lacan se refiera al religioso no debe prestarse a malos entendidos por el afán de huir ante el miedo a la creencia. No se trata de algo que atañe exclusivamente al fanático, ni al practicante de algún culto religioso. Recordemos que en el texto Acciones obsesivas y prácticas religiosas (1907), Freud calificó “a la neurosis como una religiosidad individual, y a la religión, como una neurosis obsesiva universal.”[1] Por su parte, Lacan, en su seminario sobre los conceptos fundamentales, afirmó que “la verdadera fórmula del ateísmo no es Dios ha muerto –pese a fundar el origen de la función del padre en su asesinato, Freud protege al padre–, la verdadera fórmula del ateísmo es Dios es inconsciente.”[2] De acuerdo con ello, cabe suponer a la religiosidad como condición estructurante en la neurosis, incluso si un neurótico se declara ateo –lo cual ocurre con alguna frecuencia–, pues para ello debe reconocer que la creencia en Dios, como causa, habita en lo más inapelable del mito en que se sostiene el más ínfimo sentido de su banal existencia.
Así, el neurótico renuncia al saber y con él a su acceso a la verdad, para dejar a Dios el lugar de una causalidad eficiente. Magia y religión, en tal sentido, pueden no ser relevantes para el sujeto de la ciencia, pero sí para el sujeto sufriente. En la práctica analítica es necesario sopesar y asumir las consecuencias de algo como esto. ¿Cómo es posible ir más allá de ese Dios como causa eficiente, para orientarse por una causalidad material del lenguaje que destituya toda aspiración teleológica? Es algo que cada analizante interroga, a su modo, pues, de no ser así, el saber se mantendrá inescrutable mientras espera la curación mágica, implorando que ojalá (¡oh Alá!) su sufrimiento se vaya como consecuencia de alguna retribución por su sacrificio. Ese paso hacia la causalidad material del lenguaje es condición necesaria, tanto como lo fue el paso del mito al lôgos para Tales de Mileto. El deseo de analista se juega en hacer posible ese paso hacia lo imposible de una causa perdida.
John James Gómez
G.
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